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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Las respuestas de siempre

Alfons Cervera

Los periódicos, las radios, las televisiones, los corros de la petanca en mi pueblo, todos hablan de lo mismo. Las columnas de opinión, los tertulianos, esa persona desconocida que pasa contigo el paso de cebra y a la que no has visto en tu vida, en todas partes se habla y hablan de lo mismo. Los pactos necesarios para formar gobierno. La cosa ya apesta. Parece que la política se ha convertido en un juego cuyas reglas no son comunes sino que cada uno tiene las suyas, como más o menos decía Groucho Marx. Antes de las elecciones del 20D teníamos el bipartidismo. Sólo dos partidos, PP y PSOE, se venían repartiendo el pastel desde 1982. Parece ser que existía un cierto consenso en que eso no era bueno para la democracia. También parece ser que había un cierto consenso en que lo bueno para la democracia era que se ampliara el arco político con opciones de romper -o al menos reformar- la partida en que sólo participaban dos contendientes.

Desde el 20D se ha ampliado el arco político resultado de las elecciones. Ya no hay dos partidos en la pista. Hay bastante más, algunos de ellos con una fuerza que nadie hubiera imaginado hace tan sólo unos meses, un año como mucho. La democracia sale ganando ese día de diciembre. La partida se amplía. Ya no hay dos protagonistas, hay más. La democracia ha triunfado. El bipartidismo se ha ido al garete. No del todo. Pero se ha ido al garete bastante. Tocaba después intentar las alianzas imprescindibles para formar gobierno. La derecha no podía, no le salían las cuentas sumando los escaños del PP y Ciudadanos. A la izquierda le cuadraban las cuentas pero lo difícil era el itinerario a seguir hasta llegar a que las cuentas cuadraran. El PP se convertía en estatua de sal con Rajoy a la cabeza. Lloraban a moco tendido. No somos nadie, decían en la intimidad. Nadie nos quiere, clamaban en el desierto de su hundimiento irremediable. Yo no me atrevo a presentarme como candidato a la Presidencia del Gobierno porque tengo mayoría absoluta en contra, le dice Rajoy al rey y el rey le dice que sí, que lo entiende, y le seca las lágrimas con el mismo pañuelo que su tatarabuelo se secaba las suyas cuando se le murió de tifus su esposa María de las Mercedes y le cantaba Paquita Rico una canción de despedida en una película más vieja que la tos. El PSOE es una docena de psoes y los que mandan mucho quieren cargarse a su candidato Pedro Sánchez. No tienen remedio. Parecen un partido suicida, como si fueran un club de poetas siempre a punto de hacerse el harakiri. Ahora han formado un grupo musical: Susana y los Barones. Un combo con un amplio repertorio con más traiciones en las letras que los corridos mexicanos. Todo tiene su fin, como cantaban Los Módulos cuando yo era joven. El fin de Sánchez cuando lleva en el cargo apenas unos meses. De vez en cuando abres la prensa y te asustas: Alfonso Guerra y Felipe González siguen ahí y reparten cachetes a los suyos y a los demás. El oráculo. El tiempo no pasa por ellos. Y en su partido nadie les dice nada. Mandan ahí todavía. Son los del bipartidismo, antiguos como las canciones de Luis Aguilé, y ahora estrenan cantante nueva, una cantante que es como el conejito de las pilas diciendo siempre que la unidad de España es sagrada. No sé por qué no se apuntó en su momento a disputarle el terreno a su colega Sánchez y ahora no para de dar la lata y segar la hierba como Atila bajo los pies del candidato. En Podemos hay un ir y venir de los sitios de costumbre a los de nunca jamás. Nunca sabemos si lo del referéndum catalán va a misa o se puede cambiar por otras ofertas que procuren un posible entendimiento con los socialistas para formar un gobierno de progreso. En unos sitios se dice que sí, en otros sitios se dice lo contrario, como si se tratara de aquella orquesta en que lo malo no era que tocara mal sino que no tocaban todos los músicos la misma partitura. De repente sueltan la liebre de que hay medio gobierno dispuesto con nombres y apellidos, incluidos los del vicepresidente. Terremoto al canto. Griterío de los barones socialistas que se sienten humillados por los de las rastas. ¡Que gobierne Rajoy y nosotros a la oposición!, despotrican. Es una ocasión de oro para cargarse a Sánchez porque si Sánchez consigue ser presidente del gobierno ya no se lo podrán cargar. De Ciudadanos ya casi nadie habla. El bluf de una derecha que se apunta a un bipartidismo de tres. Y casi sin que nadie la nombre, ahí está Unidad Popular-Izquierda Unida con su millón de votos que impunemente se ha cargado una ley electoral que es una auténtica vergüenza.

Eso es lo que está pasando en este país desde el 20 de diciembre. Queríamos más democracia y cuando la tenemos es como si no supiéramos qué hacer con ella. Sabíamos que iban a salir más partidos a jugar la partida y a la hora de juntar esos partidos para ensanchar la democracia resulta que unos por otros la democracia está por barrer. La gente empieza a estar harta de tanto marear la perdiz de los pactos. La mayoría de la gente -o eso creo- quiere que haya un gobierno progresista y de izquierdas y que se inicien políticas que devuelvan a la ciudadanía una miaja de esperanza en que todo en la vida no tiene por qué ser una mierda. La gente tiene ganas de saber qué va a pasar con la ley mordaza, con la ley de dependencia, con las políticas financieras, con el iva de la cultura, con los desahucios, con la reforma laboral, con la Constitución y la cuestión territorial, con la ley electoral, con la justicia que cada vez es más una sarta vergonzosa de injusticias, con la corrupción que sigue a sus anchas porque aquí sólo van a la cárcel los pobres de solemnidad, con la laicidad del Estado o al menos con la aconfesionalidad que contempla la Constitución y de la que aquí nadie hace caso, con la necesidad de que cada vez haya más igualdad y no que entre cuatro familias tengan más que entre todos los demás juntos, con el austericidio… Y puestos a añadir una propuesta personal, tampoco estaría mal que en esa tanda de interrogantes entrara también lo de si en alguna de las negociaciones constitucionales puede entrar la Monarquía. Por pedir, que no quede.

Y acabo: la gente quiere que la democracia no sea algo con lo que se mercadea según los intereses de cada cual, que sea algo que ilusione, que devuelva la confianza en lo mejor de lo humano, que nos mantenga en vilo pero con energía suficiente para no claudicar en el intento de convertirla en algo que no nos avergüence. Estos días, cuando en todos los periódicos, radios y televisiones se repite incesantemente siempre lo mismo, yo acabo con unos versos de Vázquez Montalbán: “frente al espejo nos parecen escasas esta noche sus respuestas de siempre”. Pues eso.

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