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El medio ambiente no entra en campaña

Gráfica de poletika.com

Andreu Escrivà

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Esta vez de verdad que lo tenían fácil: la campaña electoral ha coincidido con la cumbre del clima más importante y mediática desde la firma del protocolo de Kyoto en 1997. La COP21 de París ha sido, de hecho, el asunto internacional de mayor relevancia en las últimas dos semanas. Pero ni así: en los cuatro debates más vistos de los celebrados hasta el momento no ha salido más que como anécdota fugaz el asunto de la energía, el cambio climático o el medio ambiente. ¿De quién ha sido la culpa?

En primer lugar, de los periodistas. En algunos casos, porque apenas planteaban cuestiones más allá del papel que tenían delante (en el caso de Manuel Campo Vidal o el debate a nueve de TVE), y en otros porque entre los aludes de interrupciones, repreguntas y machetazos a las intervenciones no se coló ni una sola alusión verde. ¿De verdad no consideraron interesante introducir temas como la gestión del agua, el calentamiento global, la contaminación atmosférica o el empleo en el sector medioambiental? ¿Pensaban que no le importaba al espectador o no les importaba a ellos?

En segundo lugar, de los políticos. Porque aunque no pregunten, uno siempre puede introducir tema. Ante mis críticas sobre este asunto en la campaña de las autonómicas de 2015, Mónica Oltra me dijo: “Tenemos poquísimo tiempo y hay que contestar a lo que te preguntan, responder a los otros partidos y meter nuestro mensaje. Es muy complicado”. Y es cierto: apenas hay espacio. Pese a eso, la líder de Compromís consiguió insertar, en pequeñas dosis, algunos mensajes verdes. Insuficientes, pero que prueban que, en caso de existir voluntad, se puede. Por eso sorprende aún más que Podemos, que ha fagocitado a Equo y se ha coaligado con Compromís (de fuerte raíz ecologista), se haya seguido mostrando incapaz de situar el medio ambiente sobre el tapete de los debates, más allá de tímidas referencias a las empresas energéticas. Ciudadanos también está ausente (pese a contar con la “ecologista” Carolina Punset) y el PP no sabe / no contesta. En cambio, fuera de los debates (a los pocos a los que lamentablemente la han invitado a ir, se entiende) Izquierda Unida ha planteado algunas propuestas concretas, y pone al medio ambiente como uno de los ejes de su interesante plan de Trabajo Garantizado. Por otra parte, corre por las redes un gráfico elaborado por Poletika.org en el que se muestra que es Pedro Sánchez quien ha hecho el mayor número de declaraciones sobre cambio climático en los últimos meses, algo coherente con el hecho de que fuese portavoz de la comisión en el Congreso. Sin embargo, el socialista apenas ha mencionado el asunto a la hora de exponer sus prioridades, si bien es cierto que ayer ante Rajoy se comprometió a aprobar una ley de cambio climático. Sánchez es, además, el único de los presidenciables que ha dicho algo sobre París más allá de la esfera mediática tradicional, escribiendo un post en su blog personal.

Pero en tercer lugar estamos nosotros. Si esto de veras nos importase –y debería hacerlo-, les exigiríamos a los periodistas que preguntasen, y a los políticos que nos explicasen su posición con pelos y señales. Un CIS de hace un par de años cifraba en 0,4 el porcentaje de españoles preocupados por el medio ambiente. ¡Cero coma cuatro! Los candidatos y quienes les entrevistan tan sólo responden a los deseos de la sociedad, no nos engañemos. Quienes debemos empezar a cambiar somos nosotros. Si no inscribimos el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático en la ecuación no nos salen las cuentas: ¿cuánto cuesta un aire respirable? ¿Cuánto las inundaciones costeras por la subida del nivel del mar, depredación urbanística y degradación de humedales litorales? ¿Cómo pensamos tratar toda la basura que generamos y que nos cuesta una fortuna gestionar? ¿Qué haremos cuando lleguen enfermedades tropicales que no sepamos cómo tratar? ¿Cómo vivimos en ciudades sin verde?

La economía no se sustenta sobre libros ni gráficas: se apoya en el mundo real, en el mundo físico. Reactivar el consumo, aunque sea percibido como parte esencial de la “recuperación”, es pegar un pelotazo y trasladar el problema al futuro. Hay que replantearse las próximas décadas. Hay que redefinir a dónde queremos llegar. “Cambiar el modelo productivo” es un eslogan vacío si no se pinta de verde y se dota de contenido real. Y no niego que sea un asunto complejo y peliagudo, incómodo para todos –a nadie le gusta que le digan cómo tiene que comprar o vivir-, pero necesario si queremos mejorar nuestra calidad de vida. Nosotros somos ya –grabáoslo a fuego- las generaciones futuras de las que hablaban cuando parieron el término “desarrollo sostenible”, allá por 1987. De la misma forma que el viaje a 2015 de MartyMcFly es ya pasado, nosotros somos ese futuro del que hablaban hace 30 años. No podemos seguir posponiendo la acción, porque esto es como cuando apagas el despertador cada cinco minutos: al final llegas tarde.

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