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“No quería venir a Europa, pero al llegar a Libia no hay vuelta atrás”

Baba. | María Asensio/Proyecto Pelagias

Juan León García / María Asensio / Julián Calvo

Lampedusa (Italia) —

“Inshallah”, Baba recuerda cuando Mustafá, su mejor amigo, y quien le animó a hacer el viaje de sus vidas, le decía en mitad del naufragio: “Baba, todo va a ir bien, todo va a ir bien”. El barco grande prometido por las traficantes libios aumentó sus esperanzas, hasta que llegó la ola. “De un solo golpe —recuerda— atravesó el barco y muchos fueron arrastrados. Mi amigo estaba entre ellos. Se llevó a mi amigo. Hubo 34 muertos –estima— en ese instante. Los vi en el agua, gritando. Nadie les podía salvar. El barco cogió mucha agua. Todo el mundo lloraba”.

Cerca de 976 personas han desaparecido este año en la ruta del Mediterráneo Central. Alrededor de 80 refugiados y migrantes desaparecieron el sábado en la costa libia en su intento de llegar a Italia. Un carguero italiano, el Valle Bianca, rescató a una veintena del más del centenar que iba a bordo de la embarcación. Dos embarcaciones de la Guardia Costera llegaron a Lampedusa con los supervivientes.

Baba no quería venir. Era consciente de las peligrosas condiciones de un viaje que no tiene la más mínima certeza en ninguna de sus etapas. Este guineano de 18 años recién cumplidos pasó la mitad de 2015 entre Argelia y Libia. Aunque los intenta olvidar, recuerda con claridad los tres días durante los cuales los traficantes de personas dejaron sin comida y apenas bebida a quienes embarcaron rumbo a Italia. “Pudimos beber algún sorbo de agua”, dice el joven guineano.

“Si te das la vuelta, te pueden matar”

Cuando vio el barco en el que debía subir, Baba se negó con rotundidad. Pero cuando el viaje está pagado, dice, la única posibilidad de evitarlo es la muerte. “En ese momento, le dije a mi amigo que no debíamos meternos ahí, que era un gran riesgo intentar llegar a Italia en ese barco, que mirase toda la gente que había allí. Me dijo que fuese valiente y que nos íbamos a ir. Le dije que no, que era un gran riesgo. El árabe pegaba a todos y nos gritaba ”subid, subid“. No puedes darte la vuelta en ese momento. Te pueden matar. Me armé de valor y subí al barco”.

Calcula que eran “más de 140”, aunque el barco, afirma, tenía capacidad para unas 100. La embarcación partió del puerto libio de Tobruk y empezó a anegarse de agua cerca de Túnez, donde el buque de SOS Mediterranée localizó y rescató a los supervivientes, que fueron trasladados a Lampedusa.

“Desde que he llegado a Lampedusa solo doy gracias”, dice, mostrando una sonrisa sincera. En esta pequeña isla italiana, un lugar de paso -como son Ceuta y Melilla en España-, Baba ha podido respirar y decir a su familia que “todo va bien”. Después de las últimas operaciones de rescate, el Centro D'Accoglienza de Lampedusa se encuentra abarrotado. Se han tenido que habilitar camas en los pasillos tras la llegada de más de 500 personas durante la última semana. El centro está operando estos días al doble de su capacidad, superando los 800 residentes.

Mientras las llegadas a la isla no cesan, los traslados de migrantes y refugiados a centros de Sicilia se aceleran. La mañana en que Baba supo que se iba en el próximo barco rumbo a Sicilia, quedaban pocas horas para el embarque. No pudo despedirse de sus amigos ni regresar, como cada martes, al Archivo Histórico de Lampedusa.

La historia de Lampedusa está recogida entre sus cuatro paredes y la memoria de su presidente, Antonino, quien ha convertido su centro cultural en un lugar de encuentro y evasión para los recién llegados. “Buscamos hacerles olvidar este pasaje. Buscamos darles, en la primera ocasión para ellos en su viaje, un momento de serenidad, de afecto”, explica.

“Io voglio studiare italiano e lavorare per aiutare a il mio popolo”, dice Diakaria, otro joven guineano bajo la atenta mirada de Antonino. Cada tarde, los migrantes que se acercan al Archivo reciben clases de italiano y encuentran un lugar donde conectarse con sus familias y amigos.

El callejón sin salida libio

Diakaria es otra de las 3.350 personas que han llegado a la isla este año, según datos del Ministerio del Interior italiano. También fue una de las muchas que vino desde Libia: “O subes y pruebas suerte y llegas, o embarcan a los demás y a ti te matan y te dejan allí. Vi cómo disparaban a mucha gente y cómo la dejaban en el desierto cuando estábamos haciendo el viaje”. Junto a su hermano pequeño Ibrahima, tuvo que subir al barco y rezar para que todo saliera bien.

Desde que tienen conocimiento, Diakaria e Ibrahima viajan en contra de su voluntad. De Guinea huyeron tras el asesinato de su padre, militante del partido de la oposición Unión y Fuerza Republicana, y la amenaza de acabar con su estirpe. Pasaron por Malí, Burkina Faso y Níger, donde se le ofreció la oportunidad de estudiar en Argelia o Libia.

“Me fui de casa porque mi vida corría peligro pero me di cuenta de que en Libia estaba incluso peor que antes”. Pero, otra vez, no había vuelta atrás. El viaje ya estaba planeado y el dinero, en otras manos. Los días anteriores, en Trípoli, los pasó encerrado, sin poder ver a Ibrahima: “Fue al tercer día que lo volví a ver. Lloré mucho. Quería volverme pero no podía. Con quien vine me dijo que si me volvía me dispararían, que los libios preferían eso a dejarnos ir”. Por eso ahora su mirada guarda algo de desconfianza, de secretos escondidos.

El contraste aparece con la sonrisa de Mamadou. A este joven de 15 años, el viaje le llevó de Guinea, donde afirma que su vida corría peligro, a Libia, donde descubrió que estaba expuesto al mismo riesgo. Al poco de llegar a Trípoli, fue detenido por ir indocumentado y pasó mes y medio en la cárcel. Lo que no revela su sonrisa lo deja entrever la cicatriz de su brazo izquierdo.

En Libia, Mamadou trabajaba para un hombre que, “un día”, le llevó “hasta la orilla del mar”, donde le esperaba un bote. Su empleador fue claro: “Subes o te disparo”. Probablemente este procedimiento se repitiera hasta 114 veces, equivalente a las personas que, según estima Mamadou, se encontraban en el bote aquel día.

Libia, ¿la nueva Turquía?

A pesar de las documentadas vulneraciones de derechos humanos contra los migrantes en Libia, Italia ya ha manifestado su predisposición a trabajar en un acuerdo con Libia similar al alcanzado por la UE con Turquía. El objetivo: bloquear las llegadas por la ruta del Mediterráneo central. Tras el pacto que ha permitido la expulsión a Turquía de los migrantes y refugiados que llegan a las islas en estos momentos hay unas 800 personas en Libia esperando a cruzar.

Más de 25.000 migrantes han atravesado en 2016 la ruta del Mediterráneo Central, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). El negocio de los traficantes mueve cerca de 1.000 euros de media por persona, lo que supondría unos 25 millones de euros sólo en esta ruta.

Desde el último naufragio, ha habido dos nuevas operaciones de rescate en Lampedusa, con más de 500 personas en total y dos lecturas: en el primero de los desembarcos, la mayoría de sus integrantes fueron jóvenes egipcios, lo que demuestra la inestabilidad política del país más importante de la región. En el segundo de los desembarcos, en cambio, la nacionalidad predominante ha sido Nigeria lo que puede estar relacionado con el terror impuesto en el norte del país por el grupo terrorista Boko Haram.

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