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La niña, la mujer y la ciencia

Paula Tuzón

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Hay muchos datos sobre la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de escoger sus carreras formativas. Las ciencias, y en concreto las carreras más técnicas (informática, ingenierías, física...) tienen mucha mayor proporción de hombres que de mujeres. Esta proporción se polariza más si miramos quiénes de ellos y de ellas desarrollan luego una carrera profesional relacionada. Dentro del ámbito científico, hay también un sesgo por género entre quienes abandonan la carrera científica. Y también lo hay a la hora de acceder a cargos de responsabilidad. Cuanto más alto el nivel, menos mujeres. ¿Qué pasa?

Hay reflexiones en dos sentidos que son correlativos. Por una parte, ¿qué hace que ciertas opciones formativas sean menos escogidas por las mujeres? Por otra, una vez dentro, ¿qué hace que menos mujeres desarrollen una carrera científica exitosa?

La niña y la ciencia

La niña y la cienciaDentro de la educación científica hay también muchos estudios sobre los sesgos por género. En principio no hay una peor aceptación de las materias de ciencias por parte de las niñas antes de la adolescencia. No es que las niñas estén peor preparadas ni que las ciencias estén especialmente sesgadas respecto a otras materias. Las revisiones atribuyen las causas simple y llanamente a la “black box” social que hace que a los 5 años las niñas ya piensen que sus compañeros niños son más inteligentes y que ellas valen para otras cosas, especialmente para todo lo que tenga que ver con los cuidados.

El tema de la “black box” o los estereotipos es complicado. Que haya diferencias entre niños y niñas, entre chicos y chicas, entre hombres y mujeres, parece lógico. Que esas diferencias empiecen a fraguarse sobre los 4-5 años de edad, también. El problema es la arbitrariedad de algunas de esas asignaciones, que lejos de ser inocuas, casuales o “naturales”, están absolutamente ligadas a una determinada forma de entender el mundo y son muy nocivas, sobre todo para las niñas. Los niños y las niñas están recibiendo señales continuas al respecto: Cuando van a una librería y en casi todos los libros un chico es quien protagoniza la historia, cuando reforzamos exageradamente la parte estética en las niñas o decimos “qué bruto es, se nota que es un chico” cuando un bebé de un año lanza objetos contra la pared (¡como si ellas no lo hicieran!). Hay miles de otros pequeños ejemplos que acaban creando vocaciones y aspiraciones sobre lo que una quiere ser de mayor y cómo de compatible es eso con su feminidad o masculinidad.

La idea no es obligar a las niñas a que estudien ciencias o ingenierías, por supuesto. Pero sí es importante que tanto niños como niñas escojan libremente lo quieren hacer. Las niñas pueden hacer y estudiar lo que les dé la gana. Deben tener claro que su género no es un impedimento (no son más tontas que ellos) y que su feminidad la pueden desarrollar de igual manera (no son menos o más mujeres por eso).

La mujer y la ciencia

La mujer y la cienciaCuando se habla de la discriminación hacia las mujeres en el mundo científico se hace básicamente en términos de cómo gestionar la maternidad. No es ninguna novedad, se hace también así en muchos otros sectores. Pero avancemos un poco. El problema no es la maternidad, el problema son los trabajos o las carreras en las que se asume que no se puede parar en ningún momento para hacer ninguna otra cosa que no sea seguir el ritmo de producción. Además, reducir “el problema de la conciliación” a la maternidad en los primeros meses de vida discrimina a muchas otras mujeres que siguen llevando el peso de la conciliación aunque no sean madres o sus hijos sean ya mayores. Es cierto que los cuidados parentales en los primeros meses de vida son muy demandantes. Pero el niño o la niña a los 4 meses sigue sin poderse valerse por sí solo, las casas siguen necesitando estar limpias, a veces los familiares se ponen enfermos, la nevera hay que llenarla de comida y, quién sabe, igual hasta tenemos algún otro interés o expectativa personal. La conciliación tiene que ver con la gestión de la vida privada y los cuidados. Los trabajos que infravaloran estas necesidades vitales discriminan a quien las sostiene. ¿Entonces qué hacemos?

Por una parte, necesitamos que ellos asuman también esa gestión de la vida privada. Pero por otra, necesitamos abrir el debate de si es absolutamente necesario para la excelencia de la ciencia tener una dedicación casi exclusiva a la misma. Porque una cosa es compartir la dedicación privada y otra muy diferente renunciar a ella. Ni yo ni muchas mujeres que conozco, ni tampoco muchos hombres, quieren renunciar a esto.

Yo no creo que la excelencia de la ciencia esté intrínsecamente ligada a una dedicación casi exclusiva. De entrada, la ciencia pierde muchas mentes brillantes que, de no ser por cómo se concibe la carrera, seguirían trabajando para ella. No conozco a nadie que trabaje más horas por “amor a la ciencia” sino más bien por la precariedad de sus contratos. Muchos científicos o profesores universitarios no estables no solo trabajan para ganarse el pan sino también para estabilizarse. Esto, inmerso además en una cultura adicción al trabajo y pasando los veranos de congreso en congreso, hace que para muchas personas la dedicación a la ciencia sea sencillamente inviable.

Sin embargo, necesitamos a esas personas. Es necesario que repensemos la estructura y la progresión de la carrera científica. Ésta puede requerir dedicación, horarios flexibles y momentos de mucha intensidad --que quizás pueden compensarse con momentos de menos intensidad--; pero algo muy diferente es basar la productividad de un sector en contratos precarios y el trabajo de gente con una voluntariedad excesiva.

Reconocer a las mujeres en mundos tradicionalmente masculinizados no pasa por masculinizarlas a ellas sino por poner en valor la tarea que antes las dejaba fuera.

*Paula Tuzón, profesora de la UV y miembro de la Ejecutiva de Iniciativa-Compromís.

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