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No estaban locos estos romanos

Marcos García

Tengo recuerdos de un profesor de la facultad –de historia del pensamiento político para más señas– que aproximadamente una vez por semana nos repetía que casi todos los países que forman Europa asentaban sus culturas nacionales sobre tres pilares: la civilización romana, el humanismo cristiano y la Enciclopedia. Supongo que cada uno de estos aspectos ganará más o menos importancia dependiendo del país. Aquí, por ejemplo, a cristianos no nos ganó nadie durante quinientos años, aunque el mayor gesto de humanidad del que era capaz la Inquisición entonces era el de ejecutar a los reos antes de quemarlos. Y humanistas, cristianos o no, quemó unos cuantos.

Pero me estoy desviando. La historieta, aunque no lo parezca, venía a cuento de Blasco y de su condena. Ocho años de cárcel y otros veinte de inhabilitación para ejercer cualquier cargo público. Sentencia ejemplar se la ha llamado. Tal vez. Los jueces, desde luego, han dejado claro en la sentencia que la actitud de Blasco “no deja de ser un exponente más de la corrupción política que actualmente constituye una de las peores lacras que sufre nuestra sociedad, que exige una respuesta severa por parte de nuestras instituciones”. Ahí es nada. Un juez enmendándole la plana a un político. Por corrupto. Esto, después del resultado electoral del domingo, es como para estar tentado de recuperar la fe en la Humanidad.

Este tipo de condenas, que nos satisfacen por lo poco frecuente, son una excepción y no una norma en la democracia en la que (mal)vivimos. Sin embargo entre las civilizaciones que nos precedieron en este terruño hubo una que se tomó muy en serio lo de la Res Publica. Y no lo digo porque no se diese entre ellos el pillaje y el saqueo de las arcas públicas, que también estaban hechos unos campeones en eso de la corrupción. Sin embargo la política romana, en tiempos de la República al menos, se tomaba muy en serio el concepto de responsabilidad política.

Esto, que suena muy bonito pero también muy abstracto, tiene una traducción bien simple: cualquier persona que hubiese ejercido un cargo público, una vez cesado en el cargo, debía responder en los tribunales de cualesquiera perjuicios que hubiese podido ocasionar durante su mandato. Entre los políticos romanos existía un concepto asentado de responsabilidad porque, sencillamente, cualquier abuso desmesurado de poder podía acarrear el embargo o el destierro. Cuando no ambos.

Obviamente el sistema debió de funcionar a medio gas porque lo que precisamente acabó con la República fue la acumulación de poder personal de algunos de sus ciudadanos (¿les suena un tal Julio César?). Sin embargo el concepto de responsabilidad así ejercida todavía es digno de consideración. Y de elogio.

Que haya que llevar a un político hasta un juzgado es una vergüenza. Pero también es una señal de que no está por encima de las instituciones. De que hay límites. De que no es intocable. Y de que si de verdad ha hecho algo deshonroso debe, inmediatamente, ser castigado. Si de verdad le debemos tanto a la civilización romana como decía aquel profesor quizá vaya siendo hora de desempolvar algunas costumbres suyas como esa.

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