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500 años de la mayor riada de la historia de València

Imagen de la crónica relatada Gaspar Joan Escolano

Toni Cuquerella

“Pareció un retrato del diluvio de Noé”, el río Turia llegó a València “con tanta fuerza como nunca lo habían visto personas vivientes” y en una hora derribó todos los puentes que daban a las puertas de las murallas de València, el Portal Nuevo, el del Palacio Real y de los Serranos, y gran parte de los antepechos de los Puentes de la Trinidad y del Mar“.

Así lo relataba décadas después el sacerdote y rector de la parroquia de San Esteban, Gaspar Joan Escolano (1560-1619) en su obra 'Décadas de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia', que se conserva en la Biblioteca Valenciana.

En esta crónica data que el 27 de septiembre de 1517 se produjo la mayor riada de la historia de la cualqueda un recuerdo en forma de una lápida conmemorativa en el monasterio de la Trinidad, contiguo al viejo cauce del Turia. Esta riada, que se produjo tras 40 días de lluvias intensas, habría sido la mayor por devastación -la destrucción de todos los puentes y más de 200 edificios- y víctimas, con centenares de muertos.

La avenida del río Turia sobre la capital valenciana se produjo a las 3 de la tarde de aquel 27 de septiembre de 1517, que era domingo, después de 40 jornadas lloviendo intensamente sobre toda la región y obligó a los jurados de la ciudad de Valencia a pedir ayuda urgente al rey Carlos I, entonces recién llegado a España.

“La furia y creciente del río fue tan temeraria, que la ciudad quedó hecha una babilonia de llantos y voces, nacidas de los que morían ahogados en las aguas, y debajo de las casas que se iban cayendo y las mas del barrio de los curtidores; y no menos aumentaban esta tragedia los clamores de los demás ciudadanos, que aguardando otro tanto de sí, rompían el cielo pidiendo misericordia a Dios”, detalla el sacerdote en su crónica.

A las 4 de la tarde del día 27 las aguas habían inundado casi todos los barrios de Valencia. Solo en la calle de Murviedro (hoy calle Sagunto) desaparecieron sesenta edificios. Las aguas entraron en tal cantidad, “que podía navegar una barca grande por los portales situados junto a los puentes citados, y también por las puertas de los Tints y de las Blanquerías”, describe.

“Las aguas desbordadas se extendieron a muchas alquerías, causando estragos incalculables y se vinieron abajo casi todos los molinos, se obstruyeron las acequias y quedaron embarrancadas las tierras labrantías. Aquello no parecía la Huerta de Valencia”, señala. Las mismas aguas arrastraron gran cantidad de árboles y madera, que fueron impulsados en gran parte hasta el mar, por Monteolivete.

El Santísimo, en procesión

“En el Convento de la Zaidía las aguas alcanzaron un nivel de diez palmos y medio y causaron muchos daños”, por lo que las religiosas tuvieron que refugiarse en las casas de los benefactores. Tampoco permanecieron en su cenobio las monjas del entonces convento de San Julián, “alarmadas por las ciento veinte casas destrozadas por las aguas y la pérdida de más de cien vidas humanas”.

El Cabildo de la Catedral dispuso que el Santísimo, acompañado del Lignum Crucis y otras reliquias, fuera llevado en procesión a los lugares más afectados, como reflejan el propio archivo de la Catedral. Varios sacerdotes permanecieron en la capilla mayor de la Seo entonando salmos desde la tarde a la noche y desde medianoche hasta el amanecer fueron otros sacerdotes quienes les relevaron. Al día siguiente volvió el río a su cauce, pero los capitulares dispusieron que, mientras el tiempo no mejorase del todo, continuaran las rogativas “ad petendam serenitatem” por turnos de cuatro horas.

Cuando empezó a bajar el nivel del Turia, quedaron al descubierto “los cientos de muertos que el agua había arrastrado consigo en aquel día fatídico, que fue recordado durante muchos años como el más nefasto de todos los tiempos”, concluye el cronista.

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