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Monstruos bajo las alfombras

Chus Villar

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Mirar bajo de las alfombras de la Generalitat debe dar mucho miedo, de ahí salen más monstruos que debajo de las camas infantiles. Y algunos se alimentan justamente de niños y no son imaginarios, como la bestia de CIEGSA (este sí que es un monstruo “S.A.”), que se nutría de las carencias educativas de los escolares.

Era un monstruo con poderes sobre-naturales: el de los sobrecostes y los sobresueldos. Un engendro que se movía a sus anchas en el terreno de las obras sin presupuesto, o que se quedaba quieto si convenía no ejecutar, incluso si los proyectos tenían financiación europea, que nunca se supo dónde fue a parar.

Pero CIEGSA no actuaba sola. La galería de los horrores tenía entre sus filas otras S.A. que formaban un terrorífico cártel, a decir de la Comisión Nacional de Mercados y Competencia. Cinco empresas que manipularon las licitaciones para ofrecer ofertas económicas similares en los concursos públicos de obras en centros educativos, que resultaban así más caras.

Sin embargo, de la alfombra aún quedan por salir los responsables de esta historia para no dormir, los creadores de tanto monstruo como anda suelto. Porque alguien dirigió la actuación de CIEGSA y permitió que se pagaran sueldos desorbitados, que se paralizaran proyectos licitados y pagados, alguien pasó por alto las ofertas hermanas y al alza de las constructoras, alguien dejó que se despilfarraran más de 1.000 millones de dinero público.

Ya es hora de que la justicia vaya a la caza de los doctores siniestros de la enseñanza valenciana. Para ello, tendrá que registrar algún inmundo laboratorio político, en el que a la vez que se perpetuaban barracones, se dejaba deteriorarse las instalaciones de obra, se cerraban aulas públicas, se eliminaban docentes, se aumentaban las ratios y se reducía la atención a los alumnos con necesidades específicas, se estaba aumentando el plazo de los conciertos, favoreciendo la escolarización en los centros concertados, financiándolos de forma irregular a través de pagos a “liberados”, en definitiva, adelgazando la red pública a la que supuestamente debían servir como representantes del pueblo para engrosar la red privada.

El relato de terror tenía un argumento bien marcado: bajo el paraguas de la falta de recursos económicos por causa de la crisis se justificaban unos recortes bestiales, cuando en realidad se estaba despilfarrando y desviando dinero que acababa llenando los bolsillos de altos cargos a modo de salarios desorbitados, sociedades constructoras y empresas de la enseñanza que ven aumentar sus matriculaciones a costa del desprestigio de las aulas no concertadas.

Me temo que los inventores de los horripilantes engendros depredadores de lo público no tienen la grandeza moral de Frankenstein, al que asolaban los remordimientos y el temor de que el monstruo que había creado cometiera otra maldad. Estos son más como los que definía John Steinbeck: “para un monstruo lo monstruoso es lo ordinario, ya que cada uno se considera a sí mismo normal. Para quien lleva un monstruo dentro de sí, ello debe de ser aún más tenebroso, ya que carece de signos visibles que le permitan establecer comparaciones con los demás. El que ha nacido desalmado considerará ridículo a cualquier ser atento al dictado de su conciencia. Para un delincuente, la honradez es de tontos”.

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