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Por la República: ayer, hoy y mañana

Ignacio Blanco

Escribo estas líneas hoy, 14 de abril, fecha de resonancias míticas para todos los insatisfechos que queremos cambiar el mundo -empezando por este país mal hecho- y sabemos que no somos ni el principio ni el final de la Historia. Antes del 15M y la “nueva política”, la bandera tricolor fue para nosotros el símbolo más potente de identificación, la expresión de un anhelo de raíces muy hondas, de una emoción que atraviesa generaciones como el Guadiana y volvió a aflorar con fuerza en los nietos de los represaliados. Si la II República tiene tanta fuerza icónica es porque condensa históricamente todas las luchas por el progreso intelectual y social. Con la secularización de la vida pública o el reconocimiento de los derechos de la mujer se removieron los cimientos de la “España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María” que tan bien definió Machado en su poema.

Pero si la izquierda es republicana no es sólo por convicciones democráticas sino fundamentalmente por aspiraciones sociales. El 14 de abril de 1931 las calles se llenaron de gente trabajadora que saludaba un tiempo nuevo que debía acabar con la injusticia y la explotación. Las reformas laboral y agraria eran la esperanza de obreros y campesinos pero una amenaza para los privilegiados, que se rebelaron primero por la vía civil y después por la militar. Pierre Vilar recuerda en su obra “La Guerra Civil Española” las palabras de un empresario a los trabajadores que contrataba en 1934, recién iniciado el bienio negro: “Cinco pesetas al día era cuando vosotros ganasteis las elecciones, ahora que las hemos ganado nosotros son tres pesetas”. Auténtica lucha de clases que se resolvió por las armas. Con la depuración física y legal del movimiento obrero, el régimen franquista aseguró plusvalías extraordinarias a una oligarquía de financieros y constructores que sobrevive felizmente en esta nuestra democracia.

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Mañana, 15 de abril, testificaré en el juicio del caso Nóos, al que aporté una documentada denuncia en la fase de instrucción. Coincidiré en la Audiencia de Palma con un enajenado Francisco Camps, que se libró de la imputación por obra y gracia del TSJ pero tendrá que dar muchas explicaciones como testigo, pues fueron sus delirios de grandeza los que abrieron la caja pública a sinvergüenzas como Torres y Urdangarín. Ver en el banquillo al cuñado del rey y a su esposa, la infanta Cristina de Borbón, será para mí toda una satisfacción personal porque esa imagen simboliza el principio del fin de una época de impunidad. En los últimos años ha ido cayendo el velo protector que cubría las vergüenzas de la familia real –española of course, panameña offshore- y sus príncipes y princesas se han ido convirtiendo en sapos y ranas que mucha gente ya no se quiere tragar. Más temprano que tarde, llegará el día en que el pueblo español exija su derecho a elegir y tendremos otro 14 de abril.

Pero ya he dicho que la izquierda es republicana no sólo por convicciones democráticas sino fundamentalmente por aspiraciones sociales que, en este tiempo de crisis-estafa, se manifiestan en la lucha diaria contra los recortes o los desahucios. Por eso, más importantes que las banderas tricolores ondeadas en los homenajes memorialísticos –seguiremos exigiendo reparación y justicia para las víctimas del genocidio franquista- son las que acompañan con naturalidad las movilizaciones en defensa de nuestros derechos sociales y laborales, víctimas de la rapiña capitalista. Como reconoció el multimillonario Warren Buffet, la lucha de clases sigue existiendo y la van ganando ellos. La principal tarea de los republicanos y las republicanas es precisamente crear conciencia de clase y vincular la lucha por una democracia plena con la justicia social. Porque reivindicar la República es hoy, más que nunca, reclamar “pan, techo, trabajo y dignidad”.

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