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Derechos del niño: odiosas comparaciones

Óscar Naranjo Galván/Save the Children

Yolanda Román, Save the Children

En Somalia, 1 de cada 6 niños muere antes de cumplir los 5 años. Tal vez este dato ya no consiga llamar la atención de nadie, pero seguro que si lo comparamos con las cifras de mortalidad infantil de Islandia o de España, los números adquieren cierto interés morboso. En el país nórdico, mueren 2 de cada 1000 niños. En España, 5 de cada 1000.

Los seres humanos somos así, nos gusta comparar y compararnos. Entendemos la magnitud de los problemas ajenos midiendo la distancia que nos separa de ellos. Entre Somalia e Islandia, el peor y el mejor país para ser niño, según Save the Children, la distancia es abismal. Ser niño y tener derechos no significa lo mismo en un lugar y en el otro. No se puede comparar.

Tampoco significa lo mismo ser madre. No es por llevar la contraria, pero en el día internacional de los derechos del niño yo pienso en las madres. Me comparo con una madre somalí y cuento mentalmente los pocos pasos que me separan de su dolor, de su impotencia y desconsuelo. Tres, cuatro, cinco pasos, son suficientes para ponerse en su piel y anular las distancias. Para entender la magnitud del problema.

El derecho a la supervivencia es el primer y más fundamental derecho recogido en la Convención de los derechos del niño, aprobada por Naciones Unidas un 20 de noviembre hace 23 años. Sin poder garantizar su supervivencia, el resto de derechos reconocidos a los niños y las niñas resulta casi irrelevante.

Aunque la mortalidad infantil se ha reducido espectacularmente en el mundo en las últimas décadas, cada año mueren casi 7 millones de niños y niñas por enfermedades fácilmente prevenibles y curables en los países desarrollados, como la neumonía, la diarrea o el sarampión. En los países más pobres, la mitad de los niños mueren en sus primeros días de vida. Una de las causas de la mortalidad infantil y materna es la falta de asistencia adecuada en el parto. ¿Con qué se puede comparar esto?

Lo más preocupante es que las desigualdades, aún entre los más pobres, se agudizan. A pesar de algunos avances muy significativos en países como Bangladesh, Camboya, Kenia o Ruanda, la distancia entre los más desfavorecidos y el resto es cada mayor. Los niños y las niñas más pobres mueren más y más lejos. Cada vez más lejos de nosotros.

Tal vez cuando empiecen a aparecer datos de malnutrición infantil en España relacionados con las rampantes estadísticas de pobreza infantil, nos acordemos de los niños somalíes y de sus madres, para consolarnos pensando que, en comparación, aquí todavía no estamos tan mal.

Y es que las comparaciones son odiosas.

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