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Macron y la gestión de la rabia francesa

Lola Bañón

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Francia abre un ciclo político totalmente nuevo e inestable. Ha ganado Macron, el candidato de las oligarquías y los grandes medios; el hombre al que el último debate televisivo acabó de hacer presidente. Después de la celebración, no obstante, deberá trabajar para conseguir en las legislativas de junio el parlamento con el que deberá gobernar. No lo tendrá fácil, pues más allá de la gran fanfarria mediática que le ha colocado como el salvador del país de los valores; están pasando muchas más cosas de las que encierra la simple confrontación entre el joven triunfador y la ultraderechista: no toda la Francia que ha votado Le Pen quiere la expulsión de los emigrantes; el nivel de resistencia popular al discurso segregador es consistente.

Lo que ha ocurrido es el gran derrumbe del bipartidismo con un hundimiento del socialismo frente a la pervivencia, sin embargo, de la derecha tradicional; una debacle que desarticula también el tejido político de muchos gobiernos municipales en donde pequeños partidos de izquierda se sostienen por el apoyo socialista. La dinamitación de las redes políticas francesas no es una tontería. No obstante, la no presencia de la izquierda en esta segunda vuelta presidencialista no puede hacernos olvidar que algo debe estar gestándose en esta espacio político: Melenchon, de Francia Insumisa, que no pasó a la segunda vuelta (aunque obtuvo el 19,64 por ciento de los votos frente al 19,91 de los republicanos de Fillon, el 21,53 por ciento de Le Pen con el Frente Nacional y el 23,75 de En Marcha con Macron) no ha pedido el voto directo para Macron y es que con calculada inteligencia, prepara el territorio para las legislativas en donde si sus planes se cumplen, se convertirá en su gran opositor y figura más relevante de la izquierda.

En cuanto a Marine Le Pen, es una mujer dura; pero se presenta como protectora de los suyos. No es un perdedora. Ha sido necesaria una unión colectiva para derrotarla. Es el mejor resultado del Frente Nacional en su historia y promete un nuevo asalto para las legislativas. Pero para ubicarla correctamente en el espacio político no hay que olvidar que no toda la Francia que ha votado Le Pen es racista. Ella ha forjado su defensa de lo francés recogiendo las frustraciones de buena parte de la clase obrera. Algunos de sus votantes silenciosos son de origen extranjero. Y el terrorismo le ha ayudado: los atentados de los últimos meses han convertido a algunas personas en victimas por el hecho de ser franceses ofreciendo argumentos para su discurso de la exclusión.

No obstante, esta mujer contra la que ha hecho campaña su propio padre, fundador del partido, no ha estado cómoda en medio de una formación dividida que se puede escindir todavía más ante su intención de aglutinar un nuevo movimiento de cara a junio. Le Pen no ha podido desprenderse de su cuna reaccionaria y en los próximos días posiblemente intentará suavizar la herencia política de su apellido con un discurso más atemperado que decida a aquellos que finalmente no se atrevieron a dar el paso con ella.

Comparto el análisis de la noche electoral con Bastien Faudot, ex candidato presidencial del Movimiento Ciudadano Republicano, y Alberto Arricruz, prolífico escritor y activista, y ambos destacan que lo importante comienza ahora, en la carrera para el control del futuro parlamento. Y en este tramo de los próximos días se verá qué izquierda puede ser capaz de articularse como oposición .

Francia se ha convertido en un episodio repetitivo de las elecciones reactivas, las del voto de la furia, por la extensión de la desigualdad. Los que votaron el Brexit o a Trump en Estados Unidos, tienen en su mente mucho más que el odio racial.

En los últimos años, la apelación a la justicia social y a la corrección de la desigualdad ha trufado los discursos políticos de la izquierda; pero ha arraigado con comodidad y estupefacción en las orillas de los partidos del arco conservador que no solo lo han asimilado sino que además han sabido adaptar de forma muy exitosa su conexión con amplios sectores del electorado. La clase obrera ha sido estrangulada en los países europeos; la masiva desaparición de industrias no ha ido acompañada por protección, la frustración es un fuel insospechado que anda suelto en las poblaciones europeas. En la detección y expresión en el discurso de los problemas económicos en Francia, la extrema derecha ha sido infinitamente más eficaz que la izquierda.

Le Pen no ha superado la prueba y la izquierda ni siquiera la ha podido disputar. Así pues, es Macron quien deberá entender las razones de la rabia y las explicaciones electorales del desencanto galo. Frente a Le Pen y su discurso xenófobo lo ha tenido fácil; pero a partir de ahora muchos le van a recordar que fue ministro, secretario general adjunto del Elíseo y autor de una reforma laboral. Y este es otro gran cambio que marcan estas elecciones: Macron no tiene un partido al uso, es producto de una confluencia de intereses; las grandes estructuras políticas tradicionales han sido castigadas; hasta la propia líder del Frente Nacional formará su propio movimiento de cara a las legislativas. Esta es una cierta inquietud democrática: los partidos se debilitan frente a objetivos de grupos que forzosamente son más incontrolables para la lógica democrática. Macron tiene que montar su sistema. Francia le observa. Toda Europa también.

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