Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La función política del Barça

El marcador ideal para los aficionados del Barça y para los políticos. Foto: Flickr de Markus Unger.

Ramón Miravitllas

¿Qué es el Barça? Algo colosal y diferente. Una prueba: de él hablan con dedicación y pasión no solamente los socios y los simpatizantes, sino los que no lo son tanto, los que no lo son, los que no lo serán nunca porque pertenecen a otros credos y aquellos a quienes ni siquiera les gusta el fútbol. Hablar del Barça es hacerlo de política deportiva, de sociedad, de filoso­fía de masas y de instrumento político. Fuerza y grandeza. Una vía de dar a conocer un país y una manera de actuar. El FC Barcelona, junto con La Caixa y la Generalitat, constituye uno de los tres pilares de Catalunya.

La primera entidad recreativa del Principado es hoy una de las más reconocidas del planeta, hasta el punto de que la revista estadounidense Sports Illustrated definió a los blaugrana como “el equipo del mundo y de nuestros tiempos”. En una era de esplendor global y capacidad de atracción sin precedentes, el Barça concita como nunca las apetencias de poderes políticos, financieros, sociales y cultu­rales, que se valen de los medios más variados para controlarlo o influir en él. Un presupuesto de 500 millones, más de 150.000 socios, 350 millones de aficionados en todo el mundo, 50 millones en las redes sociales, una asistencia media de 76.000 aficionados. ¿Qué partido político puede decir lo mismo? ¿Quién puede resistirse a ese oscuro objeto de deseo?

Gobiernos, partidos, lobbies económicos y otros poderes fácticos, desde la Iglesia católica a las petrodictaduras del Pérsico, buscan en los colores azul y grana la plataforma exitosa que impulse programas, líderes, proyectos y ambiciones personales. Y el club, que ya desde 1899 se impuso superar la mera pandilla deportiva, ha sido una forma singularizada de hacer política que también ha definido parte de su core capital por la bilis hacia su más temible contrincante, el todopode­roso Real Madrid y lo que significa de cálida cercanía al cen­tro de los centros, de costumbre belicoso con “lo catalán”.

El fútbol, magno espectáculo de las identidades, es metáfora del catalanismo y la españolidad, escenificación atlética de la histórica pugna entre Castilla y Catalunya. Al menos dos veces al año este duelo se hace carne universal en el clásico, un megashow de intensidad saturada que compendia desde rivalidades folclóricas locales y regionales a representacio­nes enconadas de conformación de la etnicidad y la identidad cultural en un contexto de patrones políticos vertiginosa­mente mutantes. Un paisaje mediático único en la riqueza de su polarización que por sí solo justificaría esta obra.

En el Barça caben todas las ideologías y procedencias hermanadas por una bandera, en consonancia con el himno desde 1974; no obstante el club atesora tal sedimento de democracia y catalanismo amalgamados que de hecho son dos las enseñas que lo caracterizan y orientan, la azulgrana y la cuatribarrada, mientras una tercera ha entrado en el podio a lomos del independentismo rampante. De un modo u otro el Barça siempre ha jugado otro partido... político. Ha de­sempeñado una función sociopolítica de subrogación gra­duable en la escena pública, sin libertades y con ellas. Pero de un tiempo a esta parte ha tomado partido más strictu sensu al calor de los tics y tendencias de la sociedad que lo envuelve. El FC Barcelona es un imaginario de la catalanidad cada vez menos sutil y más involucrado en las opciones que porfían por reducirlo a pieza maestra de una Catalunya en ebullición soberanista. Una variante febrosa del eterno conflicto del más que un club, tradicionalmente vulnerable a ventoleras nacionalistas que tratan de derivar el modelo de la senyera integradora en opción partidista, igual que antaño había estado sometido a las coacciones del franquismo o los falsos apoliticismos de los tiburones económicos de la Transición.

El substrato histórico que le diferencia de otros clubes se apreciaba ya en 1918, cuando se puso del lado de la Manco­munitat, y en 1925, cuando el gobernador militar Milans del Bosch clausuró seis meses el campo de Les Corts y el Gobier­no de Primo de Rivera obligó a dimitir y exiliarse al pre­sidente Hans Gamper, porque los aficionados silbaron la Marcha Real en los prolegómenos de un amistoso. Fue muy probablemente entonces cuando el azulgrana dejó de ser un club de Catalunya para ser el club de Catalunya. El Barça había puesto proa a aquella dictadura y nunca había solicita­do el tratamiento de “Real” para su nombre, a diferencia de muchos.

En la final de Copa ganada a la Real Sociedad donde Rafael Alberti escribió su Oda a Platko, el poeta andaluz legó también a la posteridad este lienzo que habla por sí solo: “Fue en Santander: 20 de mayo de 1928. Allí fui con Cossío a pre­senciarlo. Un partido brutal, el Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero también al nacio­nalismo [...] Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán”.

Platko hubo de irse lesionado pero regresó “vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar [...] Por la noche, en el hotel, nos reunimos con los catalanes. Se entonó Els Segadors y se ondearon banderines separatistas. Y una persona que nos había acompañado a Cossío y a mí durante el partido cantó, con verdadero encanto y maestría, tangos argentinos. Era Carlos Gardel”.

En 1936 el presidente blaugrana Josep Sunyol, militante de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), fue fusilado por tropas nacionales en Guadarrama mientras el equipo era recibido en México como representante de la República, pues durante la Guerra Civil el club devino por voluntad propia “entidad al servicio del Gobierno legítimo”. Si evitamos simplificaciones, el Barça no era un canto a los derechos patrióticos catalanes en sesión continua ni un ate­neo de libertades con porterías, pero tampoco una sociedad complaciente, contemporizadora o amorfa ante los abusos del poder tiránico.

De 1940 a 1953, castellanizado de arriba abajo comen­zando por el nombre, CF Barcelona, para evitar el sajón Football club, y sustituidas las cuatro barras por la bandera española, el Barça fue atado en corto por las autoridades del nuevo régimen, que hasta designaban el presidente. El club hizo de ariete, de falso nueve, en la lucha antifranquista, un fenómeno soterrado que estalló ante la opinión pública la noche de 1967 en que el colegiado Emilio Guruceta pitó penalti en un lance alejado del área del gol norte del Camp Nou; el equipo hizo amago de retirarse y al término del encuentro el abucheo a los árbitros y rivales se tornó bronca inaudita hacia la policía armada, encarada al graderío, y hubo que apagar las luces.

Los azulgrana eran más que un club no porque lo afirmara el presidente Narcís de Carreras (después lo fue de La Caixa) en el año rebelde de 1968, sino porque buena parte de la afición catalana y española contemplaba en ellos los valores políticos que el totalitarismo con sede en Ma­drid perseguía por subversivos o la injusticia deportiva cebán­dose en beneficio de los equipos del régimen, el Atlético “de los ministros” en que pocos jugadores cumplían la mili o el Real que expandía por Europa lo más estético de un país sumi­do en la fealdad estructural del fascismo de vía estrecha.

Tras dos décadas de restauración democrática y aun a pesar del sarampión del talonario que rima con mercenario y de las plusvalías inmobiliarias, el Barça fue ganando peso social, usó la bandera catalana sin complejos, se insertó en el corazón de la Catalunya diversa, obtuvo al fin descollantes triunfos deportivos a título de embajador de un pueblo y con el endurecimiento de la convivencia en libertad se hizo aún más codiciado por los actores políticos, que se arrimaban a sus laureles o se servían de su ingente poder institucional y popular. La vertiente solidaria, ética y regeneracionista, desde la constitución en sociedad deportiva sin ánimo de lucro y no anónima hasta UNICEF, pasando por las campañas con Bill Gates o contra el tabaquismo, traslucen una manera de ser y no de tener, últimamente cosida al soberanismo en escalada.

Habida cuenta del bagaje secular y la eclosión de un cata­lanismo del futuro que ha perdido el rubor, ¿qué expresión política debe tener el FC Barcelona a día de hoy –si debe tenerla–, siendo consecuente con sus raíces y personali­dad? “Visca el Barça, visca Catalunya”, exclamaban los cam­peones del Barça desde los balcones políticos. “Puta Barça, puta Cataluña”, gritan las entrañas del Bernabéu. ¿Un club que es fiel espejo del país con el que se le asimila tan a la ligera, como si Catalunya fuera solo un club de fútbol, ha de ceñir mejor su perímetro competencial? A remolque de la contienda política, el Barça refleja muy bien el triunfalismo ensimismado de los fundamentalistas. ¿Debería cobrar vida autónoma y predicar con el ejemplo de que es posible ser igual de diferenciado siendo menos beligerante? ¿Debe­ría enseñar que se puede ser buen culé y buen catalán sin ser nacional/soberanista intransigente? ¿El Barça que acabó con el victimismo de los tiempos revueltos y con el aburguesamiento torvo y egoísta del ladrillo, debería acabar hoy con alguna ocultación de los errores propios por medio de la incesante afirmación sentimental de los símbolos y con la mala praxis, todavía, de catalanes que se creen mejores que los otros pueblos, a los que miran por encima del hombro? ¿Debería desactivar resortes ideológicos que siguen neutralizando las críticas y tesis del rival, del ene­migo, como odios a Catalunya imputables al maligno exte­rior? ¿Debería mostrarse refractario al mensaje naciona­lista por vanidoso, superficial y generador de una pérdida de visión generosa y universal? ¿O bien estos no son más que tópicos trasnochados que nos esconden la desnudez intelectual de una España/huraña engreída e insensible al pluralismo que malvive en su mismo vientre, injusta, uni­formadora y totalizadora, y por ello inviable y desahuciada como proyecto común? ¿Una España que desde el añejo Comité de Competición al suspiro profundo de muchos estadios vive asimismo en la fe ciega de una unidad de desti­no en lo futbolístico, de Madrid al cielo y por el balón hacia Dios, Santiago y cierra la Liga, la verdadera espina dorsal del Estado de las Autonomías? ¿Debería el Barça, para muchos sucedáneo eventual de la selección catalana en torneos ofi­ciales, ser del todo permeable a su sociedad, tan clónica hoy del pueblo que sufre en sus libertades nacionales?

En un incierto periodo­frontera de ambivalencias y con­tradicciones en la conformación de la identidad, la concien­zuda reconstrucción histórica realizada en esta obra, sazona­da con la opinión de personas de peso y calidad en el relato barcelonista, aportan datos y argumentos que permitirán al lector una idea fehaciente de la encarnizada batalla por el poder en uno de los clubes deportivos más pujantes del pla­neta y adivinar en ella a opresores y oprimidos, aparentes verdugos y mártires de conveniencia, candidatos a héroes y despojos humanos, brutos traidores y estómagos acomodati­cios, explotadores y desplazados del campo donde también se muere de éxito, donde en calzón corto se juega a la alta polí­tica y en el que España y el Barça se la juegan cada fin de semana.

Etiquetas
stats