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Un pueblo en la encrucijada

Alfonso Puncel

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Mohamed Jedu es un niño de cinco años que habla árabe, entiende el francés y entiende el castellano. Con toda probabilidad lo hablará con fluidez cuando tenga unos años más. Jedu es niño que nació y vive en uno de los campamentos saharuis que, desde hace cuarenta años, permite sobrevivir a los ciudadanos saharauis que fueron desplazados por Marruecos tras la firma del Acuerdo Tripartito y la invasión marroquí del Sahara Occidental con la aquiescencia de España y Francia. Cuarenta años en los que la población saharui reconocida ha pasado de 70.000 personas a casi 300.000, más de la mitad de las cuales viven en los campamentos de refugiados, en medio del desierto y gracias a la ayuda internacional, año a año, más precaria.

He podido pasar el fin de año conviviendo con una familia de refugiados saharuis en los campamentos del sur de Tinduf y he podido comprobar, como sus necesidades humanitarias están cubiertas así como sus necesidades básicas en educación infantil y sanidad. Sus problemas perentorios, a pesar de las condiciones y de las recientes lluvias torrenciales que han destruido lo poco que tenían, ya no son de supervivencia sino de tener un proyecto de vida para sus jóvenes que no quieren estar otros cuarenta años vivienda de la solidaridad internacional. Son jóvenes con formación académica, que hablan varios idiomas y que viven en un mundo globalizado al que acceden de manera habitual gracias a internet y la redes sociales pero que no tienen un proyecto vital al que aferrarse, ni han tenido la experiencia directa de la guerra de ahí que la puedan mitificar. Mohamed Jedu es un niño que se convertirá en un joven sin más opción que resistir y vivir de la solidaridad si no se adoptan medidas que pasan, necesariamente, por un cambio en la política por parte del Estado español que tiene, según el derecho internacional, la responsabilidad de administrar este territorio hasta su definitiva descolonización.

La tentación de construir un proyecto vital anclado en el retorno a la guerra es muy potente entre las nuevas generaciones de saharauis, apoyados por sectores del ejército polisario que han visto como han pasado de convertirse en héroes aclamados cuando volvían del frente, a una estructura administrativa que pasan los días sin más objetivo que garantizar la seguridad de los campamentos y los cooperantes que les visitan. Función loable pero insuficiente para las personas que conforman el ejercito de un movimiento de liberación nacional. Como me dijo Zein Sidahmed, secretario general de la Unión de Juventudes del Frente Polisario, los jóvenes no quieren seguir viviendo de la caridad internacional y aunque saben que la guerra sería muy desigual y diferente a la que desarrollaron sus padres y abuelos hasta el alto el fuego de 1991, muchos jóvenes están dispuestos a optar por esa vía porque la guerra les da un proyecto de vida.

El pueblo saharaui es, como bien me dijo Mohamed Sidati, representante ante la Unión Europea del Frente Polisario, poeta, diplomático e intelectual, una oportunidad para Europa y para este mundo convulso y en una región particularmente conflictiva en la que está presente el yihadismo. Es un pueblo árabe y musulmán pero pacifista, muy formado gracias a la cooperación internacional y a la acción del gobierno saharaui, igualitario con las mujeres y muy tolerante con otras religiones y culturas. Con esta visión del conflicto tener al pueblo saharaui como aliado en esta región es una oportunidad más que un problema. No les demos la espalda durante cuarenta años más.

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