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Pozo de Vargas: cómo la dictadura argentina se deshizo de sus víctimas

Mario Pais Beiro

Cuando en mayo de 2014 los responsables del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se pusieron en contacto con Carolina Meloni, ella y su madre respiraron aliviadas. Hernán Eugenio González, tío de Meloni, había sido asesinado durante la dictadura militar de Jorge Rafael Videla, como tantos otros opositores y líderes de organizaciones estudiantiles o sindicales. Pero como ocurre en España con los fusilados durante la Guerra Civil, muchos de esos cuerpos nunca aparecieron. “Recuperarlos te permite pasar el duelo, que ha durado 40 años”, asegura Meloni.

Hernán era un joven estudiante de Medicina cuyo cadáver fue arrojado al Pozo de Vargas, en la provincia de Tucumán, al norte de Argentina, tras haber sido secuestrado en septiembre de 1976 y torturado hasta la muerte en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Sobre ese pozo y su historia gira el documental La noche del mundo, ideado por la propia Carolina Meloni junto a Fernando Ávila e Ignacio Sacaluga como un proyecto de investigación de la Universidad Europea de Madrid (UEM), en la que son profesores.

El documental indaga en las declaraciones de testigos y familiares de otras víctimas localizadas en el Pozo de Vargas. Construido a principios del siglo XX para abastecer de agua al ferrocarril, los militares lo convirtieron en una fosa común a la que arrojaron cerca de 70 cadáveres, según cálculos del Colectivo Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán (CAMIT), quienes realizan los trabajos de extracción de restos.

No fue fácil. Los militares de Videla se esforzaron en impedir su localización, se afanaron en colocar toneladas de material de obra y tierra para ocultar el pozo. Su objetivo era tapar completamente la boca del foso, dificultar el hallazgo de los cuerpos que decenas de personas se han negado a olvidar. No consiguieron ocultarlo, aunque los restos se encuentran en muy malas condiciones. “De mi tío han encontrado un fémur, parte de la mandíbula y parte del cráneo”, relata Meloni. “Los arqueólogos forenses dudan que se puedan encontrar cuerpos enteros”.

Meloni y el equipo de la UEM viajaron a principios de 2015 a Argentina para filmar este documental y permanecieron dos semanas en la región de Tucumán. Por primera vez las autoridades locales permitieron el acceso de cámaras al Pozo de Vargas. “Bajar fue una experiencia bastante dura”, admite.

“Sentí que me faltaba el oxígeno, que me iba a dar un ataque de ansiedad y no iba a aguantar la experiencia. Fue terrible, algo que no me gustaría repetir. Quería hacerlo, quería saber dónde habían arrojado a mi tío, pero con una vez es suficiente”. El pozo, situado en lo que los argentinos conocen como villas miseria (asentamientos de chabolas), está rodeado por un parque sobre el que se levantan decenas de árboles, uno por cada desaparecido aparecido.

“No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam”, le dijo Videla a la periodista argentina María Seoane, en una entrevista recogida en su libro El Dictador. Y para hacerlos desaparecer eran esenciales los centros de detención clandestina como el Arsenal Miguel de Azcuénaga, el más grande del norte de Argentina y otro de los focos en los que se centra el documental. Allí los secuestrados por orden de los militares eran torturados para obtener información. Los que sobrevivían a los brutales interrogatorios eran, en su mayoría, asesinados. Sus restos, ocultados.

“Hay testigos que afirman que mi tío muere en el Arsenal durante una sesión de tortura”, relata Meloni a eldiario.es. “Hay una línea de investigación que conecta este centro con el pozo. Muchas de las personas arrojadas en el pozo fueron asesinadas en el Arsenal”, explica la directora de producción del documental. “Incluso, se habla del pozo como un ”segundo enterramiento“: se piensa que fueron asesinadas en el Arsenal, enterradas allí, desenterradas y escondidas en el Pozo de Vargas. Proceso llevado a cabo cuando el final de la dictadura era evidente y querían ocultar pruebas”.

El Pozo de Vargas sigue siendo una causa abierta. Se calcula que todavía quedan 10 metros de restos por exhumar y analizar. Por ahora el equipo de arqueólogos del EAAF (que también colabora en la identificación de restos extraídos en fosas comunes en España) ha conseguido identificar más de 40 cadáveres. “Hay muchos testigos visuales de cómo tiraban los cuerpos al pozo: llegaban de noche y cortaban la luz de todo el barrio, se escuchaban tiros...”, relata la profesora de la UEM.

“Un testigo asegura haber visto a una persona viva en una camilla”. Al día siguiente los vecinos encontraban pisadas y restos de sangre en la zona que rodea al pozo, pruebas de las atrocidades que el régimen de Videla cometía contra la población civil. “Nuestra intención es que se conozca esta historia y no se olvide”, afirma Meloni.

El documental, que también cuenta con entrevistas a expertos forenses y jurídicos como el exjuez español Baltasar Garzón, se estrena este miércoles en la Cineteca de Madrid y podrá verse en esa misma sala del 5 al 7 de febrero.

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