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Salvar a un recién nacido en medio del Mediterráneo

Un bebé de cinco días atendido por un equipo sanitario tras ser rescatado. Foto: Médicos Sin Fronteras

Courtney Bercan

Médicos Sin Fronteras —

El año pasado una foto de un niño de tres años ahogado en la playa fue ampliamente recogida por los medios de comunicación. Se trataba de Aylan Kurdi, un niño sirio que se ahogó mientras trataba de llegar, junto a su familia, desde la costa de Turquía a las islas griegas. Su muerte provocó un clamor de repulsa en todo el mundo e hizo que muchas personas pudieran ver desde la comodidad sus hogares el triste final de una familia que trataba de huir de la guerra y el resultado de las políticas migratorias europeas.

Recuerdo que cuando vi las fotografías del pequeño me sentí horrorizada. Tengo dos sobrinas y las imaginé en una de esas embarcaciones endebles e inseguras. Intenté imaginar una situación en la que mi hermano se viera obligado a poner a sus dos hijas en semejante peligro; subidos en un bote sin chalecos salvavidas, surcando las aguas de un mar donde han muerto miles de personas en los últimos meses.

Me pregunté en qué momento un padre toma la decisión de aceptar este riesgo, fue entonces cuando me acordé de una entrevista que me puso en perspectiva. Se trataba de una mujer refugiada siria cuyas palabras nunca olvidaré: “Una madre no decide arriesgar la vida de sus hijos en estos barcos a no ser que el peligro de quedarse sea mayor que el que implica el viaje”.

Este concepto desgarrador es una realidad que escucho una y otra vez a nuestros pasajeros en el Dignity I.

Hace unas semanas vivimos una jornada excepcionalmente numerosa en cuanto a la cantidad de barcos y refugiados rescatados. Jamás había visto, desde que empecé esta misión, niños tan pequeños. Entre ellos estaban dos gemelos prematuros que habían nacido hacía apenas cinco días.

Cuando vi que una mujer subía a bordo sosteniendo dos pequeños bultos envueltos en una manta, me puse en alerta. Venían a mi mente imágenes de escenas similares durante mi misión con MSF en la República Democrática del Congo donde, a menudo, nos llegaban bebés cuando ya era demasiado tarde. Albergaba la esperanza de que no fuera el caso, pero sabía que la travesía en esas precarias balsas desde Libia — que ya son peligrosas para todos — es aún más arriesgada para estos pequeños pasajeros.

Me sentí aliviada cuando destapé al primer recién nacido y noté que su piel estaba caliente y el color, el tono y el estado de la respiración eran normales, aunque me sorprendió lo pocos días de edad que tenía. Cuando vi al segundo, me di cuenta de que era más pequeño y frágil; se encontraba en peores condiciones que su hermano. Tras examinarlo, concluí que el bebé tenía una temperatura muy baja y sufría episodios de apnea (períodos durante los cuales se suspende la respiración).

Primero le calentamos colocándolo piel con piel con su madre. Sin embargo, su temperatura pasó a ser demasiado alta; no era capaz de regularla. Tenía la fontanela deprimida lo que podría indicar que estaba deshidratado pero no quería comer. Se trata de situación muy complicada, incluso en un hospital completamente equipado, y requiere de muchos más cuidados de los que podemos darle en la clínica de un barco durante los dos días de navegación hasta llegar a Italia.

Estabilizamos al recién nacido y confiamos en poder trasladarlo a tiempo a un hospital en tierra. Afortunadamente, pudimos organizar una evacuación médica rápida y transferir al pequeño junto a su hermano y su madre en menos de una hora. Todos respiramos aliviados.

Dar a luz gemelos prematuros tiene riesgo en cualquier parte del mundo, pero si además esto ocurre en un país en desarrollo y sin acceso a atención médica se convierte, a menudo, en una sentencia de muerte. No me cabe ninguna duda de que el pequeño habría muerto si no se hubiéramos podido trasladarlo urgentemente hasta un hospital.

Con nuestros dos pasajeros más jóvenes en el hospital y el barco al máximo de su capacidad nos dirigimos hasta Italia para desembarcar a 435 personas rescatadas. Como enfermera, puede resultar difícil apreciar plenamente el significado o emoción de la situación cuando se está volcada en la atención a los pacientes, mucho más cuando hay más de 400 a bordo. Cuando estás tan ocupada, la emoción solo llega cuando has terminado.

Tras el desembarco, el sol se pone, el barco se queda vacío y la tranquilidad se apodera de nuestro buque. La adrenalina da paso al agotamiento. Al final, tengo tiempo para procesar algunas de las experiencias que deja el rescate y rompo a llorar cuando escucho a Nicholas, el coordinador del proyecto, explicar la historia de los dos gemelos a un medio de comunicación canadiense.

La frágil situación del pequeño y la desesperación de su madre al haber tenido que dar a luz recluida en Libia y sin ayuda duelen. Estoy contenta de haber contribuido a darle a ese niño y a otros tantos un tránsito seguro y digno hasta Italia. Atender a bebés y recién nacidos aumentan la exigencia de nuestro trabajo, pero merece la pena.

Mientras que la famosa historia de los gemelos tiene un final especial (y feliz), durante esos tres días locos tuvimos a bordo muchos niños cuyas historias nunca captarán la atención de los medios. Cada uno, con su propia y única personalidad: saltan, juegan y se meten en problemas, igual que cualquier otro niño en el mundo.

Me alegra que la mayoría de ellos no parece haberse dado cuenta de lo peligroso que ha sido el viaje que acaban de realizar. Sus padres los han protegido de las peores partes del viaje y su alegría con un globo o una fotografía iluminan todo el barco.

Ellos son los pasajeros con los chalecos salvavidas más pequeños del Dignity I.

Courtney Bercan trabaja como enfermera de Médicos Sin Fronteras (MSF) a bordo del barco de rescate Dignity I.

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