¿Es correcto etiquetar un alimento como 'probiótico'?

Foto: Robin.

Jordi Sabaté

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La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) permite desde hace unos meses que se utilice el término “probiótico” en las etiquetas de los alimentos y complementos alimenticios vendidos en el Estado Español, de acuerdo con el Principio de Reconocimiento Mutuo entre países de la Unión Europea.

El Reglamento sobre el Reconocimiento Mutuo, elaborado por la Comisión Europea, permite a las empresas que fabrican o distribuyen complementos alimenticios comercializar sus productos en cualquier estado miembro. 

En consecuencia, puesto que en algunos países, como Italia, permiten el uso del término “probiótico” a nivel comercial, AESAN considera que también en España debe admitirse para no perjudicar a la industria ni al mercado ni a los consumidores españoles. 

De esta suerte, a día de hoy podemos encontrar esta calificación en numerosos productos. No obstante, ¿es real o engañosa? ¿Son realmente probióticos los alimentos llamados así? Para responder primero debemos acudir a la definición de probiótico. 

Al menos a nivel oficial, en la UE no existe tal; tal como reconoce AESAN, “en la actualidad, en el ámbito de la legislación de seguridad alimentaria de la Unión Europea no existe una definición de probiótico.” Si bien sí existe este concepto y está ampliamente investigado. 

La propia AESAN explica que “el término probiótico se utiliza de forma general y se refiere a especies bacterianas, cepas bacterianas o especies de microorganismos vivos, como Lactobacillus helveticus, Lactobacillus rhamnosus, etc., que […] pueden formar parte de la composición de distintos tipos de alimentos, entre los que se incluyen los yogures, el kéfir y otros productos alimenticios consumidos de forma habitual como parte de la dieta”.

Dichas bacterias forman parte de la microbiota o flora intestinal, que habita en nuestro sistema digestivo y regula numerosas funciones, como el tránsito intestinal y la solidez de las heces fecales, pero también evita los ataques del propio sistema inmunitario (autoinmunes), la diabetes, las alergias, la depresión y un sinfín de desarreglos

Por lo tanto, tener una flora intestinal sana, sólida y completa, con todos los microorganismos que la componen, es fundamental para nuestra salud, tanto física como emocional. Y es cierto que algunos productos son ricos en estos microorganismos que componen parcialmente nuestra flora. 

En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), emplearon el término probiótico a principios de los 2000 para referirse a “microorganismos vivos que, cuando se consumen en cantidades apropiadas como parte de un alimento, confieren al huésped un beneficio para la salud”.

¿Hay beneficio real? La ciencia duda 

No obstante lo escrito, no está tan claro desde el punto de vista científico el citado beneficio para la salud, salvo en algunos contados casos. Se sabe, por ejemplo, que los probióticos, ingeridos directamente, sí tienen una intervención efectiva después de casos de diarrea por intoxicaciones alimentarias o ingesta de antibióticos.

No obstante no se tienen tantas pruebas de su eficiencia mezclados con un alimento o formando parte de él, salvo en el caso del yogur natural y algunos tipos de kéfir. De hecho la ciencia reconoce que hay pocos estudios al respecto y con universos de estudio reducidos, por lo que no se puede certificar la eficacia de otros alimentos supuestamente probióticos: ni el miso ni la kombucha ni el kimchi ni siquiera las aceitunas.

En esta dirección va una revisión de 2016 de ocho estudios previos realizada por la Universidad de Copenhagen, en la que se pone en duda la eficiencia de los probióticos en individuos previamente sanos, en los que la carga probiótica sería rechazada por la flora y sale con las heces tal como entró por la boca. La revisión concluía que “no hay pruebas” de que esto no ocurra así. 

La revisión también enfatizaba la falta de pruebas que demuestren la eficacia de la mayoría de alimentos probióticos en el caso de personas con una microbiota disminuida o “enferma” y terminaba reclamando más estudios para poder certificar que un alimento realmente tiene efectos benéficos a dicho nivel. 

No todos tenemos la misma flora

En la misma línea, un estudio de 2018 publicado por la revista Cell venía a confirmar que nuestro intestino no siempre “acepta” los probióticos. El mismo se basó en tomas de muestras no sobre las heces fecales de los pacientes estudiados, sino del intestino y el estómago mediante endoscopias. 

De este modo no se comprobaba lo que había en los detritos (más del 50% de las heces son bacterias, hongos y protozoos) sino lo que se implantaba en el sistema digestivo. Comprobaron que no siempre se producían modificaciones y raramente en floras “sanas”, que rechazaban los probióticos, que se iban con las heces. 

Finalmente, otro estudio publicado en la misma revista en el que a 21 individuos se les obligó a tomar antibióticos para dañar su flora y luego se les hizo restituir por: trasplante fecal de su propia flora sana (heces tomadas antes de la administración de antibióticos); probióticos y proceso normal, sin tomar nada específico. 

En el grupo del trasplante de sus propias heces se observó una mejora casi inmediata de la flora; en el grupo de los probióticos se observo una restitución parcial, que tardó algunas semanas en ser completada. Y en el grupo que no tomó nada, la recuperación fue más rápida que en el de los probióticos. 

Es decir, que al parecer los probióticos, al no coincidir exactamente con la flora propia de la persona, interfirieron en su recuperación. De hecho se especula con la producción por parte de estos de ciertas toxinas que inhiban a la flora autóctona. 

Por lo tanto, si las especies que contienen los probióticos no coinciden exactamente con las de nuestra, la ciencia apunta a que es mejor no tomarlos, ya que hacerlo puede ralentizar la recuperación. En esta línea, las nuevas hipótesis apuntan a la creación de probióticos personalizados tras un análisis de nuestra flora. 

Conclusión

Aunque se comprendan las razones comerciales y burocráticas, y los probióticos en efecto no sean un producto exactamente engañoso, sí parece precipitado otorgarles carta de eficacia sin una definición clara, un protocolo trasparente de certificación y sobre todo sin respaldo científico, puesto que la propia palabra induce a pensar en virtudes de las que la ciencia por el momento dura. 

Así, la OCU ha pedido recientemente una normativa específica para probióticos que incluya una definición legal de este término, las características que han de tener los probióticos, el detalle de su proceso de autorización y una lista de productos aprobados acorde con las comprobaciones científicas.

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