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King Kong anda suelto por Paris

José Manuel Rambla

Hollywood supo muy pronto que la cotidianidad contiene en su esencia una frágil línea para separar la placidez del horror. La conciencia de esa endeble fronteraserá una de las claves para consolidar los géneros cinematográficos. Cuando la bella Fay Wray es ofrecida en sacrificio por los aborígenes de una desconocida isla, su alarido de pavor ante la visión del gorila gigante nos remite a los códigos del cine de aventuras, cuyas peripecias se desarrollan en espacios remotos, con paisajes extremos y culturas extravagantes. Pero cuando King Kong irrumpe por las calles de Nueva York, el género se transforma en terror al ver reflejada nuestra aburrida cotidianidad en la confiada somnolencia de los pasajeros de un tren, incapaces de imaginar que solo unos fotogramas más adelante les aguarda la bestia.

Como en la película de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, la bestia nos ha sorprendido estos días por las calles de París. Y como en el clásico filme, Francia se ha apresurado a enviar sus avionescontra ella,aunque, en esta ocasión, no se encarame sobre la azotea del Empire State Building, sino que se oculta, nos dicen, en los desiertos de Siria. Sólo que esta vez, nadie está dispuesto a mostrar la más mínima compasiónpues a diferencia de King Kong, que se movía por un instinto amoroso hacia la protagonista, el actual monstruo solo aspira a devorar a la chica, encarnación autocomplaciente de nuestra cotidianidad. O al menos así lo dice el nuevo guión.

Porque la gestión mediática y política de los acontecimientos de París tiene mucho de cinematográfica, de ese juego de géneros que veíamos en el mítico filme. Así,la amenaza sin rostro del Daesh cansada de los sacrificios rituales en exóticos escenarios difícilmente ubicables en el mapa, harta de las producciones de aventuras,aspira a dar un giro a la trama adentrándose por el género de terror y llevando la matanza a la alegre noche de París. Por su parte, François Hollande, con el aplauso incondicional de Pedro Sánchez o Albert Rivera, confía en tranquilizar al auditorio presentando al monstruo como algo ajeno, al que hay que mantener a raya incluso cuando adopta medidas de política interior como esos recortes de las libertades públicas que parecen proyectarse como elementos de un una película de acción donde son imprescindibles los agentes con licencia para matar. Pero, sobre todo, el presidente francés, como el ruso, el norteamericano y la mayoría de sus homólogos occidentales, buscan el aplauso del público recuperando el género de aventuras. De aventuras militares, por supuesto.

En todos los caso, se trata de guiones sólidos, sin cabos sueltos, con éxito asegurado. Y como en el Hollywood de los años 50, las distintas productoras velarán a conciencia porque en el trabajo no se cuele ningún cineasta que no haya superado los interrogatorios del comité de actividades antiamericanas, o antifrancesas, o antiislamistas. Incluso no faltarán voces que justifiquen lo maniqueo de sus tramas como una bienintencionada forma de evitar que el espectador se incline por propuestas cinematográficas de la factoría Le Pen. Sólo hay un problema que ninguno de ellos ha conseguido resolver hasta la fecha: que esto no es ninguna película.

El reciente informe publicado por el Institute Economics & Peace con los datos del terrorismo global en 2014 nos da algunas pistas de ello. Por mucho que el ISIS, en su sobreactuado comunicado propio de una película de serie B, califique a Paris como “la capital de las abominaciones y de la perversión” y que con la misma teatralidad las cancillerías occidentales denuncien el odio a nuestros “valores democráticos”, lo único cierto es que si se realizase un retrato robot de la víctima potencial del terrorismo, sería la de un hombre, una mujer, un niño o una niña de Iraq, Nigeria, Afganistán, Paquistán o Siria, aunque Facebook no contemple la bandera de ninguno esos cinco países como señal de duelo tras un atentado. Desde el año 2000 han muerto en Occidente 3.659 personas,incluidas las víctimas de las Torres Gemelas, Madrid y Londres. A ellos habrá que sumar las trágicas víctimas de París. Solo el pasado año murieron en Iraq 9.929 o 9.213 en Nigeria. Durante 2014 el terrorismo segó en todo el mundo 32.685, sólo 37 de ellos murieron en algún país occidental. Mientras tanto, no faltan estos días quienes justifican por la amenaza terrorista el cierre de fronteras a quienes buscan un futuro o simplemente huyen de la carnicería.

Por otro lado, los datos evidencian que el supuesto terrorismo islámico organizado no es el principal problema de la violencia en Occidente. El 70% de las 234 muertes registradas por actos de terrorismo en Occidente entre 2006 y 2014 fueron causadas por acciones de los conocidos como lobos solitarios, asesinos aislados como Anders Behring Breivik mató en Oslo a 77 personas. El 80% de los atentados registrados en los 38 países occidentales, incluidos los europeos, Estados Unidos, Canada o Japón, no tuvieron nada que ver con el islamismo político radical. Pese a ello, los tambores de guerra insisten en conducirnos prietas las filas hacia tierras sirias, con los mismos redobles que antes nos llevaron antes a Afganistán, Iraq o Libia y con el mismo entusiasmo que antes aplaudimos los golpes de estado en Argelia o Egipto. Demostramos así una implacablefirmeza en la guerra total al terrorismo gracias a la cual hemos conseguido que el número de atentados en el mundo se incremente un 80%.

Tal vez por todo eso va siendo de mostrar nuestro hartazgo ante tantas películas, del mismo modo en que León Felipe mostró su cansancio ante tanto cuento. Agotados por la sangre que se acumula entre cotidianidades que aspiran a ser plácidas en Paris, en Madrid, en Londres, en Kabul, en Beirut, en Al Raqqa, en Faluya, en Basora, en Penshawar, Garawa, en Bentiu, en Fotokol, en Kudhaa y en tantos otros nombres condenados a ser escenarios de exóticos olvidos.

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