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“El agua enferma a mi hijo desde que nació”

Esmeralda da de beber a una de sus hijas/ Alba Sotelo Leal

Gabriela Sánchez

Tecoluca (El Salvador) —

Una mujer irrumpe en la asamblea de varias comunidades de una zona rural salvadoreña con un claro mensaje: su niño de dos años comenzó a sufrir diarreas constantes poco después de su nacimiento. Esperanza alza la voz: “El médico asegura que se debe a un parásito del agua que bebemos. No puedo pagar el medicamento que recetan”. Anderson espera y aguanta con pastillas más baratas que calman, pero no sanan. Su madre exige soluciones mientras, resignada, no tiene otro remedio que saciar la sed de sus hijos.

Una vecina, sorprendida, responde. Le aconseja que hierva el agua o que la deposite en un cazo bajo el sol durante un tiempo determinado antes de dársela a sus hijos. “Cuando son muy pequeños se deben tomar medidas específicas. Quizá la contaminación provenga de la falta de higiene en el hogar, no del agua”, propone con cierta desconfianza.

Esmeralda, la mujer que cuestionar la hasta ahora incuestionable calidad del agua, defiende que ya lo hace. “En ocasiones hiervo el agua y añado dos gotitas de lejía”. El doctor se lo recomendó para potabilizarla, pero no funciona. La tormenta eléctrica determina la llegada de la vuelta a casa. Toma de la mano a sus hijos Anita y Anderson. Corren a resguardarse.

La zona rural de El Salvador trata de impulsar su desarrollo por iniciativa vecinal. A través de comunidades, se organizan e intentan solucionar sus problemas gracias a la voluntad de sus habitantes. En Tecoluca, un municipio del sur del país con un nivel de pobreza “relativo” -según el Gobierno-, los problemas estructurales estatales como la falta de empleo, el gran índice de emigración o la inseguridad que reina en sus calles; se suman a la insuficiencia de servicios públicos locales: los agricultores ancianos carecen de pensión; el alambrado de gestión privada se desconecta por las noches y sufre parones frecuentes; la violencia de las pandillas se ha multuplicado en el último año; la dificultad de acceso a las universidades; o la falta de garantías sanitarias. Su dedicación alcanza avances pero las necesidades saltan a la vista.

Varios vecinos aseguran que, al menos hasta ahora, la calidad del agua no era un problema. Las cinco comunidades que conforman el municipio salvadoreño de Tecoluca se abastecen con el agua que desciende de una fuente natural situada en el cercano volcán de Chinchontepec. “Es un servicio público por el que pagamos un dólar al mes”, describe Efrén, profesor remunerado y tesorero voluntario de la junta directiva de la Asociación para el Desarrollo Comunal.

“Es el primer caso en el que un médico detecta el agua como causa de las diarreas”, dice extrañado aunque sin desacreditar a su vecina. “Se hacen exámenes bacteriológicos para asegurar la calidad del agua pero es cierto que, en el caso de su comunidad, no se efectúan desde hace dos años”. ¿Por qué? “Por despiste, por confianza. Como nunca ha estado contaminada...”, reconoce que trasladarán el caso a las reuniones de la junta y solicitarán un análisis de forma “inmediata”. Mientras, la tripa de Anderson continúa hinchada.

Ya en su pequeña casa, muestra un fajo de recetas acumuladas. La falta de ingresos le impiden costear los 35 dólares del antibiótico que Anderson necesita. “Como no puedo comprarlo, de momento le calmo con unas pastillas que cuestan 0,50”. El único suministro que llega a su hogar lo hace a través de una manguera situada en un pequeño patio de su casa. “En ocasiones salen ramitas o algún grano de tierra del agua, pero la bebemos... ¿Qué hacemos si no?”.

Mientras su madre llena un cazo de agua para mostrar los restos de arena que parece desprender, Anita se acerca. Tiene sed. Esperanza está segura de que de esa manguera es el origen de sus problemas de salud, pero su hija tiene sed. La pequeña de cuatro años se aproxima a la pila de cemento, abre la boca, y bebe.

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