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ENTREVISTA | Roberto Valencia

“Trump está llamando pandilleros a los que huyen de las pandillas”

El periodista Roberto Valencia, autor de 'Carta desde Zacatraz' / Fred Ramos (El Faro)

Jesús Travieso

El Salvador tiene cerca de 6,5 millones de habitantes. Más de la mitad de su población convive a diario con un estigma que ha convertido al país en uno de los más peligrosos del mundo: la violencia de las pandillas. Los números son muy claros: en 2015, llegó a haber 103 homicidios por cada 100.000 habitantes. Cifras que cayeron a 81,6 y 60 en los dos años posteriores.

A Roberto Valencia (Vitoria, 1976) no le gusta centrar el fenómeno de la violencia en Centroamérica en los números provocados por Mara Salvatrucha, Barrio 18, Sailors Locos o Pana di Locos. Por eso ha investigado durante casi ocho años las experiencias y las historias de los que conocieron a Gustavo Adolfo Parada Morales, el marero que fue conocido en El Salvador como El Directo.

El resultado es Carta desde Zacatraz (Libros del K.O.), un reportaje periodístico en forma de libro que analiza las pandillas desde que Estados Unidos exportó el problema. Un país que, según Valencia, tiene “una deuda histórica indiscutible” con el país centroamericano, en el que reside desde hace 17 años.

¿Qué ofrece una mara para que un joven quiera unirse a ellas?

El perfil del pandillero que se brinca es el de un chaval que quiere hacerlo coincidir con su cumpleaños número 13. La idea de estos adolescentes, sobre todo en los 90, era querer estar en la pandilla porque tenías garantizado un estatus o un poder a escala de comunidad marginal, sumado a un éxito con la chicas o al acceso a drogas. Esto afortunadamente no seduce a todos los jóvenes, pero sigue siendo un atractivo, como en todas las latitudes. Eso creo que no ha cambiado radicalmente.

¿Se puede decir que lo que ofrecen es una satisfacción por lo inmediato, como han hecho en otro ámbito algunos líderes políticos?

No creo que se pueda comparar. El fenómeno ha evolucionado en Centroamérica, pero creo que los riesgos de ser pandillero son conocidos por los que entran. A pesar de lo que ha llovido, a pesar de la represión, las pandillas siguen teniendo más demanda que plazas. Siempre digo que si fueran una empresa, tendrían más currículums que ofertas. Uno no entra pensando que eso es un club de boyscouts, y los motivos no han cambiado para los jóvenes de 12 o 13 años. Entran sabiendo que da un estatus, algo codiciado en mentes que no están formadas.

¿Cuál ha sido esa evolución?

Hay algo muy previo que conviene aclarar. El fenómeno es importado de Los Ángeles. La Mara Salvatrucha y la Barrio 18 son dos de entre cientos de pandillas latinas, y esa semilla la siembran otros a inicios de los 90 en las sociedades centroamericanas. Esa evolución ha sido en función de las particularidades de estas zonas. En el caso de El Salvador, aunque hayan tomado el mismo nombre y las mismas letras de las pandillas pasado, lo que ocurre allí no se puede comparar con otros sitios. Esto responde a unas características propias de estas sociedades, donde hay niveles de pobreza y desigualdad que no tienen nada que ver con California. Pasa lo mismo con la debilidad institucional.

¿Qué hace tan particular a El Salvador?

Allí hay una forma recurrente a solucionar los problemas con métodos violentos. A nivel de políticas de Estado y de relaciones interpersonales pasa. En El Salvador es fácil que una pelea por un choque de semáforo termine mal. Estas condiciones, además de un culto excesivo al clasismo y al individualismo, se suman a una apuesta que salió muy mal por el neoliberalismo tras acabar la guerra en 1992. Todo esto hizo que un fenómeno de pandilleros que se da en todos los países del mundo se convirtiera en un problema de seguridad pública muy fuerte, y que ahora sea un problema de seguridad nacional.

¿Cómo se ha llegado a que los números de homicidios en el país sean tan altos?

Con los números tengo la experiencia de que entran por un lado y salen por el otro. Creo que a veces dejamos de lado lo que significan esos números. Esto va mucho más allá de hacer una visita turística y de que te sienten a un pandillero y hacerle cuatro preguntas, o que veas a una víctima. En la Sala Negra de El Faro creemos que el periodismo tiene que ser persistente con ciertas temáticas. Vivimos en la región más violenta del planeta, el triángulo norte de Honduras, Guatemala y El Salvador. Y esa violencia va más allá de esas cifras de números escandalosos. Sé que suena feo, pero muchas veces el problema es para los que están vivos.

¿A qué se refiere?

Hay que contar qué es vivir en una comunidad de pandillas. Si vives en una controlada por la Mara Salvatrucha, y enfrente hay una calle que la separa de otra que es controlada por la Barrio 18, como ocurre habitualmente, no puedes poner un pie allí. Si frente a tu casa tienes una escuela a la que tiene que ir tu hijo, pero está situada en la zona de una pandilla rival a los de la tuya, no puedes matricularle allí. Aunque tú odies a los pandilleros de tu comunidad, él viene de la contraria. Si tú tienes un familiar en esa comunidad y se muere, no puedes ir a su velatorio. Hasta ir en bus por una ruta que atraviese varias colonias es un acto de peligro en el que te estás jugando la vida.

¿Todo el país vive con este problema?

Esto afecta a unas franjas sociales, no a todas. Tú puedes ir de visita e irte encantado con un país con unas playas preciosas, visitar volcanes... Pero hay tres o cuatro millones de los 6,5 millones de habitantes que conviven con esta violencia. Las pandillas tienen control e imponen su lema, resumido en oír, ver y callar. Y si haces eso, pues más o menos llevas el día a día. Pero mucha gente no es consciente de las renuncias que hace, porque las vivió de niño y ahora de padre. Y si tienes claro que no quieres que tu hijo se involucre en ellas, lo sometes a un encierro en casa.

¿Qué relación tienen las pandillas con las caravanas que migran a EEUU?

Hay que partir de analizar qué puede llevar a miles de padres a coger a sus hijos tras una convocatoria de Whatsapp para andar miles de kilómetros e irse a un país hostil para los migrantes. Desde nuestras comodidades, puede ser muy fácil llamar irresponsable a un padre que quiera atravesar un río con un niño. Pero en eso no hay que poner el foco: hay que centrarse en por qué huyen. En nuestras sociedades existe este clasismo de no plantearnos las preguntas adecuadas.

¿Tiene EEUU una deuda histórica con El Salvador por las pandillas?

Eso es indiscutible. Y el problema aún se agrava más, viendo a Donald Trump militarizar la frontera para frenar un éxodo y unas caravanas motivadas en gran parte por las pandillas. La emigración se explica por varios factores, pero uno de los que tiene muchísimo peso en El Salvador es la huida de la violencia. En EEUU no se hacen cargo de lo obvio, y es que éstas surgieron en Los Ángeles, no en San Salvador o Ciudad de Guatemala. Y Trump está usando a las pandillas y llamando pandilleros a los que huyen de ellas.

¿Por qué Trump tiene esa fijación con alarmar con las pandillas?

No creo que sea gratuito. Trump llegó a la presidencia con un discurso xenófobo, contra la inmigración. A El Salvador lo llamó “país de mierda”. Eso es lo que está presidiendo el país más poderoso del mundo. También escribió en un tuit “MS-13”, en referencia a la Mara Salvatrucha, y eso no lo había hecho antes ningún presidente de EEUU. Y lo hace de manera recurrente, para vincularlo con gente como la de las caravanas, que están siendo criminalizadas. Es una estrategia, que tiene como finalidad satisfacer su base ideológica, y que por lo visto no le funciona tan mal.

¿Qué pasa con esos jóvenes que no acaban en las pandillas?

Por eso es tan maravilloso El Salvador. Tenemos que tener siempre presente que es un fenómeno juvenil, aunque haya ya abuelos pandilleros. En estos contextos de violencia surgen historias de jóvenes que apuestan por estudiar, buscarse una beca, irse con una tía a zona más calmada... Esas historias te reconcilian con ese país.

¿Por qué es El Directo el protagonista del libro?El Directo

Se le llegó a considerar el enemigo público número 1, cuando le atribuyeron de primeras 17 asesinatos. Para mí no lo es, porque hay otros casos de pandilleros con decenas de homicidios. Pero el sistema le utilizó a él porque emergió en un momento preciso y porque mató a otro pandillero bien relacionado, con familia con capacidad de maniobrar en su contra.

¿El Salvador es un Estado fallido?

Considerarlo un único país ya sería un debate interesante. Yo creo que hay abismos sociales que hacen que el Estado, de derecho o democrático, de alguna manera funcione para los estratos más acomodados. Y no hablo de gente pudiente con camionetas grandes. Con que estés en unos ingresos de 600 dólares en una comunidad familiar, ya estás entre el 15% y 20% de familias con mayores ingresos. En esos estratos, de ahí para arriba, sí que funciona el Estado de derecho. Esa ausencia del Estado provoca el auge. Que las pandillas tengan éxito llenando ese vacío.

¿Cómo se explica que los gobiernos del país no hayan podido hacer frente a las pandillas?

El problema es que el Estado no aparece en sitios donde no ha estado en los últimos años con brigadas médicas, o con psicólogos para abordar problemas de salud mental. Eso no se hizo ni terminada la guerra. En Colombia han sido mucho más hábiles en ese sentido. El Estado aparece con uniformados que tienen una presencia pública con el gobierno de supuesta izquierda que hay en El Salvador. Soldados y policías con fusiles M16 que, dicho en términos suaves, no tienen muchos miramientos a la hora de tratar a la juventud. Entre 2015 y 2017, las fuerzas de seguridad en El Salvador, en su horario laboral, mataron a 1.500 personas por ser supuestos pandilleros. Traduce eso a España en un país de 6,5 millones. Con un gobierno de izquierda.

¿Sintió cierta inquietud durante el trabajo para el libro? ¿Tiene algún temor ahora por publicarlo?

En este caso, sí. Entrevisté a gente de la Mara Salvatrucha, y fue tenso. En alguna entrevista, antes de imprimir el libro, comenté que ya iría con miedo por publicarlo. No es por actuar con malicia, pero tenemos suficiente experiencia para no saber lo que les va a molestar. En El Faro ya tuvimos problemas de amenazas, sobre todo por preguntar por cuestiones delicadas a pandilleros. Ahora mediría mucho más los pasos si entrevistase a gente de la Mesa de la Ranfla, que son los que mandan en la Mara.

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