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Ilustres bocazas

Xavier Latorre

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Los hay esparcidos por todos los rincones de la geografía española. Son muchos prohombres y también muchas mujeres que gozan de inmunidad en sus tareas de bocazas oficiales del reino, son sujetos estrambóticos a los que se les consiente cualquier chanza o cualquier disparatada ocurrencia. Son políticos encaramados al poder que utilizan sus habilidades como vendedores de humo o de proyectos descabellados para perpetuarse en el cargo. La televisión los encumbra, los mima, y ellos responden al espectador sin criterio o a la audiencia más desconcertada, con vaguedades, con chorradas y con lugares comunes con los que consiguen hechizarlos.

Seguro que les suenan apellidos ilustres que avasallan a sus rivales en los comicios y que nos dan la brasa a todas horas. Hablamos de parlanchines mediáticos como el proveedor de anchoas del régimen Miguel Angel Revilla, como el mister Led vigués Abel Caballero o la desternillante madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Citamos a tres, pero los hay a raudales: el catálogo de atrevidos deslenguados, es extenso; incluso hay otros, sin tanto eco en los medios de comunicación, diseminados por ahí entronizados por la gracia de su verborrea y de su incontinencia oratoria. Esgrimen tonterías, anuncian obras superficiales y exponen banalidades en sus respectivas zonas de influencia como si fueran grandes logros. No hay forma alguna de pararlos, apabullan. Se retroalimentan: la televisión los necesita para sus índices de audiencia, y ellos a las distintas cadenas para mejorar en las encuestas; ellos se lo guisan, ellos se lo comen.

Así, el tal Revilla, el regionalista cántabro que sale hasta en la sopa, nos pone a todas horas ejemplos burdos de cómo gestionar la cosa pública. Para ilustrar sus charlas cita a sus paisanos que le venden el queso o los sobaos. Sus apuntes económicos son de primero de párvulos; sus propuestas políticas, simples e imprecisas, para no pillarse los dedos en un desliz; sus recetas para vivir mejor, puras obviedades. Un tipo que habla por los codos, que escribe libros de autoayuda ambiguos como quien rellena una quiniela y que encima asegura gobernar su comunidad es, sin duda, un pícaro. “Ser feliz no es caro”, “Este país merece la pena” o “Nadie es más que nadie”, son algunos de los títulos que anhelo tener pronto en mis anaqueles. El tipo compite en ventas con las memorias de Bono, un calco suyo manchego que se las da también de pueblo.

Abel Caballero, otro que tal, es un alcalde socialista iluminado que aparece en las pantallas para propagar que él se tuvo que exiliar y que todos los líderes del partido le piden consejo. Él mismo se vende diciendo que es más popular que el presidente Feijóo del PP (yo, yo, yo y más yo). El representante de todos los alcaldes de España por cada aspaviento que realiza se mete un voto en el bolsillo. Es un tipo de verbo encendido que gasta lo que no hay escrito en bombillas para adornos navideños. Este, miren por dónde, también le da por escribir. Lleva, he leído por ahí, publicadas cuatro novelas; también pienso pedírmelas si aún no se han agotado.

Por último, otro ejemplar estrafalario es la presidenta del gobierno de Madrid, toda una mina de oro para los espacios de las mañanas, de la sobremesa y del late-night. Ayuso ha alcanzado cotas de despropósitos difíciles de conseguir para otros políticos más mediocres, sin tantas tablas como ella en el disparate continuo. La glosa a los atascos, las promesas a los no nacidos o sus trivialidades con la contaminación son inigualables. En sus absurdos monólogos provoca hilaridad y estupefacción. Ella sí sabe vivir de la sopa boba. Ha superado con creces a sus predecesoras.

No se apuren. Aparte de estos tres hay muchos otros insignes mandamases (que ustedes y yo conocemos de sobra) que nos venden la moto a todas horas con titulares graciosillos, con contenidos entretenidos, para congraciarse con nosotros y auparse en el lo más alto del escalafón. Son seres ridículos a los que adoramos. Enchufen la televisión, sintonicen cualquier canal y verán a estas eminencias a todas horas pregonando infumables peroratas.

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