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Estrellas invitadas

Simón Alegre

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A menudo, algunas estrellas invitadas a las fiestas de la partitocracia (atada y bien atada por desagravio constitucional contra la democracia orgánica) no se conforman con el rol coyuntural o de salvación nacional que se les asigna. Se rebelan contra la fugacidad que los actores principales les han reservado y deciden permanecer en escena hasta que el cuerpo aguante.

Su sombra planea, por ejemplo, sobre el debate acerca de las listas conjuntas o separadas que dilucidan CiU y ERC, con remisión a altura de miras nacional y réditos partidistas. Como decía Martínez Sospedra, la Assemblea Nacional Catalana es una especie de genio de la botella creado y alimentado por los partidos promotores de la secesión que, una vez fuera de ella, prefiere adquirir independencia y no retornar a su frasco.

Contamos con más ejemplos de fuerzas políticas que, originadas por plataformas que buscan la transversalidad de su parte del espectro, acaban tomando vida propia, más allá de las pretensiones originales de sus dispares promotores. Recuérdese, en este sentido, la acusación que Javier Alonso (Euskadiko Ezkerra) lanzó a los fundadores de Herri Batasuna de ser “aprendices de brujo que desatan fuerzas que luego no pueden controlar”.

Sin ir más lejos, puede citarse también la escasamente conocida historia de la Junta Permanent d'Unió Valenciana, fundada un 1 de noviembre de 1980, casi dos años antes de que el partido Unió Valenciana entrara en juego. Su objetivo consistía en influir en las formaciones deliberantes del Estatut. El registro de la marca por parte de González Lizondo aceleraría posteriormente la incoación de una historia efectiva que duraría más de veinte años. Sin embargo, el pecado original pervivió y definió invariablemente dos almas dentro del partido: los valencianistas y los palanganeros de la derecha centralista.

La tensión entre las fuerzas transpartidistas y los partidos clásicos se vislumbra, pues, claramente en esta coyuntura política de desafección. De hecho, en Podemos la hemos comprobado a un nivel metapolítico que recuerda a un encaje de matrioskas.

Primero al interno de la formación, por razones de oportunidad y eficiencia que parecen justificar el modus operandi de las organizaciones jerarquizadas al uso. Empezar la casa por el tejado, decía, cariñosamente, según él, David Fernàndez, de la CUP. Después, en la disputa por los Guanyem, que tengo la impresión de que ha salido más revoltosa de lo que se esperaba. La nutrida presencia de Izquierda Unida en algunos de ellos, de facto, a buen seguro que genera incertidumbre en sus previsibles beneficiarios. De nuevo, el conflicto larvado entre partidos y transversalidad ciudadana.

El proceso de generación –espontánea o no- de los Guanyem tampoco ha estado exento de intentos de incautación chusqueros desde las filas enemigas, circunstancia que demuestra la enjundia del envite.

No es para menos esta preocupación por las siglas. Imaginemos que se cumplen algunos indicadores relativos al carácter cíclico de Podemos. Desconocemos su resistencia al desgaste institucional y, según el CIS, sus votantes son los que más alto puntúan, junto a los de Bildu, en la desconfianza ante los partidos. Quizás haya quienes después se preocupen por que la ventolera haya arrasado los restos de Izquierda Unida.

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