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Recentralización y un mojón

Amadeu Mezquida

Últimamente nacen y se reproducen las opciones políticas a izquierda y derecha, como si de rebollones en otoño se tratara. Uno de los últimos en irrumpir en escena es Vox, el partido de Ortega Lara; autoproclamado de centro-derecha liberal, como si no supiésemos ya lo que de dicha expresión se desprende: Seta venenosa, no tocar. Y no han tardado nada en demostrarlo. Proponen abiertamente la eliminación de las autonomías. Si he de ser sincero, a los del ‘centro-derecha liberal’ los prefiero así, cuando van de cara. Pues es sabido que lo de cargarse el autogobierno no es nada nuevo. Otras setas con otros colores, en magenta o en azul, apuntan en la misma dirección y al final el rocío acaba por desteñir y mostrar el rojigualda que llevan dentro.

UPyD habla de vaciar las autonomías de competencias, el PP de un estado autonómico insostenible. Entre vaciar de competencias y eliminar, tampoco hay tanta diferencia. Rojigualda. Rojigualda al fin y al cabo. Resulta curiosa la incoherencia permanente, por un lado apelan siempre a la constitución y sus consensos pero ¿a caso la descentralización política no es una pieza clave de la España del 78? ¿No es uno de sus principales logros?

Dirán que no o que sí. Da igual. Su conclusión acaba siendo siempre la misma: Existe una descoordinación evidente entre las comunidades autónomas, existen duplicidades que cabe eliminar, quien paga los platos rotos al final es el contribuyente. Y con este color de racionalidad impoluta revisten el hongo rojigualda para hacerlo más apetecible.

Pero déjenme que haga un paréntesis y les hable de El Mojón. El Mojón es un núcleo urbano dividido entre dos municipios: Pilar de la Horadada y San Pedro del Pinatar. En el año 2006 el ayuntamiento de San Pedro del Pinatar decidió colocar unos postes en la parte de El Mojón que pertenecía a Pilar de la Horadada, desatando así un conflicto territorial que iba mucho más allá del ámbito municipal, pues resulta que Pilar de la Horadada es un municipio valenciano y San Pedro del Pinatar pertenece a la Región de Murcia. Sobre el conflicto se pronunció la Universidad de Alicante, el Ministerio de Administraciones Públicas y, finalmente, la Audiencia Nacional, quién acabó por darle la razón a los valencianos. Una vez, el entonces presidente Camps fue preguntado por esta cuestión que afectaba a las fronteras de su comunidad autónoma, su respuesta fue tan clara como sintomática: “Es una cuestión que tendrá que resolver la Justicia, nosotros no contamos con los instrumentos políticos necesarios para resolverla”. No existen instrumentos políticos. Pero ¿de qué instrumentos hablaba el president? ¿Un Senado que actúe como verdadera cámara territorial? ¿Un órgano estable de presidentes autonómicos? ¿Órganos sectoriales de consejeros autonómicos? ¿Capacidad para celebrar cumbres bilaterales entre comunidades autónomas donde se puedan tomar acuerdos sin pasar por Madrid?

Pero algunos no quieren ni oir hablar de instrumentos de coordinación. Los del centro-derecha liberal aplican su máxima: muerto el perro muerta la rabia. Sin comunidades autónomas no hay descoordinación. Aunque ello suponga desestabilizar (aún más) la precaria estabilidad del modelo de Estado, aunque suponga dinamitar el espíritu de la constitución. Los defensores de España y la constitución proponen dinamitar ambas, volver a la Una, Grande y Libre y todo por… ¿simples problemas de descoordinación y duplicidad de competencias? Y voy más allá, teniendo en cuenta que las competencias en educación y sanidad están transferidas a las comunidades autónomas y el gobierno central se reserva solo las funciones de coordinación, ¿quién está haciéndolo mal? ¿El que debería coordinar y no lo hace o los descoordinados que no cuentan con instrumentos? ¿A qué carajo destina el gobierno central los miles de millones de euros de los ministerios de Sanidad y Educación si su única misión, la de coordinar, no la están ejerciendo?

Y luego está el tema de la duplicidad de competencias, el Estado central actúa con un cinismo supino al apuntar hacia otro lugar cuando de invasión de competencias se trata. Para ejemplo la ley de costas. O la reforma local. O las muchas competencias que los diversos estatutos confieren a las comunidades autónomas y que desde el gobierno central se resisten a ceder. Y es que en el discurso de la recentralización hay mucha demagogia. Mucha demagogia y mucha ideología. La máxima de muerto el perro muerta la rabia cae por su propio peso cuando resulta que el amo del perro adolece de la misma enfermedad. Gestiona mal, coordina mal, invade competencias y para más inri, no crea instrumentos para dejar que los otros se coordinen. Eso sí, ahora que las cosas vienen mal dadas: setas rojigualdas para el personal.

Pensándolo bien, ya no se trata únicamente de ideología, es algo mucho más profundo, algo que tiene que ver con el poder. Me he dado cuenta en los últimos días, con motivo de la (vieja) nueva ley del aborto. El presidente de Extremadura (PP) se posicionó en contra y entonces lo vi claro. Las comunidades autónomas y sus gobiernos tienen poder, o al menos creen que lo tienen. Suficiente poder como para que un señor del PP de una autonomía como Extremadura, se sienta suficientemente fuerte como para romper en público y sin tapujos la disciplina de partido y le envíe un recadito al presidente del gobierno central. Esto, desde el punto de vista del ‘centro-derecha liberal’ no es moco de pavo. En un Estado como debiere, la separación de poderes permitiría que el poder legislativo y el judicial forzaran al ejecutivo a sentarse a renegociar las condiciones de la ley. Pero en España ya se sabe, solo necesitas una mayoría absoluta inflada y te conviertes en el rey-sol. La separación de poderes no existe. Existen en cambio las moscas cojoneras. Los gobiernos autonómicos. Que se te plantan a la mínima o te dan garrote cuando pueden, aunque sean de tu mismo partido. Son, a día de hoy, el único contrapoder institucional que queda ante la hegemonía de un gobierno central a la austrohúngara. Su desaparición nos dejaría en manos de un gobierno central todopoderoso. No es cuestión únicamente de ideología, no es la nostalgia de la Una, Grande y Libre lo que más espolea el discurso recentralizador; es la acumulación de poder a la que nos quieren abocar, el blindaje del poder del gobierno, fruto de una visión de la discrepancia como un problema a erradicar. Por encima de la constitución y de la propia naturaleza plural de España si hiciera falta. El exiguo poder autonómico molesta, es el último escollo y por eso sentencian que el perro debe morir. Aunque el perro lo gobiernen ellos, aunque la descoordinación sea culpa del que coordina, aunque no cuenten con instrumentos ni para repartirse un mojón.

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