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¿Libertad de expresión?: ¿Sí, gracias!

Alfons Cervera

Ya sé que ustedes lo saben. Hace unos días, en Madrid, dos titiriteros fueron detenidos y llevados a prisión. También el motivo seguro que ustedes lo conocen bien: representaban una obra de ficción en que salía un cartel donde ponía goraalkaeta, no sé si por separadas las palabras o escritas así, de corrido, como yo las escribo ahora. Pero da igual si separadas o corridas las palabras, no importa: escritas de una u otra manera, las palabras -según las miremos de una forma u otra- siempre hacen daño. Lo que importa es que los dos cómicos fueron a parar a la cárcel, que ahí estuvieron incondicionalmente unos cuantos días, que la acusación fiscal y la asunción por parte del juez de esa acusación lo fueron por enaltecimiento del terrorismo.

Ahora los dos titiriteros ya están en la calle. En libertad con cargos. O sea, que lo que no sabemos es cuándo ni de qué manera acabará esta historia. Pero a mí me basta con saber cómo empezó. Y empezó mal. O de una manera triste, cruelmente disparatada. La ficción es la ficción, un acercamiento a lo real a través de la invención. Hay quien dice que la realidad no existe: sólo su representación. El mismo Machado iba más lejos en uno de sus poemas: la verdad también se inventa. Los titiriteros hacían teatro, representaban una historia que salía de su imaginación. Eso es todo. ¿Demasiado simple? A lo mejor. Pero, como mucho, igual de simple que lo que hicieron otros: detenerlos y meterlos en la cárcel. Podían hacerlo. El fiscal. El juez. La policía. Otros escribimos. Dicen quienes tomaron esa decisión que ese cartel significaba estar del lado del terrorismo yihadista y el de ETA. Ya ven qué frivolidad: dos al precio de uno. El escándalo cruzó nuestras fronteras. En muchos años no se había visto algo igual. Con la que está cayendo de delincuencia política perfectamente organizada va y a quien meten en la cárcel sin derechos es a dos cómicos. Ni la risa vale en esta democracia que algunos consideran fuerte y absolutamente consolidada. Me pregunto que si esa democracia es fuerte de verdad por qué se vuelve loca cuando un grupo teatral saca un cartel donde pone goraalkaeta. Las respuestas que conozco son las de estos días, las de los medios de comunicación, las de la gente que se dedica a la política, las de algunos miembros de la justicia… A los dos cómicos no se les ha dado la oportunidad de hablar hasta que han salido de la cárcel. Y hablan poco porque la cosa no está para soltar la lengua. Una obra de ficción. Eso hacían en los carnavales de Madrid. Así de simple.

Pero lo que quería escribir es lo que llevo escrito y alguna cosa más. Cuando se produjo la detención, salió al escenario la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. No había visto la obra pero aseguró en esa comparecencia que era deleznable. Añadió algún otro adjetivo, pero me basta con ése. Deleznable. Si no había visto la representación, de dónde salió ese adjetivo. Yo se lo digo: del miedo a lo que dijeran los medios conservadores, la política conservadora, la sociedad conservadora. Mejor que yo, lo dice Foucault: “El poder institucionaliza la pesquisa de la verdad, la profesionaliza, la recompensa. En el fondo tenemos que producir verdad igual que tenemos que producir riqueza”. Por eso, a mil por hora, la alcaldesa Carmena hubo de fabricar esa verdad, la dotó de la doble credibilidad de la institución municipal y de la nueva política, rasgó sin pestañear el velo de los títeres y dejó al descubierto la cruda realidad de la ficción. Su cruda realidad, no la mía, ni la de los artistas encarcelados. Deleznable, podría decir yo de lo que ella dijo y de lo que también, desde esa fábrica de verdad que es el poder, añadieron Carolina Bescansa y otras voces de lo nuevo. Es lo que más me ha turbado en estos días de temblores democráticos. La prisa que la izquierda tiene de contentar a la derecha. La necesidad de que la derecha no se les enfade. La urgencia de adjetivar lo que pasa con palabras que convierten en delito lo que pasa. El poder. Ese poder que, como también decía Foucault de la burguesía -recriminando a Baudelaire-, es a veces, demasiadas veces, “inteligente y cínico”.

La libertad de expresión es ponerse al lado de Charlie Hebdo (chapeau, claro que sí) pero no es defender la de unos cómicos que hacen su trabajo lo mejor que pueden y por eso los contratan. Lo demás son enredos: que si la obra no era para niños (¡dios, pero si era en la plaza pública!), que si la obra era mala, que si patatín y que si patatán. La libertad de expresión no es un brebaje que lo tomamos a conveniencia. O se tiene y la defendemos o no se tiene y metemos en la cárcel a quien consideramos un terrorista, aunque el delito de terrorismo haya sido poner en un cartel, todo seguido o por separado, un galimatías como goraalkaeta. ¿La ley mordaza no la iba a borrar la izquierda cuando llegara al poder? No sé. Sólo es una pregunta. Sólo eso.

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