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La consecuencia haragana del cinismo

Alfons Cervera

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Ya ha empezado la fiesta. Hace casi diez años lo que empezó fue una de las tragedias más gordas que le han sucedido a este país desde hace siglos. A este país, a la gente que se quedó en los subterráneos mezclada con chatarra, a la verdad. El 3 de julio de 2006 se empotraron los vagones del Metro en una curva del barrio valenciano de Patraix y se quedaron, entre el polvo y la oscuridad, cuarenta y tres cadáveres y cuarenta y siete personas heridas que todavía hoy duermen medio sueño apenas normal y el otro medio rumiando pesadillas. Ese mismo día estaba por aquí el Papa. Y existía Canal 9. Y las autoridades gobernantes del PP se volcaron en la fanfarria de la visita aristocrática dejando que el accidente fuera sólo una pizca de realidad apenas perceptible. Lo escondieron con la desmesurada propensión al cinismo que siempre demostraron, y tanta muerte y tanto horror fue un fundido en negro en la pantalla de una televisión que la gente de bien no se merecía. Y lo que fue aún peor: luego sabríamos que unos cuantos desalmados de ese grupo de facinerosos se habían forrado con los contratos de los medios técnicos puestos a disposición del Papa y su feligresía para la retransmisión de su espectáculo.

Después de que su fiesta acabó, abrieron una Comisión de Investigación para averiguar las causas del accidente. Esa Comisión de Investigación duró cuatro días y fue una burla insoportable. Los testigos eran de los suyos, estaban aleccionados sobre lo que tenían que contestar a las preguntas de los interrogadores. Todo estaba preparado de antemano: las preguntas y las respuestas. Desde entonces, todo el PP ha dicho lo mismo: fue el conductor el único responsable, el exceso de velocidad hizo que los vagones se estrellaran en la curva fatídica. Y punto. A otra cosa, mariposa. Que se jodan los muertos (más aún, qué sarcasmo), los heridos, las familias y amigos que no acababan de levantarse del dolor y de la tomadura de pelo. Ése fue su mantra: no hay más responsabilidades, ni técnicas, ni políticas, ni de ninguna clase. En la otra parte no parábamos de preguntarnos por la seguridad, por las condiciones de los vagones, por la solvencia de las instalaciones en el túnel oscuro donde de repente el mundo se convirtió en un campo de batalla donde paradójicamente sólo luchaban los vencidos.

Pero nada importaba, sólo la mecánica repetición de sus conclusiones: todo estaba bien, la seguridad era perfecta, el conductor se embaló por los motivos que fuere: y fin del relato. La Comisión de Investigación abundaba en lo mismo. Todos ellos eran lo mismo: una vergonzosa retahíla de complicidades a destajo. Ahí siempre, cabezones ellos, repitiendo como los conejitos de Duracel los movimientos mecánicos de la depravación. Lo decía Juan Gelman, que tanto supo de ese tipo de fingimiento trágico: “cualquier persistencia es ocio, o consecuencia haragana, u olvido”. La persistencia, la suya, la de esos individuos que se miraban y se siguen mirando en el espejo de su atrabiliaria complacencia. Pero aparte de aquella ridícula Comisión de Investigación, hubo algo más en aquellos días y en los años que siguieron: ni el presidente Camps ni el que heredó el cargo, Alberto Fabra, recibieron nunca -salvo para un par de encerronas- a la Asociación de Víctimas. Nunca tuvieron para esa gente llena de dolor la más mínima palabra de ánimo o algún sentimiento parecido. Nunca un “lo siento” ni nada que se le pareciera. Sólo el desprecio. Durante nueve años ha habido en la Plaza de la Virgen, a las puertas de la Catedral, una pancarta con un sólo eslogan: la memoria del horror. Pero no para vivirlo de nuevo (aunque eso fuera inevitable) sino para exigir justicia y verdad al relato del gobierno del PP y los presuntos responsables técnicos del accidente. También ésa era una persistencia, pero una persistencia hermosa, ejemplo de dignidad, de amor por quienes ya no estaban porque se habían quedado aquella mañana en el túnel de Patraix pero nunca en el olvido.

La exigencia de otra Comisión de Investigación también era uno de los eslóganes más repetidos en las concentraciones de la memoria. Nunca faltaron ahí caras conocidas de los tres partidos entonces en la oposición: Compromís, PSPV y EUPV. Sin que faltaran tampoco quienes luego añadirían Podemos al tablero del juego político. Los mismos cuatro, pues, que prometieron que si un día gobernaban lo primero que harían sería abrir una Comisión de Investigación que empezara de nuevo los trámites para buscar no una conclusión cerrada de lo sucedido sino totalmente abierta, que era la única manera de alcanzar alguna mínima dimensión de la verdad. La verdad, palabra mágica, tan maltratada por quienes han hecho de la mentira su razón de gobernar. Ya ha iniciado sus trabajos esa Comisión de Investigación. Fue lo primero que hizo el nuevo gobierno de la Generalitat. Cumplió a rajatabla lo que había venido prometiendo durante esos dolorosos nueve años de concentraciones públicas en el centro de Valencia. Ya han pasado por las preguntas de esa Comisión varios responsables políticos de signo diverso. Aún pasarán caras más conocidas, entre ellas las de Camps, Cotino y esperamos que todas aquellas que se han pasado todo este tiempo en su burbuja de impunidad, una burbuja que ahora explota y los deja al descubierto con el sólo equipaje de su cinismo y su manera tan terrible de confundir aposta el poder absoluto con la generosidad, la cercanía afectiva con el sufrimiento de los otros y la justicia.

Uno de los que ya han declarado ante la Comisión es Serafín Castellano, ex miembro de los sucesivos gobiernos del PP y ahora imputado en supuestos delitos de prevaricación, malversación y cohecho cometidos mientras ostentaba esa responsabilidad política. Sus palabras, que acabo de leer en eldiario.es, ponen los pelos de punta: “No se podía demorar la transmisión de la verdad a los ciudadanos dada la gravedad de lo sucedido y al necesidad de dar respuestas sobre la seguridad del Metro”. La verdad. Habla de la verdad ese individuo y se queda tan ancho. El timo de su partido a la hora de acercarse a lo que pasó aquel fatídico día inolvidable. La burla de sus mandamases con sus misas papales y sus fiestas del oprobio. Sus mentiras que han durado casi nueve años. Ahora ha comenzado la fiesta de la posible verdad. Ojalá la Comisión de Investigación que estos días comienza sus sesiones nos traiga cuando sea la verdad que venimos reclamando. Pero hay algo seguro hasta entonces: la esperanza en que esa verdad llegará tarde o temprano ya no nos la quita nadie. Absolutamente nadie.

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