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Pudimos ser nosotras, las que buscamos refugio

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Micaela Lafratta

¿Qué es lo que nos pasa que cuando nos piden ayuda nos damos la vuelta y preferimos ignorarlo? Esta pregunta me rondó en la cabeza el otro día, cuando viendo la televisión con una amiga apareció una noticia sobre Proactiva Open Arms en la que se contaba de manera sorprendentemente extensa la crisis de refugiados provenientes de Libia. Mi amiga miró toda la noticia impactada, con el corazón en el puño. Cuando terminó, me dijo: “Qué fuerte que esté pasando esto, ¿no?”. Suspiró, y se fue. Sin más.

De esta experiencia aprendí algo: estamos insensibilizados Si no me afecta, no me muevo. Pobrecitos los refugiados, pero qué mal me hace verlo, mejor cambio de canal. ¿De dónde viene esa reacción? ¿Tan poco nos importa que damos la espalda antes de que nos afecte más de lo necesario?

Según datos de ACNUR, 65,5 millones de personas se encontraban desplazadas forzosamente a finales de 2016 y, sin ir más lejos, un promedio de 20 personas por minuto huyó de sus hogares. Y recalco el huir, porque todo el mundo tiene la impresión de que las personas que buscan refugio llaman a las puertas de Europa por amor al arte.

Porque les encanta abandonar su vida, su familia, sus amigos, su trabajo y todas sus cosas, para venir a la frontera de Europa a suplicar que les dejemos entrar y no morir congelados en vez de bombardeados.

Y, mientras tanto, cerramos las fronteras de Europa y la convertimos en un búnker para protegernos, ¿de qué? ¿De ese imaginario que nos creamos o que nos quieren hacer creer? ¿De esa asociación de los refugiados con el terrorismo? Una asociación con la invasión externa, evidentemente, imaginaria. Sin embargo, ese miedo al Otro sigue latente y los movimientos políticos de ultraderecha bien se han aprovechado de ello para ganar votantes.

Nadie se ha parado a explicarnos qué pasa de verdad, cuál es el contexto para entender quiénes son esos Otros que nos dan tanto miedo, y de qué huyen- que, irónicamente, son esos mismos terroristas que tanto miedo nos dan y con los que les identificamos injustamente-.

Y ante todo el panorama, los políticos mueven los hilos en Europa y quienes no se han radicalizado aún, no hacen nada por miedo a perder a sus votantes. Las medidas no dejan de ser remiendos a un problema mayor que se intenta parchear para dar sensación de “estamos haciendo algo”.

Es más fácil vender medidas punitivas a los votantes que encontrar soluciones reales más allá de los cuatro años de legislatura para no perder votos. Es mejor hacer acuerdos con países terceros que acoger a quienes necesitan ayuda para combatir ese sentimiento de invasión.

Pero os voy a contar un pequeño secreto. Si Europa hubiera cumplido las cuotas prometidas- que es evidente que no ha habido ni hay intención de cumplir-, la distribución de todos los refugiados en Europa hubiera tenido un impacto ínfimo.

Si ponemos barreras, no van a impedir que intenten saltarlas, porque es más peligroso quedarse en el conflicto que intentar saltar una valla o cruzar el mediterráneo pagando a las mafias cantidades desorbitadas. El negocio existente detrás del cierre de fronteras es incalculable.

Por eso ahora es más importante que nunca saber el contexto, pero el contexto de todo. Para entender cómo empezaron sus conflictos, qué tuvimos los europeos que ver y saber si nuestra percepción se corresponde a la realidad.

La inversión en ayudas a las personas refugiadas sería mucho más efectiva si se utilizara en informar a la ciudadanía a través de los medios de comunicación públicos, evitando la radicalización de ideas y desmintiendo bulos; así como en educación para la integración de quienes vengan bulos. Lastimosamente se invierte mucho más en la externalización de servicios para acabar con el problema antes de que llegue a Europa. Un servicio nada barato. No nos dejemos engañar. En 15 años, Europa ha gastado en crear su fortaleza y en expulsiones unos 13.000 millones de euros, según datos de The Migrants’ Files.

Nada va a cambiar si seguimos la tendencia actual. Ellos y ellas seguirán muriendo, nos indignaremos durante cinco segundos para, seguidamente, cambiar de canal. Que no nos falle la memoria histórica. Hace no tanto eran españoles y españolas quienes huían del franquismo a países de Latinoamérica o de la pobreza al resto de Europa, pero hemos perdido la sensibilidad, la empatía por el otro. Ahora que tenemos que acoger. ¡Que del problema se encarguen otros!

Nadie elige dónde nace ni tampoco si su país entra en guerra. Huyen médicas, carpinteros, abogadas, ricos, pobres, embarazadas, niños. Toda la población. Nadie es inmune a las balas. ¿Quién nos ha otorgado el poder de decidir quién tiene derecho a vivir y quién no? No nos confundamos, quienes huyen podríamos ser nosotras. Entonces así, sí ¿no?

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