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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El buen sindicalista

Chus Villar

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Yo conocí a un sindicalista bueno. No desviaba fondos, no era un vago, ni un impostor ni un vividor. No se plegaba a los intereses del poder, no era un vendido ni un cínico. No buscaba cargos, ni retribuciones, ni prebendas. No ignoraba a los parados, no pensaba que había trabajadores de primera y de segunda.

Al principio sentí perplejidad: no era como muchos dicen ahora que son los sindicalistas. Mi extrañeza inicial se deshizo rápidamente, igual que el terrón de azúcar del café con leche que me invitó a tomar al sol el día que nos presentaron.

Yo conocí a Gerardo Ferrnández Asenjo. No tanto como sus compañeros, ni por tanto tiempo, pues cuando nuestras vidas se cruzaron, a la suya le quedaban menos de tres años. Yo no lo sabía entonces, claro, y tampoco podía sospecharlo: nadie hubiese dicho que su corazón, siempre activo, latiendo al mismo ritmo que su cerebro lleno de nuevas ideas, iba a pararse de repente un 14 de junio de 2013. Aún resistió 46 días más este hombre excepcional de 69 años que nunca se jubiló, pues tras sus 38 años y 23 días de servicio público como maestro (como a él mismo le gustaba recordar), siguió colaborando incansable y eficazmente con su sindicato, la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE) de UGT–PV.

Enseguida pude comprobar por qué Gerardo era una fuente de inspiración, respeto y admiración para sus compañeros, que me habían hablado de él antes de encontrarnos; y por qué habían querido que fuera, tras su jubilación, su presidente de honor, y por qué habían creado ese nuevo puesto honorífico para él. Por eso entiendo perfectamente que se nieguen a despedirse de su amigo y que el próximo 10 de febrero, en el Aula Magna de la antigua Universidad de Valencia, en un reciento dedicado a eso que tanto apasionó a su compañero, la educación, vayan a rendirle un homenaje.

Porque yo conocí en persona a Gerardo, pero sobre todo supe cómo era por lo que decían los demás de él, pues en un país en el prodigamos los elogios a las personas cuando ya no están pero nos cuesta reconocerles los méritos en vida, es muy significativo que todos coincidieran antes y después en destacar su capacidad de trabajo, su compañerismo, su ética y su honradez.

Dicen de él que era como el sindicalista del que habla Ernesto Sábato en su libro “La resistencia”, que cuando, medio muerto de hambre en la calle, se le preguntó por qué no había usado para comer el dinero que tenía en el bolsillo, contestó que ese dinero era del sindicato. También cuentan que Gerardo siempre repetía: “aquí se defiende igual a la limpiadora de un colegio que al catedrático de un instituto”.

Gerardo era de esas personas que te contagia su dinamismo, su positividad, que se transmite su experiencia permitiéndote que la integres con la tuya. Nos hizo coincidir mi modesta colaboración en un proyecto de FETE que le apasionaba, la recuperación de la memoria sobre los maestros y maestras de la II República. Un proyecto que, por cierto, incluía un documental sobre las maestras republicanas que acaba de ser nominado a los Goya.

Él había investigado a fondo y plasmado en un libro la depuración, silenciamiento y asesinato de los docentes de la República en esta región. Divulgador concienzudo e incansable, también reflexionó en sus obras sobre los medios de comunicación y cómo llevar a ellos el mensaje de las organizaciones sociales. No erraba Gerardo en insistir en esta línea, hoy más necesaria que nunca, dado que la feroz campaña anti sindicatos gana adeptos por momentos, tristemente ayudada por la existencia real de ovejas negras en sus filas.

Las grandes organizaciones que representan a los trabajadores tienen que explicar mejor por qué son necesarias y comunicar todo lo que consiguen día a día, pero no bastará con el mensaje, también tendrán que cambiar ellas mismas: limpiando sin remilgos donde haga falta, con más transparencia, una estructura más simplificada, más democracia interna, renovación de puestos directivos sempiternos, incrementando la fortaleza de la defensa de trabajadores y desempleados.

Gerardo lo tuvo claro desde el principio. Creó el servicio de atención al parado, reordenó los servicios jurídicos, modernizó la comunicación, suscribió convenios con la Universidad, llevó la vanguardia a la formación del profesorado, potenció las actividades de encuentro para problemáticas específicas y de reflexión sobre la educación... Sabía que nuestro tiempo exige una adaptación y mejora constante y que lo único que hay que dejar inmóvil es la bandera de la ética y la defensa de los derechos laborales.

Yo conocí a este sindicalista excelente y a esta excelente persona. Y me siento feliz. Por conocerlo y por saber que es imposible que un hombre solo.

lleve adelante toda la labor que él realizó. Me siento feliz porque ahora sé que para que un sindicalista excepcional perdure tiene que tener detrás muchos buenos sindicalistas codo con codo. En la suya y en otras organizaciones. Gracias, Gerardo, por recordarnos que mejorar y no claudicar es posible, y además es absolutamente necesario.

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