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De Biafra a Yemen: 50 años explicando el hambre igual (de mal)

'Fotograma del webdoc H-A-M-B-R-E, de ProjecteFAM'

Montse Santolino / Montse Santolino

Hace apenas 15 días Reuters convirtió a Saida Ahmad Baghili, una chica desnutrida yemení, en portada en medio mundo. Xavier Aldekoa tuiteó la del Times así: “Hay portadas que buscan cambiar las cosas. Ésta lo es”. Probablemente sí que buscan cambiar las cosas pero, ¿pueden hoy realmente hacerlo?

Las hambrunas como fenómeno mediático global tienen dos momentos fundacionales: los reportajes de la revista Life sobre Biafra en julio de 1968, y el reportaje de la BBC de Michael Buerk sobre el “hambre bíblica” de Etiopía, de octubre de 1984.

Los principales responsables de la gran cobertura internacional sobre Biafra fueron un grupo de médicos franceses indignados con la Cruz Roja por no denunciar la implicación directa del gobierno nigeriano (con apoyo de EEUU y Gran Bretaña) en provocar la hambruna para acabar con los rebeldes biafreños. Como respuesta, no solo decidieron movilizar a los medios de comunicación, sino que junto a un grupo de periodistas montaron Médicos sin Fronteras.

Bernard Kouchner, uno de esos médicos indignados, acuñó la famosa frase de “sin imágenes no hay indignación”. La implicación posterior del gobierno francés multiplicaría la presencia del conflicto en los medios internacionales.

El reportaje de la BBC, por su parte, tuvo un impacto aún mayor. Se pasó en 425 televisiones del mundo e impulsó a Bob Geldof a organizar el primer megaconcierto solidario de la historia, elLive Aid de 1985, un evento cuyos efectos culturales perduran hasta el día de hoy.

Así, el mismo año que los EEUU de Reagan abandonaban la Unesco como protesta por el Informe MacBride que denunciaba las graves consecuencias del monopolio informativo de los medios y agencias occidentales sobre los países más pobres, la Gran Bretaña tacheriana inventaba el show business solidario y convertía la lucha contra el hambre en un espectáculo global.

Tanto en Nigeria como en Etiopía estaban en guerra, pero lo que quedó en la memoria colectiva como la causa directa del hambre fue la sequía. Los dos reportajes dispararon el crecimiento del sector humanitario y, desde entonces, las coberturas sobre el hambre son el máximo exponente de la “oenegización” de la información internacional.

El hambre dejó entonces de reconocerse como un problema de orden mundial y se convirtió en una secuencia de crisis humanitarias causadas por fenómenos naturales, contra las cuales se luchaba movilizando recursos para que pudieran trabajar los organismos de Naciones Unidas especializados y las ONG. Con los años y la crisis de los medios de comunicación, la situación no ha hecho más que empeorar. Como afirma Anna Suriyach de la revista 5W, las ONG dictan la agenda, sencillamente, porque los medios no están sobre el terreno.

Las políticas agrícolas, comerciales y financieras globales y sus responsables quedaron, definitivamente, fuera del foco. Las causas climáticas y medioambientales se han convertido en la coartada universal para despolitizar el hambre cuando se sabe, al menos desde las investigaciones de Mike Davis y Amartya Sen, que desde hace al menos dos siglos las hambrunas son el resultado de la fatal combinación de factores climáticos y de la aplicación de políticas económicas capitalistas.

Davis estudió el fenómeno de El Niño en la época victoriana y demostró que aunque los fenómenos climáticos eran recurrentes, fueron las nuevas políticas económicas de las potencias coloniales las que provocaron las grandes hambrunas que mataron a entre 30 y 60 millones de personas en los países más pobres.

Jugar con las cosechas para su exportación a las metrópolis y el libre mercado de cereales son las auténticas causas del hambre desde hace cientos de años, y convertirlos en commodities es solo la evolución natural de un proceso histórico de especulación.

El Nobel de Economía Amartya Sen, que conoció de niño la hambruna de Bengala de 1943 que mató a tres millones de personas, demostró por su parte que no fue un ciclón, sino Churchill y sus guerras coloniales, los responsables directos de la hambruna por desequilibrar la economía de un país donde la exportación masiva de cereales provocó rumores de escasez y acaparamiento, lo que, a su vez, disparó los precios y los más pobres ya no pudieron acceder a ellos.

Sen demostró la misma pauta para la hambruna de Bangladesh de 1974 y cómo las lógicas de la guerra fría complicaron la resolución de la crisis: EEUU boicoteó el envío de ayuda alimentaria como represalia porque Bangladesh exportaba yute a Cuba. Sen tiene meridianamente claro cuándo se acabaron las hambrunas en la India: cuando se acabó el imperio británico.

Los efectos perversos de despolitizar el hambre

En 1987, cuando en España aún no existían casi ONG, Oxfam y la FAO ya habían realizado un estudio —Images of Africa. The UK report— analizando el efecto del “Live Aid” en el ecosistema informativo de la época. Sobre los medios dijeron lo que, desgraciadamente han repetido multitud de estudios críticos después: que casi no se publicaba información sobre África y que la que se publicaba la representaba, casi exclusivamente, como el continente del hambre, en piezas plagadas de estereotipos negativos donde los actores africanos eran sistemáticamente ignorados o distorsionados como consecuencia de centrar la atención en intervenciones humanitarias que les restaban protagonismo, y no destacaban sus capacidades.

Nikki van der Gaag y Cathy Nash, los autores, explicaron también como la ola solidariomediática arrastró a las ONG: “Sirvieron más como canal para el entusiasmo generado por los medios que como generadores de respuestas y no consiguieron, o no lo intentaron suficientemente, acompañar a la gente de la respuesta inicial, a otro lugar donde hacerse las preguntas fundamentales”.

Los consultores africanos consultados por Van der Gaag y Nash en su momento ya avisaron de que las imágenes y las percepciones sobre África no eran inocuas, y que condicionaban las intervenciones sobre el terreno. En 2013 una investigación de Suzanne Franks —Reporting disasters, Famine, Aid, Politics and the Media— sobre el reportaje de la BBC que provocó la respuesta planetaria, con documentación de la propia cadena, confirmó que el enfoque había sido simplista y había ignorado deliberadamente las razones políticas de la hambruna, razón por la cual no solo no había ayudado a solucionar el problema, sino que lo había empeorado y había provocado efectos indeseados cuyas consecuencias están presentes aún en el país.

Otro estudio de Oxfam publicado el 2011, Finding Frames, después de analizar los resultados de la campaña “Make Poverty History” de 2005, en el marco de la cual se realizó otro evento musical masivo — el Live 8— concluyó que el “Legado Live Aid” había fijado tales ideas en el imaginario colectivo, y con tanta fuerza, que la ciudadanía británica permanecía aún estancada en los años 80 en lo concerniente a sus percepciones sobre África, el hambre y la pobreza global.

Susana M. Morais ha analizado en su reciente tesis doctoral, 30 años de noticias de El País y el New York Times sobre el hambre y en particular sobre cómo se cubrieron las crisis alimentarias de Etiopía en los años 80, Corea del Norte a mediados de los 90 y Argentina en los primeros años de este siglo.

La perspectiva de 30 años y tres continentes no hace sino confirmar hasta qué punto se ha generalizado una cierta manera de explicar el hambre: informaciones mayoritariamente centradas en las víctimas (y particularmente en los niños, “referente universal de la vulnerabilidad”) para buscar el impacto emocional y no centradas en los responsables del hambre y en sus dimensiones políticas; informaciones mayoritariamente centradas en las hambrunas como momentos que mejor encajan en los “valores noticia” que el hambre crónica; informaciones mayoritariamente de crisis y emergencias y, por lo tanto, que destacan más los factores de orden coyuntural que los de carácter estructural y donde las soluciones que se plantean son cortoplacistas, “quedando las de fondo relegadas al silencio o reducidas a la mínima expresión”.

En relación a las ONG, la autora confirma que las noticias publicadas no reflejan “las mudanzas ocurridas en el seno del humanitarismo a lo largo de las tres décadas”, siendo la filantropía y el carácter asistencial los que predominan en el retrato ofrecido sobre la labor humanitaria. También considera que las ONG se han adaptado en exceso a una lógica periodística marcada “por el vaciamiento del contenido político”.

¿Se puede cambiar el “frame” sobre el hambre?

Igual que ocurrió en Biafra en 1968, en Yemen es hoy el gobierno el que, apoyado por una coalición de países árabes encabezados por Arabia Saudí, y con el beneplácito de EEUU y Gran Bretaña, ha provocado la hambruna para acabar con los rebeldes hautís (y también hay petróleo detrás).

Como en Biafra, casi nadie está explicando las auténticas razones del hambre porque nos incriminan: las políticas de nuestros aliados matan de hambre. Y aún antes. Antes de la guerra, Yemen ya tenía una de las tasas de malnutrición más altas del mundo y ya importaba la mayoría de sus alimentos. Cortar el acceso a los alimentos como arma de guerra es solo la política más obscenamente inhumana, de entre todas las políticas asesinas del hambre.

Llevamos medio siglo estancados en representaciones y discursos sobre el hambre que ni ayudan a la comprensión de sus causas, ni permiten imaginar no ya nuevas soluciones sino, sencillamente, soluciones.

El poderoso “frame” sobre el hambre construido por medios y ONG desde las hambrunas africanas condiciona las coberturas y las respuestas desde hace años. Saida, la chica yemení, tiene la piel muy oscura. “Parece” africana. Los editores gráficos de los diarios de medio mundo necesitan un esqueleto recubierto de piel negra para decidirse a hacer portadas, pero esas portadas “para que la comunidad internacional reaccione”, pretenden a lo sumo que algún organismo internacional envíe alimentos a la zona.

En Catalunya Xavier Giró analizó, para el proyecto europeo Devreporter, las noticias sobre cooperación y desarrollo publicadas entre el 2010-2013 en los principales medios catalanes y confirmó, cómo no, que las crisis alimentarias seguían en el top ten.

Giró descubrió cómo los “frames” hegemónicos son tan poderosos que llegan a neutralizar los contenidos que los contradicen, pero precisamente en esos contenidos encontró los avances: hay discursos distintos sobre las causas del hambre y la pobreza pero, en general, no están en los despachos de los directores de los medios. Tampoco en los de los directores de márqueting de muchas ONG.

¿Cómo explicar así que el hambre siempre tiene responsables políticos, que la desnutrición crónica y no las hambrunas es lo que provoca el mayor número de muertos de hambre (solo el 10% de los muertos por hambre lo son por sequías y guerras), y que está absolutamente fuera de las posibilidades de las ONG acabar con el hambre en el mundo?

Paradójicamente, la crisis ha hecho reaccionar a muchos profesionales de la información, en medios y ONG, que empiezan a romper con las dinámicas de instrumentalización mutua (mis campañas, mis reportajes, mis audiencias), y a poner por delante el objetivo común de que la ciudadanía tenga una imagen más real y completa de lo que ocurre en el mundo.

Solo una batalla conjunta desde ambos lados de la trinchera para exigir a los directores de medios una mejor información internacional (muchos más profesionales y muchos más recursos) y pedir a los directores de las ONG más profesionales capaces de hacer o ayudar a hacer buena información internacional (y no solo de asegurarse de que aparezca el logo de la organización), puede ayudar a modificar el potente mecanismo humanitario-periodístico que ha permitido hasta ahora levantar temas y fondos, pero que no ha ayudado mucho a que el público, todos los públicos, entiendan de una vez el mundo como un mundo global y profundamente interdependiente.

El modelo empieza además a agotarse cuando el emergencismo se devora a sí mismo: las peores crisis no duran ni cuarenta ocho horas en los medios. La dispersión de la atención es permanente, y el periodismo internacional es caro y poco útil para el infotainment.

La foto de Aylan Kurdi ya ha demostrado que poco efecto real y concreto tienen ahora las imágenes icónicas. La información sobre los refugiados, como ha ocurrido con la del hambre, corre el mismo riesgo de humanitarizarse, despolitizarse y cronificarse. ¿Lo permitiremos?

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