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Despropósitos de daño nuevo

Patricia Canet

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Después de tantas comidas, demasiadas bebidas y algún que otro remordimiento camuflado entre risas, el cambio de año es el inevitable tema de conversación. Ahí se empieza a tener consciencia verbal de lo que quiere dejarse atrás, de lo que nos gustaría que nos dejara atrás y lo que sabemos que no nos dejará atrás. Amor, curiosidad, prozak y dudas. Título de película que también sirve para resumir lo que contienen la mayoría de los propósitos de año nuevo.

El escenario es prescindible, las protagonistas son prescindibles, pero el hecho, pese a que debería serlo, parece que no es tan prescindible.

A pocos días de estrenar agenda, miramos la vieja con mala hostia porque en ella no podemos encontrar materializados los motivos por los que más felices que Candy Candy la compramos hace tres cientos sesenta y pico días. Y ya que hablamos de picos, hablemos. Hablemos de cerrar el pico porque honestamente creo que es lo mejor que podríamos hacer. Nos haríamos un gran favor a nosotros mismos, y de paso también a la pequeña porción de humanidad que convive con nosotros, si reuniéramos el valor suficiente para callar más y decepcionar menos porque hablamos mucho y cumplimos poco.

Que nadie se ofenda pero precisamente por eso todos llevamos un político dentro. Estos días vivimos en campaña electoral buscando el voto de nuestro clásico feudo electoral, que es nuestra fuerza de voluntad, a quien intimidamos por sobreestimulación navideña. Como ellos, usamos el miedo como arma de sugestión. Queremos o, mejor dicho, necesitamos que algo no pase, de ahí que nos aferremos a proyectos insustanciales que nadie tienen que ver con nuestra realidad.

Los propósitos de año nuevo son como las promesas electorales, por una razón u otra acabarán por no cumplirse. Al igual que ellos, ya digo que todos llevamos un pequeño político en nuestro interior, nosotros encontraremos también justificaciones para olvidar lo prometido una vez metido. Da igual que se trate de ponerse en forma, de aprender inglés, de pasar tiempo con la familia o de recorrer Europa en tren. La mayoría de los casos serán decepcionantes. Hablo de los propósitos ahora, los políticos ya llevamos un tiempecito sabiendo que lo son.

Y ya que hablamos de propósitos, política y decepción, me gustaría hacer un llamamiento al compromiso dirigido a todas aquellas voces que aseguran que necesitamos un profundo cambio. Digo esto porque 2015 es año electoral y poner un papelito diferente en la urna es la mejor forma de canalizar todas las desgracias de las que hablan esas mismas voces. Pero, seamos sinceros, al igual que la gente miente sobre las veces que irá al gimnasio, miente también sobre su connivencia con el estado de cosas porque continuarán votando lo mismo de siempre.

Por eso, hasta que no vea a ese alguien que ha perdido cinco kilos o que habla con fluidez el vilipendiado nivel medio de inglés y hasta que no vea las portadas del día después de las elecciones, me tomaré todo de lo que se habla estos días como despropósitos que harán daño de una manera u otra porque un propósito que decepciona se convierte en un despropósito que causa daño por muy nuevo que sea el año.

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