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PSOE: ¿Nueva ley de memoria o vieja ley de punto final?

Alfons Cervera

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Tenemos a la vista una nueva propuesta de Ley de Memoria. La ha anunciado a bombo y platillo el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en su reciente visita a Valencia. El marco de ese anuncio no podía ser más apropiado: el paredón de la vergüenza, en Paterna. Más de dos mil asesinatos en ese muro a nombre de la victoria fascista de 1939. Hay en el cementerio de la ciudad no sé cuántas fosas comunes. La justicia no quiere saber nada de esas fosas. La voluntad de las familias empuja lo que el Gobierno del PP no quiere hacer: abrir esas fosas a cuenta de los presupuestos generales del Estado. Y también: ir cerrando de una puñetera vez esas heridas que siguen abiertas desde que los vencedores de la guerra impusieron el horror sobre la derrota republicana.

Ha habido ya tres leyes de punto final en nuestro país. La Ley de Amnistía de 1977, la Constitución de 1978 y la Ley de Memoria de 2007, la famosa, esquelética y sin garantías de cumplimiento que se promulgó en tiempos de Rodríguez Zapatero. Ahora tenemos otra en perspectiva. Leo lo que dice Pedro Sánchez y me vuelven las dudas. Bastantes dudas. Muchas aspiraciones contiene su propuesta: presupuestos públicos para las exhumaciones, comisiones de verdad, anulación de los juicios sumarios, reconocimiento como víctimas de los niños y niñas robados durante el franquismo, nuevo destino para el Valle de los Caídos… La primera duda es cómo se va a negociar la aprobación de esa nueva ley. La de Rodríguez Zapatero se negoció con el PP y el PP la rebajó hasta los límites que le dio la gana. Lo que vino luego ya es tristemente conocido: esa ley no la cumple ni dios. Y no pasa nada. Un cachondeo, vamos. En esta ocasión y buscando el consenso, con quién se va a volcar el PSOE: ¿con la izquierda o con la derecha? Una duda sideral me asalta. A ver dónde mira Pedro Sánchez en esa negociación. A ver.

Y otra duda más grande que tiene que ver con Argentina. Hace unos días celebramos una noticia bomba: la justicia argentina condenaba a cadena perpetua a 29 de los principales responsables de los vuelos de la muerte. Los vuelos de la muerte: meter en un avión a miles de opositores políticos y lanzarlos a las aguas del Río de la Plata. Casi treinta mil desaparecidos en los siete años que duró la dictadura de las Juntas Militares. Ahora mismo hay casi medio millar de militares detenidos y otros tantos están siendo juzgados. En Argentina hubo leyes de Punto Final y Obediencia debida. Pero llegó Néstor Kirchner a la presidencia del gobierno y las anuló. Dio paso, así, a las detenciones de torturadores y asesinos que convirtieron los años que van de 1976 a 1983 en una macabra y terrorífica carnicería. Aquí aplaudimos lo que está haciendo la justicia argentina con los responsables de la dictadura. Sí, a alguna gente y a algunos medios de comunicación se les ponen rojas las manos de tanto aplaudir, pero esas mismas manos se quedan quietas cuando se trata de exigir a nuestra justicia que los jerarcas del franquismo y sus torturadores a sueldo se sienten en el banquillo de los acusados. Muchos de esos jerarcas y torturadores han muerto, pero su memoria y la memoria del horror que provocaron siguen vivas. Y ojo: aún quedan vivos bastantes de aquellos jerarcas y de aquellos torturadores. Y aquí la duda: ¿contempla la propuesta de Pedro Sánchez esa posibilidad, la posibilidad de hacer lo que están haciendo en Argentina, la posibilidad de sentar en el banquillo de los acusados a quienes decidieron la detención, tortura y muerte de tanta gente que perdió la guerra y fue detenida, torturada y asesinada desde el primer día de la victoria franquista, incluso desde primer día de la guerra? No lo sé, pero creo que la nueva Ley de Memoria anunciada por Pedro Sánchez no contempla nada de eso. ¿O sí? Creo que no.

Y la última duda, de momento. ¿Qué va a pasar con la exaltación de la dictadura, del propio dictador y de sus símbolos? ¿Contempla el articulado de la nueva ley el enjuiciamiento de esa exaltación? Lo acabamos de ver en la figura del propio presidente del Gobierno. El otro día Mariano Rajoy ensalzaba públicamente a Salvador Moreno, un militar gallego que tenía una calle dedicada en Pontevedra. Ese militar fue uno de los golpistas y ministro de Marina en uno de los gobiernos de Franco. El ayuntamiento de la ciudad -en cumplimiento de la Ley de Memoria- cambió el nombre de la calle por el de Rosalía de Castro. Pero Rajoy presumió hace unos días, en un acto público, de incumplir esa Ley de Memoria: él sigue llamando a esa calle, que es la calle donde vivieron él mismo y su familia cuando residían en Pontevedra, con el nombre del militar golpista. Claro que no me extraña que Rajoy se sienta a gusto con la dictadura franquista y sus símbolos. Lo que me extraña -aunque cada vez menos o casi nada, esa es la verdad- es que al propio presidente del Gobierno se le hinche el pecho de soflama franquista y no le pase nada. De ahí, la duda que me acerca la propuesta memorialista de Pedro Sánchez: ¿qué va a pasar con la exaltación del franquismo?

En fin: dudas y más dudas por todas partes cuando hablamos de memoria histórica que a mí me gusta llamar memoria democrática. El anuncio a bombo y platillo de la nueva Ley de Memoria que acaba de hacer Pedro Sánchez en nombre del PSOE es una declaración de intenciones. Lo digo desde ya mismo: sé que no se va a parecer ni de lejos a la que ha sentado en el banquillo a la dictadura argentina. Sé que no pasará nada cuando a alguien se le llene la boca de alabanzas al franquismo. Sé que en este país va a ser difícil avanzar en la justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición que se debe exigir a nuestras políticas de Estado en asuntos de memoria democrática. Sé que a lo mejor me equivoco. Ojalá que sí, ojalá me equivoque. Pero siempre me acuerdo de aquel verso de Gil de Biedma que retrataba amargamente el final de la guerra civil: “Media España ocupaba España entera”. Y cuando me acuerdo de ese verso, me viene a la cabeza una infeliz constatación: aquella media España de la victoria fascista sigue ocupando, tantos años después, España entera. ¿O no?

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