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Nahla, otra víctima más en Gaza

Nahla, durante uno de los talleres para niños en Gaza.

Rebeca Pérez/Anxela Iglesias

Ayer hirieron a Nahla, una trabajadora social que cada día durante los últimos cuatro años organizaba talleres creativos para chavales en Gaza. Cada día repetía a chavales de seis a doce años que la violencia no es la solución, que hay que afrontar los problemas a través del diálogo y que es importante que conozcan sus derechos para así exigir que se cumplan. Ella y sus compañeros del equipo de Creart utilizaban la plástica, el teatro, el circo, para abordar una cultura de paz, para fomentar el debate, la comprensión y el respeto.

Fue herida por la mañana, cuando salió a buscar comida con su hermana. Su casa había sido bombardeada, por lo que se había convertido en una de las 120.000 personas desplazadas dentro de Gaza. Nahla buscó cobijo en una escuela de la UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados palestinos) llena ya hasta el límite. Seis familias comparten aula allí, y la comida y el agua escasean, así que hay que buscarla fuera.

Nahla, junto al resto del equipo de trabajadores palestinos y formadores llegados de Barcelona y Madrid, ponía ilusión en su trabajo. Hablaba de equidad e igualdad de género, organizaba actividades para visibilizar el papel de madres, abuelas y tías de los alumnos y mostrarles lo importantes que son, a pesar de que vivan en una sociedad extremadamente patriarcal. Los grupos de niños y niñas que empezaban los talleres en grupos separados y no se querían mezclar acababan jugando juntos después de dos meses, haciéndose amigos. Y las madres, para las que también organizaban talleres, descubrían contentas que también eran creativas, encontraban espacio para moverse, disfrutaban jugando con sus hijos.

Los médicos dicen que Nahla está fuera de peligro. No la pueden operar para retirar los restos de metralla, porque el hospital al que la llevaron, como todos los demás, está colapsado. Prestan primeros auxilios, paran hemorragias, intervienen como pueden a los más graves con una escasez de medios y medicamentos alarmante.

Después de cada ofensiva en los últimos cuatro años, Nahla y sus compañeros tenían que volver a empezar. El trabajo de los meses anteriores se daba por perdido porque los chavales, después de vivir de nuevo situaciones de miedo extremo y violencia, volvían a tener conductas agresivas, les era imposible concentrarse, volvían los miedos nocturnos y un sinfín más de problemas. Nos contaban que merecía la pena, pues reanudar las actividades creativas, con juegos y bailes, hacía que muchos niños empezaran a mejorar en clase y en casa.

Ahora cuesta creer que se podrá volver a empezar. La Oficina de la ONU para Asuntos Humanitarios informaba de que en los últimos dos días ha sido asesinado un niño por hora. Los que sobrevivan llevarán grabadas a fuego en sus memorias el horror de estos días, sin un solo lugar seguro en toda la Franja de Gaza. Muchas madres habrán perdido a sus hijos y no tendrá sentido que hayan aprendido a jugar y ser creativas con ellos.

Nahla se recuperará de las heridas del cuerpo, pero tardará mucho en cerrar las otras. Quién sabe si tendrá fuerzas para reunir de nuevo a los chavales y hablarles de la importancia de sus derechos. ¿Qué derechos les quedan después de días de bombardeos y espantoso silencio de la comunidad internacional? Quién sabe si Nahla y sus compañeros de equipo reunirán energías para decir que la violencia no es la solución a unos niños que han visto el infierno.

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