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Como una casa sin libros

Ignacio Blanco

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Convendrán conmigo que existe un trámite inevitable cuando se visita a unos amigos que estrenan vivienda: el momento mundialmente conocido como “enseñar la casa”. Hay que recorrer una a una las estancias atendiendo a las explicaciones de los anfitriones, habitualmente orgullosos de su mobiliario, equipamiento y decoración. Supongo que en ese recorrido cada uno nos fijamos en aquello que más nos interesa, ya sean muebles, cuadros o aparatos electrónicos; yo lo hago en los libros, y seguro que no soy el único. Me interesan las bibliotecas porque dicen mucho de las personas: qué leen y, de manera indirecta, qué piensan y con qué se emocionan. Para mí son el alma de una casa.

Siempre me ha parecido triste comprobar que hay hogares sin libros. Sucede en moradas humildes pero también en viviendas inmensas y lujosamente equipadas que denotan el poderío económico y la falta de cultura de sus propietarios. Ya pueden enseñarme jacuzzis o pantallas gigantes y ultraplanas, que si veo las estanterías ocupadas únicamente por fotos o figuritas de porcelana me da el bajón. Tantas comodidades materiales y tan pocas inquietudes intelectuales retratan bien la vacuidad de algunas vidas.

La imagen de una casa sin libros me viene a la cabeza cada vez que pienso en la política cultural del PP durante sus veinte años de gobierno en la Generalitat. Una gran inversión en infraestructuras -a mayor gloria de las cuentas de resultados de empresas de construcción amigas- pero la más absoluta desatención, cuando no desprecio, a los creadores y profesionales de nuestra cultura. Mucho continente -Ciudad de esto, Ciudad de aquello...- pero poco contenido, siempre programado en función de criterios partidistas ajenos a las necesidades de unos sectores -editorial, teatral, artístico, audiovisual...- que han sobrevivido en la más absoluta penuria por un ejercicio de resistencia militante.

Ahora, con el cambio de gobierno, se percibe otra política. Colectivos hasta ahora proscritos  son recibidos en la Generalitat y en pocos días hemos tenido varias muestras del compromiso del Consell con la cultura de nuestro país. El pasado viernes 20 de noviembre, aniversario de la publicación del Tirant lo Blanc, se celebró el Día del Libro Valenciano con un acto de entrega de premios a los mejores libros y librerías presidido por el conseller Marzà, que también acudió, como un visitante más, a la Plaça del Llibre celebrada en el centro Octubre. No faltó tampoco el máximo responsable de la política educativa y cultural a la Nit d'Escola Valenciana el sábado 21 en Alginet. Y el domingo 22 en el Palau de la Música hubo pleno de autoridades, con el President de la Generalitat a la cabeza, para la entrega de los premios a la música en valenciano organizados por el Col·lectiu Ovidi Montllor.

Nuestros escritores, artistas y profesionales de la cultura pueden por fin respirar tras dos décadas de asfixia política. Ahora falta acabar con la económica para que puedan también comer. En ese  sentido, son importantes los planes anunciados de fomento de la lectura o de la música, y especialmente trascendentes los trabajos parlamentarios para la recuperación de una radiotelevisión que nos sigue costando un dinero que habría que dedicar a hacer efectivo el derecho a la información, la promoción de nuestra lengua y el impulso del sector audiovisual.

El domingo 29 se cumplen dos años del fatídico cierre de RTVV, decidido unilateralmente por Alberto Fabra para cumplir los deseos de Rajoy, Montoro y Pedro J. Quienes estuvimos aquella noche en los platós y en los pasillos del Centro de Producción de Programas de Burjassot no olvidaremos nunca la experiencia vivida. Quienes creemos en la necesidad de medios de comunicación públicos -de calidad y en valenciano, por supuesto- no cejaremos en la exigencia a los partidos que conforman el gobierno y la mayoría parlamentaria para que cumplan sus promesas electorales. Ya sabemos que no es fácil pero sí absolutamente necesario. Tienen que devolver el alma de la cultura a una casa que el PP nos dejó sin libros… y sin televisión.

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