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¿Entendemos la lógica europea, o es que tenemos una Generalitat impermeable?

Myriam Fernández Herrero,

profesora de derecho constitucional en la Universitat de València —

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El reciente caso griego ha mostrado de nuevo algunos lugares comunes en la Unión Europea, como por ejemplo, la omnipresencia del plano político liderado por intereses territoriales bien organizados que pretenden imponer su potencia económica y demográfica al conjunto. El imaginario común queda paralizado ante estas demostraciones de fuerza de alto nivel, que oscurecen la realidad de las continuidades del entramado que soporta estas grandes manifestaciones, e impiden profundizar en los aspectos que mejorarían notablemente la calidad de nuestra democracia. Uno de ello es, quizá, la reflexión sobre el modus operandi de la negociación, esto es, hasta qué punto es necesario conocer las claves del funcionamiento de las instituciones europeas para hacer prosperar los intereses estatales o regionales. La gestión de la agenda y el control de los tiempos son las herramientas básicas en cualquier aproximación de posiciones, como sucede en el diálogo social entre sindicatos y empresarios. Pero Europa, además de un escenario de negociación permanente, es una lógica. Una lógica institucional diferente a la que convencionalmente ha vertebrado los estados-nación que la configuran, y que por ello incorpora matices que deben ser conocidos por los protagonistas para mejorar sus habilidades, o por lo menos estar en igualdad de condiciones respecto a los demás socios. Este apasionante enfoque, que desborda la idea misma de democracia pluralista y quizá nos ayude a entender lo que pasa en nuestro territorio, fue radiografiado por Radaelli (The Europeanization of Public Policies, 2003) y constituye ahora una evidencia percibida por los ciudadanos.

¿Quiere decir esto que quienes no conozcan estos registros y su lógica, no podrán negociar con éxito? No exactamente. Si entendemos que la “ lógica” es un proceso de adaptación de las instituciones, todas, a los cambios del entorno, el campo parece en principio abierto. Una lógica que, mirada sin escepticismo, supone una adaptación a variables macroestructurales en permanente cambio, así como a los procesos de construcción, difusión, institucionalización de normas formales e informales, paradigmas políticos, estilos, modos de hacer las cosas, creencias compartidas, que son primero definidas y consolidadas por la UE y luego incorporadas en la lógica del discurso doméstico. Esta definición enfatiza la importancia del cambio en el comportamiento político pero, atención, incluye tanto a las organizaciones como a las personas.

¿Qué ha pasado en nuestro entorno? Es cierto que la captura del lenguaje por los expertos permite secuestrar la democracia (Habermas, La Acción Comunicativa, 1987), y en la UE ello es fácil porque cualquier debate puede presentarse, en las formas, abtruso. Sin embargo, regiones europeas no más desarrolladas que la nuestra, estados recién aceptados como Letonia, e incluso municipios modestos pero con las ideas muy claras sobre sus objetivos, han sabido utilizar en su beneficio las redes de lobby, las fuentes de información, formación, y desde luego financiación, que díficilmente habrían obtenido en su propio marco de referencia jurídico-politico-administrativo. Es decir, se han adaptado.

¿Cómo ha podido suceder esto, y qué es lo que nos ha pasado?. Según Börzel (When Europe hits home. Europeanization and domestic change, 2000) esta adaptación puede acelerarse si se hace top-down, mediante la creación de mecanismos que institucionalicen esta dinámica; o diversamente, puede filtrarse lentamente si su impulso es bottom-up, desde abajo y hacia arriba, a través de esferas domésticas con voluntad pero fragmentadas. Una mezcla no bien programada de ambas formas es lo que hemos visto por aquí. Siguiendo con Radaelli, que da más claves sobre cómo se completa el proceso, resultaría que el comportamiento del Estado (o de la institución regional) frente a Europa pueder ser diverso: bien movido por la inercia, o bien por la absorción, o actuando para lograr la transformación o, al contrario, para reducir los efectos de la europeización. Cada actitud dependerá del grado de permeabilidad, resistencia o voluntad para incorporar la innovación que la nueva lógica supone.

La Generalitat en esto ha seguido su propio patrón de comportamiento político. Por una parte ha facilitado que algunos municipios y organizaciones flexibles, en solitario o con el arropo de sus Diputaciones u otras entidades de asistencia técnica, se europeizaran siguiendo la primera vía de Börzel. Mientras, la administración pública autonómica, la que gestiona todos los días las subvenciones, la que contrata servicios y suministros, la que intenta planificar innovando, y evaluar lo que ha hecho ... esa administración ha quedado muy, muy rezagada. Ni inercia, ni adaptación, ni resistencia. De hecho, ahora se pueden ver los resultados de lo que ha sido un mero arrastre de un sector de la Administración, parcial y forzado, para el cumplimiento de los mínimos requisitos que permiten el acceso a una parte de la financiación, pero en su conjunto la Administración ha vivido ajena en un mundo paralelo, cuando no falseador, a pesar de que han existido instituciones y entidades colaboradoras de la Generalitat que han optado a esos recursos e incluso han nacido al calor de ellos. La inercia ha corrido, pero en el sentido contrario, en el de siempre, en el de la jerarquía y el legalismo ramplones. Las razones de la impermeabilidad de la Generalitat a la innovación que Europa representa son muchas, y de muy diversa etiología. No me interesa ahora sentarla en el diván, pero sí creo que procede tener muy en cuenta esta atrofia, esta falta de modernidad, para tomárnoslo muy en serio en la próxima reeestructuración del Consell y de su Administración Pública.

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