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Seis lecciones del fiasco parlamentario de Compromís-Podemos

Adolf Beltran

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De la ruptura de la coalición Compromís-Podemos en el Congreso de los Diputados, incapaz de superar las tensiones a las que se ha visto sometida, con cinco diputados integrados en el grupo que lidera Pablo Iglesias y cuatro en el grupo mixto, se desprenden algunas lecciones de interés sobre la política valenciana, la política española y la incardinación de una en la otra.

¿'Sorpasso' sí y grupo no? La coalición Compromís-Podemos-És el Moment tenía dos objetivos en las elecciones generales del 20 de diciembre al alcance de la mano, superar a los socialistas como principal fuerza de izquierdas y constituir por primera vez una minoría valenciana en el Congreso. Consiguió el primero con nota (los nueve diputados obtenidos desbordaron las expectativas demoscópicas más optimistas), pero ha fracasado en el segundo. Y ese fracaso pone en cuestión precisamente que adelantar al PSPV-PSOE de Ximo Puig sea, hoy por hoy, algo más que una meta. La gran fuerza de izquierdas que Mónica Oltra aspira a convertir en hegemónica no ha sido capaz de mantener juntos sus dos componentes ante el primer embate de una situación política complicada.

La dificultad de encajar las nuevas plataformas cuestiona el discurso federalista. La negativa a aceptar que las coaliciones presentadas en Cataluña, Galicia y el País Valenciano con la participación de Podemos pudieran contar con grupo propio evidencia la resistencia de los partidos españoles a dar carta de naturaleza parlamentaria a lo que es “real” en la vida política de España actualmente. La interpretación de los requisitos exigidos, que se resumen en que solo los partidos nacionalistas pueden crear grupos propios si tienen suficiente apoyo y que cualquier formación de ámbito autonómico, si pacta una coalición con una fuerza estatal, ha de ser necesariamente absorbida por esta última, obedecen a una lógica centralista. No sorprende que PP y Ciudadanos la esgriman, pero resulta muy sintomático que también lo haya hecho el PSOE de Pedro Sánchez, que tiene en Compromís-Podemos, En Comú-Podem y En Marea la competencia de una nueva izquierda cuyo despliegue arrasa su base electoral entre las clases medias urbanas más activas precisamente en esos territorios. La reforma federal de la Constitución que Pedro Sánchez propugna resulta enigmática con esa actitud de partida.

Compromís no es una marea, ni una confluencia. No es casual que el rechazo a los grupos propios de las tres coaliciones solo haya llevado a Compromís a situarse al margen de Podemos. Cuando el partido del círculo llegó a la política valenciana, Compromís ya estaba ahí. Y no solo eso, compitió con Podemos en las autonómicas y con sus candidaturas afines en las municipales, lo que confirmó su preponderancia. A diferencia de Galicia, donde las “mareas” triunfaron en las municipales, o de Cataluña, donde la Barcelona en Comú de Ada Colau se llevó el gato al agua, la política ciudadana de ruptura ya tenía una fuerza política, Compromís, y una líder, Oltra, en el ámbito valenciano. El fiasco del grupo parlamentario reafirma la independencia de Compromís, cuyos cuatro diputados pueden jugar ahora en el complejo tablero de la legislatura sin el condicionante de acordar posturas con Podemos. De ahí que Oltra, primero, y Baldoví después, hayan alejado el referéndum de Cataluña de las prioridades de negociación. Pablo Iglesias ha perdido cuatro piezas y Pedro Sánchez, paradójicamente, puede haber ganado un poco más de margen para su eventual investidura.

Podemos se la juega con los valencianos. Los de Antonio Montiel han revelado, en una situación crucial, cuál era su querencia. Más allá de cumplimientos o incumplimientos del pacto con Compromís, han optado por el confort del grupo que lidera Pablo Iglesias frente a la inclemencia de mantener la reivindicación de un grupo valenciano que sus socios se habían conjurado a llevar hasta el final. Àngela Ballester, como cabeza de la agrupación valenciana creada dentro del grupo parlamentario de Podemos, tiene una triple papeleta: la de la visibilidad, ya disminuida de partida, junto a En Comú-Podem y En Marea; la de la influencia, a la hora de que el conjunto del grupo asuma prioridades como la reforma de la financiación autonómica, y la de justificar el voto de sus diputados en clave valenciana. La libertad de la que gozará Compromís, desde el grupo mixto, puede ponerla más de una vez en evidencia.

La “vía valenciana” es a tres bandas. No peligra el Acord del Botànic. Es algo que tanto Puig y Oltra, desde el Consell, como Montiel, desde el apoyo parlamentario, han reiterado. Pero queda claro que es un pacto a tres bandas. Cabe esperar que el PSPV-PSOE y Compromís acerquen posturas en el desempeño del Gobierno frente a Podemos, pero no peligra la estabilidad del acuerdo porque será carne de cañón ante la opinión pública quien tenga la tentación de romperlo. Su proyección como inspiración de un eventual pacto de izquierdas en España, sin embargo, adquiere perfiles nuevos. Y viene a reflejar que si el socialista Pedro Sánchez quiere llegar a la Moncloa ha de pactar con fuerzas políticas periféricas (entre otras, los valencianistas de Compromís) además de Podemos. Probablemente indica también que al menos dos de las tres patas han de estar presentes en el Gobierno, que no basta con el apoyo parlamentario, pero todo está por ver en esa tierra ignota de la política estatal que consiste en sacar adelante un Gobierno en minoría o de coalición.

El Bloc recupera peso y responsabilidad. La ruptura de la coalición ha dado pie a que los sectores contrarios al pacto en el interior del Bloc Nacionalista Valencià, (uno de los componentes de Compormís junto a Iniciativa del Poble Valencià y Verds-Equo) recuperen resuello, silenciados como quedaron por el espectacular resultado del 20-D. Sin embargo, los alegatos a que los nacionalistas tendrían los mismos diputados si hubieran concurrido a las elecciones en solitario (dos de los cuatro de Compromís) son fruto de un espejismo. Solo hay que mirar lo que le ha ocurrido a Bildu frente a Podemos en el País Vasco, y, especialmente, al Bloque gallego, extraparlamentario en Madrid después de muchos años y sumido en una grave crisis política. Es verdad, sin embargo, que el centro de gravedad vuelve a Compromís, lo que emplaza de nuevo al partido que lidera Enric Morera a resolver su tentación permanente hacia la involución y a Oltra a dar alguna respuesta a las reclamaciones de una mayor integración orgánica en Compromís. Aunque un observador neutral, vista la forma de superar las crisis que ha exhibido la coalición, tal vez les recomendaría que mantuvieran los equilibrios de fuerzas antes de hacer cualquier experimento.

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