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Kilis, el modelo de convivencia amenazado por el ISIS

Refugiados sirios trasladan bolsas de alimentos en el paso fronterizo de Öncüpinar, en Kilis, Turquía

Ana Garralda

Más de la mitad de los habitantes de esta pequeña ciudad turca, situada a solo cuatro kilómetros de la frontera con Siria, es ya población refugiada. Aquí conviven con los turcos, pero siguen temiendo lo que llega del otro lado de la frontera. Esta semana el Estado Islámico ha lanzado cinco cohetes contra su término municipal, matando a cuatro personas. 

Al entrar en el café Evi de Kilis el visitante recibe el golpe de las incesantes bocanadas de humo de sus clientes, y el de los dados sobre los tableros de backgammon. El espacio es minúsculo y bullicioso, pero Samer, uno de los jóvenes empleados del café, se las arregla para deslizarse con destreza entre los usuarios de las tres únicas mesas que tiene el local, ubicado en la planta baja de un centro comercial cercano a la plaza que alberga la sede de la gobernación civil.

Hace cinco años, antes de la guerra en Siria, esta pequeña ciudad fronteriza del sudeste de Turquía (a unos 60 kilómetros de la ciudad siria de Alepo) tenía una población local de 90.000 personas. Hoy los nacionales turcos conviven con otros 130.000 refugiados, mayoritariamente sirios, en este pequeño enclave fronterizo. Es el primer punto de llegada de los sirios a Turquía, y es también la última ciudad turca de la que han partido miles de milicianos extranjeros que han terminado engrosando las filas del autoproclamado Estado Islámico (EI).

“No me pagan mucho, pero al menos pude salir de Siria y venir con mi familia”, explica Samer mientras sirve té en uno de los típicos vasos turcos, con forma de tulipán. El joven huyó de Alepo hace poco más de un año y hoy vive en una habitación con su madre y su hermana, en la que a su vez conviven con otra decena de refugiados sirios hacinados en un pequeño apartamento del centro de la ciudad.

“Echo de menos mi casa, pero en general la gente de Kilis nos trata bien y ganamos lo suficiente para cubrir gastos”, continúa. A los pocos minutos, mientras Samer va y viene entre las mesas del café, aparece su hermana Biram con varias carpetas bajo el brazo. Samer le había avisado una hora antes de que unos periodistas extranjeros se encontraban en el local y ha querido pasar a curiosear. “En mi caso quise salir de Siria porque allí ya no podía estudiar. No era seguro”, explica la joven. A diferencia de su hermano, ella lleva poco más de un mes en Kilis. Antes pasó una temporada con unos parientes en Emiratos Árabes Unidos, pero decidió reunirse con su familia en Turquía para estar más cerca de su casa en Siria. “¿Quién no quiere volver al lugar donde ha nacido? En cuanto las cosas mejoren, regresaré”, asegura.

Durante un breve descanso, tras pedirle permiso al dueño Zacarías, Samer continúa su relato. El suyo es extrapolable al de muchos jóvenes sirios que se han convertido en mano de obra barata para Turquía. “Trabajo más de diez horas diarias sirviendo tés y cafés por apenas 25 liras (unos 8 euros), pero soy consciente de que no me puedo quejar. ”Aquí no caen las bombas como en Alepo“, añade.

En los últimos días, al menos 40.000 sirios han huido de los combates producidos cerca de la ciudad siria de Alepo porque, según asegura Naciones Unidas, las fuerzas gubernamentales siguen con la ofensiva contra combatientes de la oposición pese a la tregua pactada. 

Pero la seguridad en Kilis también ha empeorado en los últimos meses. La guerra en Siria salpicaba a la ciudad esta misma semana cuando cinco cohetes lanzados por el Estado Islámico impactaban dentro de su término municipal, matando a cuatro ciudadanos sirios –tres niños y un pastor– e hiriendo a una docena personas más. Con éstas, el número de víctimas mortales desde que comenzó el año se eleva a diez.

En el café, Zakarías, el dueño del Evi, que escucha desde cierta distancia lo que cuentan Samer y su hermana Biram (muchos turcos de esta zona entienden en el árabe), también tiene algo que decir. “Yo sí estoy contento con los sirios. Vengo por la mañana y Samer me ayuda en el café, atendiendo a los clientes”, relata el empresario turco. “Como musulmanes pensamos que son nuestros hermanos y que nuestro deber es ayudarles”, agrega.

Sin derechos laborales

Aunque no todos los comerciantes de Kilis están tan contentos con la presencia de los sirios como Zakarías. El propietario de la peluquería de al lado, Ahmet, que luce el bigote típico de la época otomana y cuyo negocio está plagado de fotografías del ubicuo Ataturk (fundador y primer presidente de la República de Turquía), asegura que no es oro todo lo que reluce. “Mire, la llegada masiva de sirios ha provocado que por un lado bajen los salarios y, por otro, que suban los alquileres, así que muchos ciudadanos, aunque no lo digan en público, preferirían que se volvieran a su país”, afirma.

El Estado turco no les facilita las cosas. A pesar de los discursos a favor de la integración socio-económica que llegan desde el Gobierno central lo cierto es que actualmente apenas se han tramitado 2.000 permisos de trabajo. Eso supone aproximadamente el 0,1% de la población siria en edad laboral que reside en Turquía, que alberga ya a 2,7 millones de sirios.

En enero el Parlamento de Ankara aprobó una nueva ley para dar cobertura jurídica a los refugiados que quieran trabajar, pero de poco ha servido. Atenerse a esa ley implicaría pagarles los mismos sueldos que a un trabajador turco, por lo que los empresarios prefieren que el salario de los refugiados sirios se mantenga bajo, y en negro. 

Ciudad candidata al Nobel de la Paz

El alcalde de Killis, Hasan Kara, es un ferviente defensor de la integración de la minoría siria. “No nos gusta llamarles refugiados, sino residentes, dado que muchos llevan hasta cinco años viviendo entre nosotros y la convivencia funciona, como usted misma ha podido comprobar”, añade el regidor, que acaba de volver de un viaje al extranjero para promover la candidatura al galardón noruego.

“A corto plazo lo más importante es que tengan acceso a los servicios básicos, pero cuando ya llevan un tiempo en Kilis la clave está en que encuentren trabajo”, explica. Según termina la entrevista baja al patio del Ayuntamiento, en el que le esperan los representantes de la cámara de comercio e industria local. En un desayuno de trabajo con una treintena de ellos sentados en una larga mesa con forma de escuadra, Kara transmite las directrices que emanan de Ankara. 

Kara es un activo militante del partido gobernante AKP, por el que fue diputado en el Parlamento antes que alcalde. “Esperamos que el gobierno central transfiera a los municipios una parte de esos 3.000 millones de euros que va a recibir de Bruselas para que podamos poner en marcha las políticas de creación de empleo”. “Si ganáramos el Nobel eso visibilizaría el trabajo que estamos haciendo entre todos desde aquí”, comenta a sus interlocutores.

El gobernador civil de la provincia de Kilis, Suleyman Tapsiz, no es tan optimista como el alcalde, según contó recientemente en varios medios locales. Una reciente contraofensiva del Frente al Nusra contra a los avances del Ejército Sirio Libre (principal milicia de la oposición al régimen de Bashar el Assad) ha desplazado entre 20.000 y 30.000 nuevos refugiados hacia la frontera, en donde esperan para poder cruzar.

El gobernador se ha mostrado dispuesto a incrementar en 25.000 plazas más los campamentos que están dentro de su demarcación provincial –Elbeyli y Öncüpinar, que acogen ya a unos 24.000 y 17.000 refugiados, respectivamente–, pero ha pedido al Gobierno central que los excedentes sean llevados a otras provincias porque, asegura, “Kilis ya no puede más”. 

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