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Impasse Podemos

Simón Alegre

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Decir impasse no significa, ni de lejos, insinuar que en esa situación de parón se encuentre la actividad del partido, que sigue constando como frenética. No obstante, parece evidente que, tras los primeros movimientos acertados del naciente partido, se ha perdido gran parte de la iniciativa ganadora que el proyecto atesoraba. No tiene por qué ser un demérito. En las democracias competitivas, las relaciones de poder predominantes son de tipo indirecto; es decir, los demás también juegan sus cartas.

No supone ninguna novedad ahondar en las causas de la sensación de bloqueo que pueda transmitir, actualmente, Podemos, a nivel estratégico. Muchos analistas, con mayor o menor tino, lo han hecho últimamente. Sin embargo, conviene ponderar, en su justa medida y por orden, los factores intervinientes.

  1. Unción de Ciudadanos. Sin duda, la jugada maestra. No voy a replicar los análisis que hacen alusión, vagamente, al “sistema”, como creador de la criatura, tal y como ahora la conocemos. No conozco entidad alguna a la que pueda denominar así. Empero, no cabe duda de que a los poderes fácticos del establishment les interesa sobremanera el rol que juega el partido de matriz catalana. Mina fuertemente el flanco centrista de Podemos y, de paso, echa por tierra, en gran parte, su posibilista política de moderación y pragmatismo. Quienes, desde su consideración centrista, estaban dispuestos a votar a Podemos como castigo a los partidos tradicionales ya cuentan con una opción menos transgresora. De hecho, es una especie de sucedáneo o transgénico, entre los partidos de siempre y los emergentes (por su envoltorio, que es lo que llama la atención del consumidor). Las encuestas recalentadas, la hormonación mediática y la profecía autocumplida hicieron el resto. Más allá de definiciones ideológicas, el efecto del experimento consiste en propiciar una derecha de sustitución para el cíclico periodo de crisis de la opción dominante en este espectro. Se reducen, así, el riesgo de fuga de votos entre bloques ideológicos y, en consecuencia, las opciones de formar mayorías escoradas a la izquierda.
  2. Andaluzas a contrapié. Segunda finta de la vieja política. Microclima no homologable al modelo imperante en el resto de sistemas de partidos (PSOE fuerte y regionalizado, Podemos con facción heterodoxa sobrerrepresentada, sentido inmovilista del voto rural…). El golpe de timón de Susana Díaz, en clave absolutamente electoralista, representa el primer éxito socialista en años, tras una larga travesía del desierto. El PSOE vuelve a considerarse una alternativa y Podemos queda relegado a una posición “tercerona”. El efecto bandwagon se plasma, como era previsible, en las últimas encuestas del CIS, combinado con el escaso desgaste que arrastra Pedro Sánchez y que se hace notar en su alta valoración como líder. Más votos que vuelan, ahora por el centro-izquierda socialdemócrata.
  3. Ganar, ganar y ganar. Cito al Sabio de Hortaleza para constatar cómo se ha venido abajo también el discurso de la única ocasión para la victoria. Los dirigentes construyeron esa estrategia (también sirve una derrota dulce, por delante del PSOE) en base a elementos de juicio, en su momento, certeros. Ahora no, eso fue antes de la canonización de Ciudadanos y las elecciones andaluzas. Los proyectos populistas (entiéndase populismo como una dimensión de la política, no como rasgo peyorativo) necesitan surfear constantemente la cresta de la ola. La rutina los mata, envejecen fatal. En este impasse o transición es en el que nos encontramos ahora. El discurso, a corto-medio plazo, no cambiará en exceso, pero hay elementos objetivos para ir pensando en reformulaciones.
  4. El guirigay de las municipales. Sin lugar a dudas, la atomización y lo abigarrado de las marcas no aportan seguridad (atención también a los errores en los votos). El sacrificio de la marca suprema se justifica en virtud de la imposibilidad de control de la vasta implantación que requeriría la naciente organización. Como trasfondo, se produce el paralelo sacrificio de instituciones (Diputaciones) y territorios, lo cual atestigua la vocación preeminentemente jacobina de la dirección. Un nacionalista periférico votante de Podemos debería ser un oxímoron.
  5. Disidente Monedero. No tanto por la marcha de un componente tan cualificado, la cual tiene su obvia repercusión “telecrática” negativa (con su consiguiente conversión en pérdida de votos). Las críticas de Monedero, sin asegurar la solución al referido impasse, resultan razonables. La estrategia del todo a una carta conlleva solapar el target fundacional con el flotante o futurible y, ante los primeros inconvenientes, saltan, lógicamente, las chispas. Chocan los tempos y las ambiciones: no todos esperan lo mismo dentro –y fuera- de Podemos.

Este incómodo impasse durará hasta que pasen las elecciones autonómicas y municipales y se despeje la incógnita del punto 3. En general, da la impresión de que el personal, aunque nos obcequemos en negar la representatividad de antaño al eje explicativo izquierda-derecha, no está, mayoritariamente, dispuesto a comprar el producto que antagoniza a los de arriba y los de abajo.

¿Después del 24 de mayo? Quizás, un maridaje de las dos líneas de fractura anteriores, con la pertinente chapa y pintura al discurso, abone el terreno para una confluencia a la izquierda del PSOE, en términos más comprensivos y con visos de institucionalizarse a medio plazo.

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