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Los alimentos transgénicos y el hambre

Josep L. Barona

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El 16 de octubre de 1945, representantes de treinta y cuatro naciones firmaron la Carta de la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO). John Boyd Orr, científico escocés experto en políticas de alimentación, fue nombrado su primer director general. Había sido Carnegie Researcher en fisiología y durante la I Guerra Mundial luchó contra la malnutrición, el hambre y el deterioro físico de los soldados como médico del ejército británico. Tras la guerra fundó el Rowett Institute en Aberdeen. Sus investigaciones culminaron con la publicación de Food, Health and Income (1936), un informe de gran impacto, donde revelaba que un tercio de la población británica mostraba signos de desnutrición crónica. Sus informes y argumentos sobre los efectos negativos de una dieta deficiente se convirtieron en fundamento de la política alimentaria británica durante la II Guerra Mundial.

A pesar de su prestigio, su labor como director general de la FAO fue fugaz. Razones políticas le hicieron renunciar solo unos meses después del nombramiento. En 1946 se había fundado un International Emergency Food Council bajo los auspicios de la FAO para hacer frente a la crisis alimentaria de posguerra y aprobar un programa mundial de alimentos. En su reunión de Washington (1946) la FAO aprobó crear un World Food Board (WFB), Consejo Mundial de Alimentos, para regular los excedentes y evitar el desabastecimiento ante la evidencia de que ya había una desnutrición crónica mundial de unos 1.000 millones de personas antes de la guerra y en posguerra sería mayor. Pero su propuesta fue rechazada y ni Gran Bretaña ni Estados Unidos la apoyaron. Entonces entendió que la FAO no podía contribuir a la paz mundial sin el apoyo de las grandes potencias y sus intereses comerciales. Dimitió como director general y en 1949 fue galardonado con el premio Nobel. Boyd Orr fue un ferviente luchador por el internacionalismo y la gobernanza mundial. La propuesta que Boyd Orr presentó a la II Conferencia de la FAO de Copenhague (1946) tenía por objeto evitar una dramática caída de los precios agrícolas y de los salarios, una crisis económica general y un rápido aumento del paro. Pensaba que los alimentos son algo más que una simple mercancía, y proponía regular el comercio internacional para erradicar el hambre mediante créditos a los países.

Se trataba de garantizar un mercado mundial de excedentes a precio estable para proteger el abastecimiento de los sectores con menos ingresos. Una política a largo plazo tenía que conciliar los intereses de la agricultura, el comercio y la salud pública, lo cual solo era posible si la producción se coordinaba a escala mundial.

Desde entonces han cambiado mucho las cosas en la producción de alimentos, pero las crisis de hambre persisten. La investigación y las políticas nuticionales han aportado importantes beneficios médicos para enfermedades carenciales, han generado alimentos funcionales, estudios sobre la dieta y un largo etc...

¿Qué es entonces lo que impide que todo ello beneficie al conjunto de la humanidad sin exclusión? La respuesta es bien sencilla. La tecno-ciencia de la alimentación se nutre de investigaciones que generan productos para el mercado, patentes y beneficios comerciales e industriales. La campaña orquestada contra Green Peace con el patrocinio de la industria interesada en promover los organismos genéticamente modificados (OGM) y el coro de premios Nobel se fundamente en una demogagia manipuladora y falsa: la de paliar el hambre. El arroz dorado no estará al alcance de quienes por su condición de pobreza sufren carencias de vitamina A. Esos no podrán pagarlo, aunque llene los supermercados y las despensas de consumidores de países ricos que no lo necesitan. Tras la polémica suscitada por la amenaza del virus del zika durante los Juegos Olímpicos de Brasil, hace unos días varios laboratorios anunciaron su renunica a desarrollar una vacuna porque, previendo el desarrollo de inmunidad natural entre los nativos, el proyecto carecerá de mercado. Aun aceptando los beneficios potenciales del uso de organismos genéticamente manipulados, argumentar que los OGM son la solución para el hambre en el mundo, sacar a escena un coro de científicos ilustres y poner en marcha una campaña sucia contra Green Peace, presentándola como una secta mística de culto a la naturaleza, contraria al progreso científico es una campaña de manipulación inaceptable. El incidente pone de relieve, una vez más, la necesidad de una investigación científica pública, que no esté gobernada únicamente por el mercado, sus intereses y sus siervos.

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