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Elogio de la lectura

Josep L. Barona

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La palabra es el átomo del conocimiento, allí donde se engendran ideas y conceptos. Después el lenguaje construye la realidad y abre las vías de la comunicación: el diálogo, la conversación, la emoción, la controversia. Sin lenguaje no hay alma. Palabra y lenguaje representan lo más esencial de la condición humana. Milenios de oralidad construyeron cosmologías y religiones, epopeyas y leyendas, rindieron culto a dioses y construyeron identidades. Sin palabra no hay humanidad.

La historia de la humanidad pasó de la palabra recitada, teatral, del rapsoda y el actor, del sacerdote y el místico, a la letra impresa de los libros. Durante siglos, la lectura se convirtió en una fuente de conocimiento y en signo de cultura y refinamiento. Leer es dialogar con alguien, escuchar y replicar. Un hábito individual y colectivo, instrumento de saber y sociabilidad, de conversación y catarsis. Practicar la lectura es caminar por el universo del saber: la antítesis de la ignorancia y el analfabetismo.

Cada tiempo tiene sus formas de escritura. La epopeya, la tragedia, la poesía, la comedia, el ensayo, el relato de ficción o la novela negra. Hay narrativas del mito y literaturas de la introspección, hay libros de aventuras y libros de catarsis. Todos tienen su momento. Todos tienen su lector. Nos transportan al Barroco con Quevedo y Molière o al humanismo con Vives, Erasmo o Montaigne. Dialogamos con Sócrates y Platón, y entendemos la diplomacia con Maquiavelo. Volamos por planetas y universos con el petit prince.

Hace unos días hablamos de todo ello y de otras muchas dimensiones de la lectura en un café literario que promovieron Rafael Terol y María Roca, estudiantes de medicina con el apoyo de Blanca Salom y Beatriz Climent, de la Biblioteca de Ciencias de la Salud. También hablamos de la lectura como instrumento de educación reflexiva, y de la enfermedad como argumento literario, y de la medicina como literatura. Alguien insinuó que leer es dialogar y es comunicarse con el pasado y con el mundo, tal vez una vacuna contra la unidimensionalidad de la que abominaba Herbert Marcuse, y también contra formas de identidad estigmatizadora denunciadas siempre por Michel Foucault. La lectura es liberadora. Leer es abrirse al mundo. La lectura es un hábito que se adquiere a lo largo de la vida. Un hábito saludable que puede engendrar la única adicción que nos hace sabios o un poco alienados, como le sucedió a Alonso Quijano. La única adicción que llena la soledad de diálogos con universos alcanzables. El hábito de la lectura y la industria del libro deberían de ser asunto prioritario en las políticas educativas de la democracia, porque la lectura da armas y argumentos para la libertad.

La era del libro está en la encrucijada. ¿Cómo se transforma la lectura en la época de internet? ¿Ha vencido la imagen a la palabra? ¿El teléfono móvil al libro impreso? Quizá la tecnología nos aboca a un proceso mental de regresión, a formas de animalidad monosilábica. ¿Vamos a simplificar nuestro lenguaje a la medida, el estilo y el registro del twit? El universo mediático nos pone en la encrucijada: lectura o esclavitud. Urgen políticas de fomento de la lectura. Exhibía Coco en su tristemente clausurada librería Ambreta de la calle Grabador Esteve de València un póster con una portada de Gallo Nero con la imagen fascinante del bello Paul Newman recostado con los pies en alto enfrascado en la lectura y un titular: “Reading is sexy”. Por ética o por estética, por adicción o por conocimiento, sin lectura no hay libertad de pensamiento ni ciudadanía libre y activa. La lectura es el hábito de vida y la adicción más sabia y saludable.

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