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Nada nuevo

Xavier Ribera Peris

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 “Amor, vèrtex triomfal, poderiu nostre,/

guaitem als quatre vents. ¡Ajuda!/

Vencerem la paor que glateix fonda/

si lluitem tots a una“

Matilde Llòria (Tots a una),1960

Confieso que, por mucho que se empeñe el concejal socialista de València Emiliano García no tengo nada que ver con las dificultades por las que atraviesa el Consell que preside Ximo Puig. Es mérito propio. En este “levante feliz”,  se esfuerzan en que pasemos del periodismo valenciano al toledano. De noches insomnes con bronca cruel y navajeo ramplón. Vuelven bravatas e improperios sobre cómo se ha de pensar y escribir. Lecciones no solicitadas de cómo y qué se debe opinar. Los periodistas saben que no han de actuar contra el consabido precepto de la profesión: perro no come carne de perro. En otro tiempo se estilaban “accidentes”, por los que un sicario rompía las piernas del maldito a bastonazos. Ahora, como ocurría en los rigores de la Inquisición, lo que priva son los sambenitos. Nunca he interpretado la libertad de expresión que se define a sí misma: cada cual escribe y opina lo que quiere. Los librepensadores lo tenemos claro.  Confirmo que escucho silbar balas. No es la primera vez, sino una constante. Vuelven a arreciar.

Contra ti, lector

Nunca  dejaron de proliferar las ráfagas en este país de censores de pacotilla con ansias inquisitoriales. En mi familia lo tenemos claro desde que mi abuelo, José Ribera García, acabó sus días, a los 56 años, acribillado por la espalda, en una cuneta en Guadassuar, el 28 de octubre de 1936. Hemos pasado a los polemistas y pendencieros que, en ayuno de notoriedad, pretenden repartir credenciales acerca de quién es o no periodista. Si ha de  escribir recto o portar pluma roja en la oreja. Hay especialistas en broncas y amenazas con la bilis afilada. Ignorantes, saben menos de la mitad. Que los lectores lo tengan claro: quienes lanzan dardos, ponen zancadillas o quitan la silla cuando te vas a sentar, son matones a sueldo. Van contra los lectores. Quieren acabar con la pluralidad. Pretenden silenciar para ser los únicos que opinan y emborronan papel. Van directos a restar voces y criterios. Al tiempo dogmatizan, aunque para conseguirlo traicionen los principios volubles que les convinieron y nunca respetaron. Son mercenarios. Los del pensamiento único y de la mafia mediática. Ahora asedian versos sueltos que presumen desasistidos. Pierden el tiempo.

Censura

No hay novedad. Padecí en mis artículos y entrevistas la censura previa franquista. En los últimos estertores de la dictadura me llamó el Delegado-- comisario de Información y Turismo--, porque en mi “ignorancia” el golpe de Estado del general Franco no había sido una sublevación sino un “alzamiento”. Por esa vez me perdonó la vida. A mí y a mis diez redactores. Los “liberales” de UCD, por orden  conjunta de Fernando Abril-Jaime Lamo de Espinosa, con infraestructura valenciana —que algún día desvelaré-, amenazaron en su casa al presidente de la Federación Española de Exportadores de Cítricos, Federico Lis Ballester, con “organizarle” una inspección de Hacienda, si no retiraba el escrito que iba a aparecer en los periódicos contra el paso de naranjas marroquíes por  territorio español, camino de los mercados europeos. Un traidor era el  chivato de la inminente publicación del alegato que se gestionó  a través de Publipress. La agencia que dirigía el veterano periodista –¿o no lo era tampoco según el decálogo “tortolino”?— Vicent Ventura Beltrán, perseguido y confinado. Vicent, víctima del “libérrimo” periodismo doméstico –Las Provincias,  prensa del Movimiento Nacional, Jornada , Hoja del Lunes-- que imperaba en la ciudad de València, estaba vetado en todos los periódicos, excepto en el semanario económico València-Fruits y en la prensa de Madrid y Barcelona.

Profesión de riesgo

Nada nuevo. En 1996 fui despedido de la Cámara de Comercio de València por expresar mi opinión en la prensa. Tan ilegal e injustamente actuó su presidente, Arturo Virosque, con prevaricación, que cuatro años después perdieron el pleito, de naturaleza política, con sentencia de readmisión. La indemnización correspondiente la pagó la Cámara de Comercio por cuenta del Consell del PP presidido por Eduardo Zaplana. Especialista en listas negras que manejaba su escudero, Pedro García, hoy procesado. Más adelante Virosque me amenazó en su despacho, ante testigos, de que me tendría que ir de València. Por escribir un artículo en El País, sobre el expresidente en la Cámara de Comercio (1988-1995), José Enrique Silla. Sin establecer parentesco.

Siglo XXI

Más contemporáneo, el expresidente del Consell Jurídic Consultiu de la CV, Vicente Garrido, intentó amedrentar con una querella imposible y el exconseller de Sanitat del PP, Manuel Llombart, subarrendó una garganta profunda para atemorizar. Tiempo atrás, Ignacio Santana, amigo de dobles filos, me regaló un opúsculo –Contra periodistas de Màrius Carol, maestro de citas— que es una letanía barata de frases ajenas para denostar la profesión. Siempre me chirrió aquel regalo dedicado y con retranca. No son nuevas las consejas y advertencias de los cubículos del poder y los matones. Del Palau de la Generalitat, de los lobbies, de las sacristías, de los engreídos, de la basca mediática. Desilusiona lo de siempre: la miseria argumental y patológica de quien busca  pelea porque no se soporta a sí mismo.

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