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De torturador al servicio de la dictadura de Chad a colaborador indispensable con la justicia

Interior de “la Piscine”, una piscina de la era colonial transformada en prisión  subterránea/ FOTO: Reed Brody

Michael Bronner

Reportaje publicado en Foreign Policy —

Era 1986. Libia y el Chad estaban sumidos en una cruenta guerra, en la que EEUU jugaba un papel fundamental en favor de los segundos. El presidente Ronald Reagan quería evitar a toda costa que los planes panafricanos de Gadafi se hicieran realidad. Con la inestimable ayuda de la CIA, los norteamericanos armaron las tropas de Hissène Habré, líder guerrillero que luego se convirtió en dictador de 1982 a 1990. Las tropas libias estaban tomando ventaja y los norteamericanos querían poner remedio.

“Me reunía con el presidente casi a diario, al menos tres o cuatro veces a la semana… y trabajábamos juntos, creo que con evidente éxito”, declara John Propst Blane, embajador estadounidense en el Chad de 1985 a 1988. “Su objetivo, su único objetivo durante mi etapa de servicio allí era quitarse a los libios de encima. No pensaba en otra cosa”.

Estados Unidos aumentó los envíos de armas a Habré y, en respuesta a los vuelos libios sobre Yamena, la CIA recurrió al entonces amigo Sadam Husein para que aportase misiles SA-2 tierra-aire de fabricación soviética: “lo necesario para defender un aeropuerto”, declara un antiguo agente estadounidense que participó en el trato.

Mientras tanto, Habré se moría por hacerse con dos de los artículos de última generación más exclusivos del arsenal de EEUU: el misil portátil tierra-aire FIM-92 Stinger y el antitanque BGM-71 TOW. “No dejaba de repetir: enviadme los Stinger, enviadme los TOW. Enviadme los Stinger, enviadme los TOW”, afirma el agente retirado. “Quizá no debimos hacerlo, pero lo hicimos: le enviamos los misiles Stinger y los misiles TOW.”

Habré lanzó su contraofensiva el 2 de enero de 1987: envió sus cazas al norte con el objetivo de destruir la base de comunicaciones fortificada de Fada y hostigar a los 1000 hombres que la protegían con una serie de ataques rápidos en pinza. Las defensas libias (tanques T-55 de fabricación soviética y artillería pesada) resultaron inútiles ante el inesperado asalto. Los chadianos lanzaron misiles antitanque MILAN desde sus camionetas a muy corta distancia y destruyeron los vehículos acorazados libios, que quedaron atascados en la arena. Los soldados libios abandonaban los tanques con los motores aún en marcha.

Mientras tanto, en Washington, agentes de la Agencia de Inteligencia de Defensa transmitían informes sobre las órdenes de Gadafi (posiciones de las tropas, movimientos, campos de minas) por medio de las máquinas “WASHFAX” (Washington Area Secure High-Speed Facsimile System), entonces de última generación. Y Habré tenía acceso directo a estos datos. Unos 700 soldados libios, “muertos de miedo”, perdieron la vida y 80 fueron capturados, mientras que sólo 20 combatientes chadianos fenecieron, según el informe de un capitán del ejército francés publicado en el Marine Corps Gazette.

En respuesta, Gadafi movilizó tres batallones de tropas y enormes cantidades de equipamiento militar a la base aérea de Wadi Doum. No obstante, perdió muy pronto a 800 de aquellos hombres (dos batallones acorazados) en una emboscada chadiana cuando los libios partían de Wadi Doum para reconquistar el fuerte de Fada. Los chadianos persiguieron a la retaguardia libia hasta Wadi Doum y penetraron con toda su artillería en la base.

Al llegar a Wadi Doum, la batalla se desarrolló en muy pocos metros: las tropas chadianas disparaban lanzacohetes antitanque RPG-7 a una distancia de 20 metros, dañando tanques, pero también a sí mismos, según el capitán francés. Mientras tanto, sus camaradas atacaban “de forma rápida e instintiva” con lanzacohetes, metralletas y misiles antitanque. La batalla duró dos horas y se saldó con la muerte de 1.300 libios y 200 chadianos.

En septiembre, las fuerzas de Habré llevaron el frente a territorio libio, sorprendiendo a la fuerza aérea libia en tierra. “Acabaron por completo con la base aérea y con los aviones que había en los hangares”, declara Blane. “Se llevaron a mucha gente que sabía conducir, ya que volvieron con 600 camiones.”

También se hicieron con enormes cantidades de material de guerra de fabricación soviética, un caramelo para la inteligencia de EEUU. “Era muy complicado entonces tener acceso a material soviético, saber cómo funcionaba, de qué calidad era, qué frecuencia de radio usaba”, declara Duelfer. Había helicópteros de combate Mi-25 en perfecto estado, un sistema móvil de misiles tierra-aire SA-6; radares P-12 “Yenisei”. Duelfer contribuyó a inventariar el material: se reunió el más valioso y se envió en gigantescos aviones C-5 de transporte militar logístico pesado para que analistas de la inteligencia francesa y estadounidense los diseccionaran.

Tras la inicial derrota libia ante las fuerzas chadianas en Wadi Doum, Blane recibió un cable de Washington: el presidente Reagan quería recibir al presidente Habré en el Despacho Oval. El encuentro se produjo en la Casa Blanca el 19 de junio de 1987.

“Fue de lo lindo”, recuerda Blane en el informe verbal (falleció en 2012). “Mi esposa me acompañó y estuvo con la señora de Habré todo el tiempo. Sí, fue como la seda. Habré y Reagan se trataban como auténticos caballeros.”

Reagan no fue menos efusivo en sus comentarios tras la reunión. “Creemos que las victorias en el desierto chadiano aseguran la paz y la estabilidad en África”, declaró. “Hoy el presidente Habré me ha trasladado que su gobierno se ha comprometido a construir una vida mejor para el pueblo chadiano.”

Habré volvió al Chad y llevó a cabo dos de las olas de represión más mortales de su mandato. En 1987, cuando un militar de la tribu hadyerai formó un movimiento de oposición, las fuerzas del gobierno comenzaron una violenta campaña de represión étnica que alcanzó a dignatarios de la tribu y a sus familias, pero también a la población hadyerai en general. Al dictador tampoco le tembló el pulso al reprimir a la etnia zaghawa dos años más tarde, cuando Idriss Déby, miembro de la tribu y consejero personal de Habré, rompió con él. Una vez más, la respuesta de Habré consistió en castigar a la población civil.

Durante este período Habré seguía disfrutando del apoyo del gobierno estadounidense y de la CIA en particular, incluso a pesar de la pérdida de interés de Washington en Libia y de las crecientes denuncias, por parte de grupos como Amnistía Internacional, de los horribles crímenes cometidos en las cárceles chadianas. “Había denuncias de miles de personas encerradas en condiciones infrahumanas, literalmente en frente de la delegación de la AID (Agencia para el Desarrollo Internacional de los EEUU) que más tarde probaron ser ciertas”, declara Bogosian, embajador estadounidense cuando Habré fue derrocado. Sin embargo, reconoce que Hissène Habré continuó siendo el hombre de Washington en Yamena. “Aunque, sí, puede ser que la relación se desinflase un poco.”

2001: los papeles de la tortura

Las primeras victorias de Reed Brody en la persecución de Hissène Habré no duraron demasiado, ya que pronto quedó claro que llevar al dictador a la justicia era una decisión más política que judicial.

El 4 de julio de 2000 (sólo un par de meses después de que Habré hubiese sido imputado en Dakar) Brody jugaba al softball en una fiesta por el día de la Independencia de EEUU en el norte del Estado de Nueva York cuando recibió una llamada urgente: el juez senegalés que había imputado a Habré había sido apartado del caso. Esto podía significar el sobreseimiento, algo que finalmente ocurrió: primero por el Tribunal de Apelación de Senegal y luego, al año siguiente, por su tribunal supremo, que arguyó la falta de jurisdicción sobre los crímenes que Habré había cometido en el Chad. El fallo supuso una descarada violación de los compromisos de Senegal en virtud de la Convención de la ONU contra la Tortura.

Fue, en fin, el primero de muchos escollos en la odisea que supuso llevar a Habré ante la justicia. La líder del equipo, la abogada chadiana Jacqueline Moudeina (una de las abogadas más importantes del país) sufrió un ataque y resultó gravemente herida después de que abriera un caso paralelo en Yamena en el que representaba a 17 víctimas de tortura contra todos los agentes del DDS (Directorio de Documentación y Seguridad, el temido servicio de inteligencia de Habré), que habían trabajado para el régimen de Habré.

Antiguos agentes del DDS, algunos aún en altos cargos del gobierno, fueron citados a declarar, hecho sin precedentes en el Chad. Entre los acusados había un comisario de la policía nacional de Déby. En junio de 2001, la propia policía atacó a Moudeina, lanzándole una granada que le explotó entre las piernas. Brody, entonces en EEUU, recaudó fondos a toda prisa para evacuarla a París y pagarle la operación.

Brody contraatacó desde múltiples frentes: acudió a todos los periodistas que conocía para presionar al entonces presidente de Senegal, Abdulaye Wade, y forzarle a que cumpliera con los compromisos adquiridos por su país en virtud de la Convención contra la Tortura de la ONU. “Decidí… convertirlo en la pesadilla del presidente Wade”, afirma Brody. “Quería que le preguntasen por el caso allá donde fuera.”

Sin embargo, lo más importante que hizo Brody fue buscar foros alternativos para llevar a Habré ante la justicia. El 30 de noviembre de 2000, víctimas chadianas exiliadas en Bélgica presentaron una querella en Bruselas según la ley de justicia universal belga de 1993, basada en el mismo principio legal que había logrado el arresto de Pinochet en Inglaterra. Ya e 2002, un juez de Bruselas con coleta causó un enorme revuelo en el Chad al presentarse en Yamena con cuatro corpulentos policías y un fiscal para investigar el caso, insistiendo en visitar las antiguas prisiones políticas. Esta investigación tardaría 12 años en dar sus frutos, pero la intervención belga resultó vital.

Sin embargo, el retraso resultó paradójico, ya que permitió a Brody recabar nuevas pruebas incriminatorias.

Un día caluroso de abril de 2001, Brody se presentó a la entrada de la infame “Piscina”, una piscina de la era colonial que el DDS de Habré habían convertido en una asfixiante prisión bajo tierra en el centro de Yamena. Era quizá la instalación más cruel de la constelación de cárceles secretas de Habré.

Brody había viajado al Chad acompañado de un equipo de documentalistas que pretendía grabar un documental y consiguió que el gobierno les permitiera visitar las celdas abandonadas. Tras filmar en la Piscina (entre cuyas paredes aún resonaban los gritos de súplica escarbados por las almas de los condenados), y con las cámaras aún grabando, el equipo solicitó ver los cuarteles abandonados del DDS en el siguiente edificio.

Con este viaje Brody sólo esperaba lograr un poco de atención mediática para el caso. Pero al acceder a los antiguos edificios del DDS se encontró de forma inesperada con un tesoro de documentos que le llegaba hasta las rodillas y que describía el inhumano mecanismo del régimen de Habré. Acumuladas en el suelo, había miles de páginas de archivos de inteligencia: listas de prisioneros, informes de arresto e interrogatorio, certificados de defunción, informes de espionaje… Un “archivo olvidado y descuidado del período más oscuro del Chad”, como lo denomina Brody. El propio Brody se aprovechó del interés de Déby de distanciarse del régimen de Habré y consiguió permiso para copiar los documentos. El documental, realizado por el periodista suizo Pierre Hazan, se titularía Chasseur de Dictateurs.

De regreso a Nueva York, Human Rights Watch envió los archivos del DDS a un auditor externo, que determinó que contenían referencias a 1208 ejecutados o fallecidos en prisión y 12321 víctimas de graves violaciones de los derechos humanos. El auditor también averiguó que el DDS había enviado 1265 informes de 898 prisioneros directamente a Habré.

No obstante, uno de los documentos fue apartado por razones diferentes: en él se nombraba a 12 miembros del DDS y la guardia personal de Habré que habían sido enviados a EEUU en 1985 para recibir “entrenamiento especial” en unas instalaciones secretas a las afueras de Washington D. C.

Bandjim Bandoum, un tipo corpulento y de cara redonda, fue uno de los doce agentes del DDS seleccionados para recibir entrenamiento en EEUU. Su nombre está en el documento que Brody descubrió, pero también en otra lista: en 1992, la Comisión de Investigación del Chad (una modesta iniciativa local que pretendía denunciar los crímenes de Habré) identificó a 12 agentes del DDS como los torturadores más despiadados de Habré, conocidos entre los prisioneros políticos “por su crueldad, sadismo e inhumanidad”. Bandoum era uno de ellos. “Venía a menudo a donde estaba detenida y bromeaba y jugaba con las mujeres”, relata Ginette Ngarbaye, una antigua prisionera política. “Se llevaba a los prisioneros por la noche y los asesinaba.”

Bandoum tuvo mucho cuidado de no acusar directamente a nadie cuando me encontré con él en 2012 en un café de la Gare du Nord de París para hacerle dos largas entrevistas, pero estaba claramente dispuesto a compartir con el mundo su testimonio de primera mano.

“Hubo entre 40.000 y 45.000 muertos. No son menos importantes que yo”, declara. “Quiero llevar a Habré ante la justicia. Puedo dar nombres y aclarar muchas cosas. Estoy dispuesto a enfrentarme a la justicia por mis actos.”

Ante el asombro de los boquiabiertos comensales que escuchaban la conversación desde la mesa de al lado, Bandoum desmenuzó la arquitectura del DDS y su participación en las atrocidades cometidas. “Por la noche, se ejecutaba a los prisioneros con mucha discreción. Sabía que torturarían a todo aquel que arrestase.” Describió cómo, después de que los prisioneros sufriesen la tortura inicial, iban a parar ante un jurado de 10 o 12 agentes del DDS que decidía su destino.

La iniciación de Bandoum en el lado oscuro comenzó en el sur, donde Habré se enfrentaba a la revuelta más dura desde que se hiciera con el poder en 1982. La tropas desplegadas bajo el mando de Idriss Déby, entonces jefe del estado mayor del ejército de Habré, masacraron a miles de personas, con ejecuciones sumarias a rebeldes y civiles. A Bandoum, un sureño que contaba con un primo entre los rebeldes, se le ordenó que recabase información y usase sus conexiones familiares para establecer un canal diplomático entre el ejército y los comandantes rebeldes.

En septiembre de 1984 se alcanzó un acuerdo de paz, pero Bandoum asegura que cuando los rebeldes a los que él había convencido para que abandonaran las armas salieron de sus posiciones para firmar el acuerdo, las fuerzas de Habré los acribillaron. La matanza supuso el inicio del que sería el período de ejecuciones en masa más oscuro del Chad, conocido como “Septembre Noir”, en el que las tropas del gobierno diezmaron aldeas enteras bajo la sospecha de haber apoyado a los rebeldes. En medio de estas atrocidades Bandoum fue elegido para ir a EEUU gracias a una recomendación personal de Déby al dictador Habré, según relata.

El “entrenamiento especial” se desarrolló en 1985. Los cadetes volaron a París, donde se reunieron con funcionarios estadounidenses, que les acompañaron en la segunda parte de su viaje hasta el Aeropuerto Internacional de Washington-Dulles, a las afueras de Washington D.C. De allí tomaron un vuelo privado, con las cortinas de las ventanas del avión corridas. El autobús que les llevó desde el campo de aviación a las instalaciones de entrenamiento tenía los cristales tintados. Durante 10 semanas, estadounidenses francoparlantes entrenaron a Bandoum y a sus camaradas en “antiterrorismo”: les enseñaron a identificar y manejar explosivos, distinguir el olor de productos químicos asociados con las bombas, detectar y desactivar bombas, desminar y ofrecer protección. “Nos enseñaron a pensar como un terrorista”, afirma.

Sin embargo, a nadie se le ocurrió que Bandoum y sus camaradas pudiesen ser terroristas para su propio pueblo y que por ello era desaconsejable que recibieran entrenamiento y apoyo estadounidense.

“Nos daban por todos lados”, recuerda Duelfer. En 1983, los cuarteles de los marines estadounidenses en Beirut habían sido bombardeados y una camión bomba había destruido parte de la embajada estadounidense en Kuwait. William Buckley, máximo responsable de la CIA en Beirut, fue secuestrado en marzo de 1984. Al mes siguiente, agentes libios abrieron fuego desde el consulado libio de facto en Londres, acabando con la vida de una policía e hiriendo a 10 civiles.

Y, en septiembre de 1984, se relacionó a Gadafi con la colocación de minas en el Canal de Suez y con el envío de un maletín bomba al Chad para intentar asesinar a Habré. Al año siguiente, ciudadanos estadounidenses perdieron la vida cuando unos terroristas secuestraron aviones de TWA, EgyptAir y Kuwait Airlines, atacaron el Aeropuerto Internacional de Roma y secuestraron el crucero Achille Lauro.

Reagan, iracundo aunque relativamente indefenso ante la oleada de ataques terroristas, ofreció un violento discurso en la National Bar Association (asociación de jueces y abogados afroamericanos) en julio de 1985 y dejó algunas frases que hacían temblar: “[e]l pueblo estadounidense no tolerará, repito, no tolerará ninguna intimidación, terror o acto de guerra abierto contra esta nación y su pueblo. Y mucho menos vamos a tolerar estos ataques de países al margen de la ley dirigidos por la especie más rara de inadaptados, lunáticos y escuálidos criminales que ha habido desde el Tercer Reich”.

El entrenamiento estadounidense le fue útil a Bandoum (y a EEUU): me contó que fue ascendido a jefe de la unidad antiterrorista del DDS y que interceptó personalmente un maletín bomba libio, tras lo cual un agente de la CIA de nombre John se presentó en su oficina para darle las gracias y llevarse el maletín. Una bomba había destruido un avión de pasajeros francés antes de que despegara de Yamena en marzo de 1984 y en septiembre de 1989 otra bomba derribó un avión francés menos de una hora después de que partiera del Chad, cobrándose la vida de 171 personas entre las que se encontraba Bonnie Pugh, esposa de Robert Pugh, entonces embajador estadounidense en el Chad. Agentes libios estuvieron implicados en el último ataque.

Pero la presión de sus funciones menos nobles pudo más que él. Exhausto por la detención e interrogatorio de prisioneros, Bandoum sufrió un colapso mental y físico en 1987 y tuvo que ser hospitalizado. Incapaz de volver al trabajo después de más de un año, Bandoum solicitó un pasaporte. Esto despertó las sospechas del DDS, así que le condujeron a Yamena y lo pusieron ante un tribunal que le sometió a un interrogatorio “muy duro, muy severo”, acusado de conspirar contra Habré. Tras eso, lo confinaron en una celda no muy lejos de su antigua oficina del DDS.

La ejecución de prisioneros en la celda de Bandoum ocurría siempre entre las 11 y las 12 de la noche, según afirma. Siempre venían tres guardias: Bandoum no dejaba de pensar que cuando fuesen por él, les arrebataría un arma y acabaría al menos con uno antes de que le mataran. Pero cuando al fin vinieron a buscarle, se vio incapaz de oponer resistencia y caminó hacia su ejecución. Entonces, algo extraño ocurrió: el director de la prisión apareció, abrazó a Bandoum y le comunicó que le dejaba marchar.

Tres días después de su liberación, citaron a Bandoum en el despacho del nuevo director del DDS, quien le ofreció trabajo. Bajo amenaza de ser encerrado si no aceptaba, Bandoum volvió a la faena. Sin embargo, esta vez comenzó a pasar información a algunos contactos que había hecho en el ejército francés. Cansados de la brutalidad del dictador, los antiguos defensores de Habré en París comenzaron a interesarse por las fosas comunes, las ejecuciones extrajudiciales y los campos de prisioneros. En 1990 lograron sacar a Bandoum del país.

Pero Bandoum no podía escapar de su pasado: en París era famoso entre la comunidad de expatriados chadianos por ser un antiguo torturador y tuvo que lidiar con incesantes acusaciones y amenazas.

Sin embargo, en el transcurso de 2001 a 2002, Bandoum conoció a Dobian Assingar, famoso defensor de los derechos humanos, íntimo amigo de Reed Brody, que a menudo frecuentaba París como parte de su relación con el caso Habré. “Te he estado vigilando, te he estado siguiendo, sé lo que has hecho con respecto al caso”, le dijo Bandoum. “He participado en los crímenes de los que hablas.” Bandoum invitó a Assingar a su casa. Éste tenía miedo y sus amigos le aconsejaron que no fuera, pero la curiosidad pudo más que él.

“Era nuestra única oportunidad”, confiesa. Cuando llegó, Bandoum había cocinado para él. Durante varias horas y no menos copas, Bandoum se sinceró y se comprometió a testificar en el caso. Más tarde, en una entrevista en París, me confesó que estaría dispuesto a dar testimonio completo y detallado sobre su propia complicidad en los crímenes de Habré si el equipo de Brody llevaba el caso a juicio.

En julio de 2008, Bandoum se reunió con Brody y otros miembros del equipo legal en la oficina de Human Rights Watch en París para una maratoniana sesión de 15 horas en la que ofreció contexto para los miles de documentos que Brody había encontrado en los cuarteles del DDS. Bandoum ofreció una exhaustiva deposición en la que exponía de forma meticulosa los enlaces directos entre el dictador y el DDS.

“Este caso no tiene ni un solo documento ”con las huellas de Habré“ en el que éste diga ”ve y asesina a esa gente“, puntualiza Brody. ”Bandoum es quien explica la forma en que el DDS entregaba los documentos en mano a Habré, cómo éste vigilaba el proceso…“ Cientos de documentos llevan escrito 'Al presidente Habré', y Bandjim Bandoum puede afirmar que ”el jefe del DDS enviaba los documentos a Habré y sabemos que los leía“.

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Traducido por José Cardona y Carlos Pfretzschner.

Michael Bronner es periodista, guionista y director de cine. Recientemente ha producido Captain Phillips. Este artículo fue encargado en colaboración con el Fondo de Investigación del Instituto de la Nación con la colaboración de la Fundación Puffin.

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