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Inocentes

Josep L. Barona

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El Evangelio de Mateo atribuye a Herodes la célebre matanza de inocentes, niños menores de dos años nacidos en Belén. Pretendía con ello impedir la llegada del mesías judío. Las barcazas de emigrantes africanos recorren hoy el Mediterráneo cargadas de inocentes, mientras el gobierno norteamericano enjaula a los menores de 14 años y detiene a sus padres cuando pretenden entrar en el país. Asistimos a un terrible problema migratorio que somos incapaces de gestionar, un problema que afecta también especialmente a miles de niños desarraigados. Hay que hablar de ellos. En 1904 el gobierno español, a instancias de la Sociedad Española de Higiene publicó una ley de protección a la infancia y persecución de la mendicidad. Hace cien años la protección a la infancia se convirtió en un problema social urgente por el abandono, la delincuencia, las hordas de golfillos delincuentes que vagaban por las ciudades, la prostitución infantil y la sífilis. El asilo de San Juan de Dios de la Malvarrosa acogía entonces a niños lisiados, escrofulosos, raquíticos y tiñosos. Para cualquier sociedad y en todo momento la infancia es y ha sido un grupo social problemático y sensible. Y el paso del tiempo confirma que, ni siquiera en los países ricos y socialmente desarrollados, hemos encontrado una solución al problema de la infancia. Si miramos alrededor, veremos que el conflicto de la infancia (niños vulnerables, explotados laboralmente, vagabundos) presenta rostros incomparables, pero siempre sin resolver. El “problema de la infancia” potenció a principios del siglo XX un amplio movimiento pedagógico, impulsó leyes de alfabetización y educación obligatoria, normas represivas contra la prostitución, casas de acogida, asilos y familias. Frente al abandono y la marginalidad infantil, las palabras clave eran educación y trabajo, lo que se traducía en protección social y familia. Y estas estrategias podían tener en toda Europa connotaciones más o menos laicas o claramente religiosas. Se mire como se mire, la dimensión problemática de la infancia se construye de un modo peculiar en cada momento histórico. Y el nuestro no es una excepción. La pérdida de referentes de autoridad, la desaparición de los arquetipos familiares, la ausencia de valores sólidos, son factores que afectan seriamente a la infancia actual. Diagnosticar hoy el “problema de la infancia” parece harto más complicado que lo era antaño, y el bienestar social o económico no garantiza el desarrollo y la formación. Los potenciales factores formativos son tan fuertes como las amenazas. La salud infantil ya no es principalmente un problema físico o de salud, sino de desarrollo psicológico y armonía social. Necesitamos urgentemente una nueva dimensión pedagógica que trascienda la escuela y la familia tradicionales. Porque la infancia es el futuro y nos la estamos jugando.

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