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“Quiero ser el perro de Europa” o el drama de la diáspora siria

Natxo Tarazona, en una de las entrevistas hechas en Idomeni.

Voro Maroto

Un enfermero especializado en salud mental, Natxo Tarazona, ha visitado durante tres semanas Idomeni, la estación de tren en la frontera de Grecia con Macedonia que se ha convertido en el mayor campo de refugiados de Europa tras la crisis humanitaria en Siria.

Tarazona, un voluntario valenciano de Médicos del Mundo, ha entrevistado a 40 refugiados. Lo ha hecho en el marco de un proyecto de la ong, que quiere conocer el estado físico de los inmigrantes forzosos y las violaciones de los derechos humanos que han podido sufrir desde su salida de Siria hasta su llegada a Europa previo paso por Turquia.

Tarazona ya visitó con la ong Sierra Leona durante la crisis del ébola, pero su estancia en Idomeni le ha dejado huella. “Es un caos, una vergüenza que ejemplifica la ineficacia de Europa, que está incumpliendo sus compromisos al negar sistemáticamente el derecho de asilo a gente que, de acuerdo con la ley, tiene al menos el derecho a ser escuchada”.

El voluntario de Mëdicos del Mundo ha hablado con decenas de personas. La desesperanza es común entre casi todas. “Quiero ser un perro en Europa”, le dijo un sirio a Tarazona, de acuerdo con éste, para quejarse de la gestión que la Unión Europea ha hecho de la crisis. Las personas en busca de asilo tendrían menos derechos que las mascotas en el viejo continente.

De hecho, en Grecia hay, según algunos cálculos, 55.000 personas, la mayoría sirios. 10.000 de ellos se hacinan en Idomeni. Tarazona ha hablado con personas de este país y algunos iraquíes. “Los sirios responden, a grandes rasgos, a tres grupos: jóvenes que huyen para no ser reclutados para ninguno de los bandos en guerra, familias o mujeres con hijos que intentan unirse con sus maridos, que ya están en Europa, normalmente en Alemania o algún país escandinavo”.

Llegan a Idomeni muy desgastados. “Según mi experiencia no hay refugiados económicos, sino gente que huye, a su pesar, de un país destrozado por la guerra. Arriban a Europa después de sufrir mucho tras su paso por Turquía, donde no se respetan sus derechos y sufren de gran rechazo social e incluso xenofobia”. Turquía, cree Tarazona, no es un país seguro para ellos.

Para el voluntario, es incomprensible la gestión que Europa hace del asunto. “Me he encontrado con verdaderos dramas. Un mujer de 23 años, con dos hijos pequeños, atascada en Grecia tras ser esclavizada sexualmente por el Estado Islámico. Su marido está en Alemania y no se puede reunir con él”.

O una mujer, con su hija y sus dos nietos, que intenta establecerse en Noruega, donde vive un familiar. “Han estado en Turquía. Allí los niños, menores de 14 años, trabajaban más de 12 horas al día en una carpintería por 70 euros al mes. Las mujeres, cosiendo ropa, ganaban 200 euros. Y una habitación les costaba 400 euros. Aunque la mayoría de sirios quieren quedarse en Turquía para volver a sus casas en cuanto sea posible, sencillamente no pueden”.

El cuadro médico de los refugiados asentados en Idomeni no sorprende a Tarazona, sobre todo el mental. “En general, sufren de ansiedad, depresión y ataques de pánico. Huyen del infierno para darse cuenta que, a pesar de ello, Europa les da la espalda”.

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