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Año 2030

Xavier Latorre

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Iba a comprarme un calendario de pared para el año próximo, en plan anticuado, cuando le pedí al dueño de la papelería si tenía ya a la venta el del 2030. Extrañado preguntó el porqué. Le expliqué que nuestro presidente de Gobierno ha diferido hasta esa fecha muchas de sus políticas. Lo  suyo es esperar, sentado en la Moncloa, a que amaine lo que sea como sea: los presupuestos enquistados del año que viene; el traslado del cuerpo putrefacto de Franco a un nicho corriente; las maniobras, previstas o imprevistas, calculadas o azarosas, en el aparato judicial; o la tensión no resuelta con los catalanes (algunos sondeos de opinión pronostican que el número de independistas por metro cuadrado sigue al alza). El único respiro que se ha dado el presidente últimamente es el del déficit hídrico. Estos meses hemos tenido abundante agua para todos, sin gastarse la Generalitat ni un duro en manifestaciones de pago. España, al menos en el Corredor Mediterráneo, ya no tiene sed, aunque tenga unas penosas comunicaciones por tren.

Todo queda postergado, aplazado. Partido a partido; el domingo, Andalucía. Con los 84 diputados de a bordo de la nave parlamentaria socialista, algunos de ellos con ganas de protagonizar un motín en cubierta al menor descuido, poco más se puede hacer. El profeta Sánchez capea el temporal con utopías, el presidente del gobierno sobrevive a base de anuncios futuristas, con proclamas de ciencia ficción, como si en vez de un telediario fuera a durar una eternidad en el cargo.

El presidente socialista se libra de milagro de temas que le quemarían a cualquiera, como el de Gibraltar posBrexit. En cuanto remite el temporal por un tema crucial y envenenado, Pedro Sánchez saca brillo a su bola de cristal y se pone a vaticinarnos un futuro brillante, sugestivo, con el cambio horario ajustado por fin al meridiano que nos atraviesa las entrañas de nuestro mapa. Nos certifica que viajar por autopista a un valenciano le puede salir algo más barato; igual gratis, si Ábalos se pone firme con Florentino Pérez. Pedro Sánchez es el presidente perpetúo, el presidente del mañana. Hoy, de momento, vamos tirando con los presupuestos de Rajoy si finalmente los prorrogan y con algunas leyes maquiavélicas del PP que la aritmética parlamentaria es incapaz de derogar o modificar. De momento todos quietos. 

El reto es 2030. Ese sí que es un plan ambicioso. Para entonces la bancada socialista será, suponen, más numerosa y los proyectos de verdad, reforma constitucional incluida, podrán salir adelante sin contratiempos. Los coches contaminantes habrán pasado a la historia del automovilismo y todos respiraremos un aire mucho más limpio. En 2030, el Mundial de Fútbol se celebrará en Marruecos (Felipe González estará encantado con ello), Portugal y España. Para entonces, igual hay otro himno, compuesto por Rosalía, más conciliador, con el que sintonice más gente, al que nadie tenga ya ganas de silbar y puede que a lo mejor tengamos a otro rey emérito más en nómina para lucirlo en el palco o una presidenta de la República que ya toca.

Lo que si es seguro es que el presidente será el propio Sánchez. El 2030 lo tiene programado al detalle, minuciosamente. El nigromante líder socialista sabe más del mañana que del presente. Cuando se lo permite la oposición, y el día se levanta tranquilo y sin sobresaltos, nos dibuja el futuro, juega a vidente y se transfigura en un Asimov de rebajas. Su jefe de gabinete, y presidente mercenario a la sombra, Iván Redondo, le ofrece continuamente munición vanguardista de sobras. En 2030, vaya usted a saber, los vaticinios no se cumplirán, pero al menos los anuncios futuristas en la prensa nos están ayudando hoy a evadirnos un buen rato de tanto realismo pesimista.  

 

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