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Las consecuencias psicológicas en niños y niñas víctimas de las guerras

Más de 8 millones de niños sirios necesitan ayuda humanitaria, según Unicef

Las personas que huyen de conflictos armados son cientos de miles en todo el mundo, miles de ellas son niños y niñas. Las refugiadas son personas sometidas a violencias crueles: bombardeos, asedios, huída de sus casas y de su normalidad. Las consecuencias físicas son visibles, las psicológicas inestimables.

Durante los conflictos armados, la salud mental tanto individual como colectiva, tiene alto riesgo de verse afectada no sólo de forma inmediata sino también a medio y largo plazo, situación que se agrava por la poca atención que viene dándose a nivel psicológico desde el ámbito público de forma generalizada, cuanto más, en el caso de los menores.

Dentro de las diferentes formas de maltrato, debemos recordar que existe el maltrato colectivo, social o político, como recoge la OMS en su Informe mundial sobre violencia y salud. El vivir en un conflicto armado, donde además se experimentan dificultades económicas y sociales, se considera que afecta de forma negativa en el desarrollo de la persona en todas sus esferas, y por lo tanto, con más virulencia en la infancia.

En el mismo estudio de Naciones Unidas se define la violencia contra los niños y niñas como “el uso deliberado de la fuerza o poder, real o en forma de amenaza que tenga o pueda tener como resultado lesiones, daño psicológico, un desarrollo deficiente, privaciones o incluso la muerte”.  

Daño psicológico en Palestina, Siria, Irak 

Así, la ocupación israelí en territorio palestino, como la guerra en Siria e Irak, ha traído consecuencias psicológicas irreparables en los niños y niñas, que ya desde su primera infancia sufren presiones emocionales y tensiones psíquicas que aumentan cada día.

El documental “Nacido en Gaza” de Hernán Zin, rodado durante el ataque israelí contra la franja de Gaza entre julio y noviembre de 2014, muestra los testimonios de diez niños que cuentan cómo es su vida diaria entre las bombas y cómo luchan para superar el horror de la guerra y darle un toque de normalidad a sus vidas. Ellos son los portavoces de los 507 niños muertos y los más de 3.000 heridos que dejó la ofensiva israelí y su supuesto “Margen defensivo” y podemos objetivar claramente el impacto de la violencia y la sintomatología postraumática que presentan.

Un estudio realizado por especialistas del Centro de Atención a Víctimas de la Tortura con niños y niñas sirias refugiadas en Jordania reveló un “persistente temor, ira, falta de interés en actividades, desesperanza y problemas con el funcionamiento básico. De las casi 8.000 personas que participaron en la evaluación, el 15.1% reportó sentirse muy asustado y el 28.4% manifestó sentirse tan enojado que nada podía calmarlo; el 26.3% se sentía ”tan desesperado que no quería continuar viviendo“; y el 18.8% se sentía ”incapaz de llevar a cabo actividades esenciales de la vida diaria debido a sentimientos de temor, enojo, fatiga, desinterés, desesperanza o malestar“.

Los y las menores que huyen de la guerra han sido sometidos a violencia sexual, a terror, han sido bombardeados y apuntados por francotiradores, han visto sus hogares destruidos, su escuela y su entorno en general. Es de esperar que exista un terror y un sentimiento de persecución y desamparo que se puede ver extremadamente agravado cuando no encuentran asilo para poder comenzar a recuperarse.

Menores con regresión, culpa, hostilidad 

Un entorno violento es una tierra de espacio fértil para consecuencias a corto y largo plazo de traumas psicológicos. Garbarino, Kostelny y Dubrow (1991) entrevistaron una muestra de familias que vivían en Cisjordania y Gaza durante la Intifada. Ellos encontraron que no había niño sin una exposición directa a la violencia de la ocupación, incluyendo los casos de niños asesinados, detenidos, arrestados, apaleados e inhalado gas lacrimógeno.

Este mes de agosto hemos asistido a la noticia de un bebe palestino quemado vivo en Cisjordania. Las respuestas individuales hacia los eventos traumáticos de vida amenazantes, difieren de niño a niño, dependiendo de un número de factores tales como edad, experiencia previa, y sistemas de soporte disponibles; pero el núcleo de respuestas consistente incluye ansiedad extrema, temores generalizados, y pérdida de autoestima (Vander Kolk, 1987).

Algunos niños responden con regresiones, evitación y negación;  otros, con culpa y sentimientos de desvalimiento. Sin embargo, hay niños desarrollan rabia, patrones de conducta hostil y expresión de agresiones (Garbarino, Kostelny y Dubrow,1991), aunque menos visible que las heridas físicas, las heridas emocionales no son menos serias (Dubrow, Liwski, Palacios y Gardinier, 1996).

Trastornos de sueño, pánico, dolor, agresividad

Punamaki y Suleiman (1990) sugieren que la exposición al infortunio político incrementaba los síntomas psicológicos en los niños palestinos. De manera similar, un año después del comienzo de la Intifada, Baker (1990) encontró que los miedos y depresión incrementaban de 15 a 25%. Khamis (1992) ha encontrado un porcentaje alto de enuresis y tartamudez en niños de escuela básica.

Se puede destacar que, generalmente el trauma experimentado por los niños palestinos es evidente en su vocabulario, sus valores y su selección de juegos y juguetes, la composición de dibujos y otros trabajos de arte. Un tema común en sus dibujos es el conflicto entre palestinos e israelíes, especialmente los soldados israelíes y asentamientos.

El miedo expresado en el juego corriente y en el arte es mezclado con miedos pasados (Punamaki, 1987). De hecho, algunos estudios sugieren que la exposición repetida al sonido de disparos y bombas es la causa principal de los problemas psicológicos de tres cuartas partes de los menores afectados. En consecuencia, gran parte de estos niños padecen trastornos del sueño, ataques de pánico, dolores de cabeza o estómago, ansiedad y cambios en su personalidad que apuntan hacia una conducta cada vez más agresiva.   

Según el reporte de UNICEF (2006) los menores palestinos están expuestos “a una tensión psicológica que aumenta cada día”, lo que ha provocado un cambio “radical” de sus vidas y sus comportamientos desde el inicio de la segunda Intifada. Se han visto confinados junto a sus familias en sus hogares bajo el toque de queda, sin agua, electricidad y hasta sin alimentos.  

El niño palestino nace con una situación impuesta de agresión hacia él y su pueblo, o sea, en un clima de constante inseguridad, anormalidad y violencia. Debido a su constante exposición a la violencia de la ocupación, los menores sufren importantes alteraciones psicológicas. Tienen una percepción de sí mismos y de su entorno tres veces más negativa que aquéllos que no han sufrido las consecuencias de la violencia.

El trastorno psicológico interno generado por un trauma, como la agresión, provoca una desestructuración del yo. Esto mismo podría decirse de niños y niñas expuestas a violencia por conflicto armado prolongado en otras partes del mundo como Siria o Sudan.

Nosotras como psicólogas especializadas en el trabajo con menores victimas de violencias machistas, mantenemos un compromiso con los y las menores víctimas de todas las violencias que nos hace percibir todas las similitudes que el impacto de crecer en un entorno violento provoca en los niños y niñas con aquellos que crecen en zonas de guerra o entornos de extrema violencia.

Se interiorizan la desigualdad y la violencia

A continuación, queremos compartir algunas de estas similitudes, sin ánimo de ser exhaustivas, para invitar a su reflexión.

La primera similitud que encontramos es que, de la misma manera que ocurre con la violencia machista, los y las menores interiorizan la desigualdad como forma de relación. Existen los ganadores y los perdedores y se legitima el uso de la violencia como forma de resolver los conflictos.

La tensión interna y la rabia que provoca el ser testigo y víctima directa de esa violencia que arremete contra su núcleo familiar se puede exteriorizar de diferentes maneras. En este sentido encontramos nuevamente paralelismos con los y las menores víctimas de violencia de género. Pueden expresar la rabia y la frustración a través de conductas violentas (legitimadas previamente por el entorno) hacia el responsable de la agresión, pero también pueden dirigir esa rabia hacia sus iguales, o hacia quienes ellos y ellas consideran susceptibles de su dominación.

En este caso, la violencia se perpetúa y se convierte en una espiral difícil de romper. No podemos olvidar que las familias palestinas, como los civiles sirios o iraquíes están soportando la violencia desproporcionada e injustificada que supone la ocupación de sus territorios por tropas extranjeras, el desarrollo de intensivos conflictos entre grupos extremistas y grupos militares y el desplazamiento masivo de la población.

El estado emocional de estos padres y madres viene marcado por la socialización de la violencia, puesto que ambos crecieron también bajo el hostigamiento y la dominación, o bien porque han sufrido las mismas violencias. Por tanto, a la hora de proteger y ayudar a sus hijos e hijas a integrar y entender todo lo que está sucediendo, este apoyo estará muy marcado por la rabia, el miedo y la frustración que ellos y ellas mismas están sintiendo.

¿Cómo podemos entonces poner fin a esta espiral de violencia? Si no cuidamos de la infancia, no cuidamos de la vida.

Autoras: Maria Bilbao, Mamen Corral, Itziar Fdez-Cortes, Isabel Quiñones y Virginia Yague, psicólogas 

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