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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Sin miedo

Un momento de la manifestación antifascista del 9 d'Octubre en Valencia

Laura Julián

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Del 9 d’Octubre de 2018 no se podrá contar que ganó la violencia. Ni que un grupo de fascistas tiraron al suelo y patearon a una chica con rastas. Tampoco que un joven de 18 años tuviera que combatir el fascismo con sus manos. Ni que los bares se convirtieron en refugios. Ni cómo la rabia fascista se focalizaba en las mujeres, a las que nos insultaron centrándose en nuestros cuerpos.

No se podrá contar el miedo que se vivió el 9 d’Octubre de 2017. Ese miedo latente que ha continuado durante este año en que la extrema derecha envalentonada se ha hecho visible en calles, en discursos, en ataques a entidades sociales como CEAR-PV, Lambda, el Octubre Centre de Cultura o la Gran Mezquita de València, entre muchos otros. Más de cincuenta organizaciones denunciaron la semana pasada una escalada de agresiones xenófobas y racistas contra sus sedes. Ataques que también han sufrido las sedes de Compromís y PSPV y en cada movilización donde se pedía la libertad de los presos políticos catalanes, como pasó recientemente en Dénia o en l’Aplec de Bétera.

Sí, este 9 d’Octubre también nos insultaron, nos amenazaron, eso sabíamos que pasaría. Pero no nos intimidaron, no pasamos miedo. Fue todo un alivio entrar en la parada de metro de Benimaclet, escuchar música y ver el andén lleno de gente. Mucha se había quedado en casa por miedo a que se pudieran repetir las agresiones del año pasado y nada aseguraba que en esta ocasión la respuesta antifascista fuera masiva. Pero en el metro parecía un día de fallas, pero sin guiris: éramos valencianas que salíamos a la calle para defender la libertad, para mostrar nuestro rechazo al fascismo. Y así lo hicimos.

Nos increparon, nos molestaron, pero fueron ignorados. Sabíamos que habría personas con banderas anticonstitucionales, que cantarían el Cara el Sol o que harían el saludo nazi. Pero nuestra actitud fue totalmente diferente a la del año pasado. Este año no caminábamos asustadas, ni calladas, ni cogiéndonos las manos por miedo a que nos pasara algo. La calle era nuestra.

Más de 750 agentes policiales mantuvieron el orden externo, pero el trabajo de seguridad interno de los diferentes colectivos antifascistas fue espectacular, organizado con brazaletes rojos y amarillos. Los de los brazaletes rojos centraban su atención en los ultras que insultaban a los manifestantes, mientras que los amarillos dirigían su mirada hacia los de dentro para que nadie entrara en su juego. Durante toda la manifestación también se recomendaba mantenerse dentro del bloque antifascista, para vigilar el espacio de seguridad. Fue realmente emocionante ver caras conocidas, totalmente altruistas, entre las filas de seguridad preocupándose por mantener un espacio de confort. Enhorabuena y gracias.

Este año la peor parte se la llevaron los periodistas y fotoperiodistas -que también fueron atacados el año pasado, por cierto-. Fueron insultados y amenazados de nuevo por grupos de extrema derecha con el objetivo de boicotear el libre ejercicio de su profesión.

Pero dentro de la manifestación se vivió un ambiente festivo y de cuidados gracias a la organización interna. Juntas hicimos frente al fascismo en una mobilización histórica que reunió a 15.000 personas, mientras los grupúsculos de extrema derecha quedaban como lo que son: residuales. Pero, ojo, eso no quiere decir que sean insiginificantes porque un fascista ya son muchos.

Tampoco pasamos miedo volviendo a casa, que suele ser una de las peores partes después de una manifestación de estas características. De hecho, sí que hubo agresiones a varios chavales y al delegado de Plataforma per la Llengua. Y, aunque no haya que normalizar tener que volver a casa acompañadas, formar parte de una gran masa de manifestantes volviendo en bloque a Benimaclet era necesario y nos hizo sentir seguras, una vez más. Cruzando las vías, a las 20.57 horas, me llegó un whastapp de mi amiga y periodista Laia Mas: «Hem guanyat». Sí, esa era la sensación.

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