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El refugiado que quería ser como Goya

Imagen de la exposición de pintura de algunos artistas del campo de refugiados de Katsikas | FOTO: Arantxa Freire

Arantxa Freire

Kawa (34)  guarda en su tienda, como un tesoro, un libro de ilustraciones de Goya que le regaló un voluntario de la ONG Olvidados. Dice que es uno de los pintores que más admira. En Haseke (Syiria), donde vivía, no tenía libertad para pintar. Sufría persecución por parte del ISIS, que hostigaba a los kurdos por no ser musulmanes, así que escapó y vivió durante tres años en campo de refugiados en Irak junto a su mujer Ahin y sus 3 hijos.

Allí no tenía dinero, ni trabajo, y tras pensarlo muchos meses decidió pagar a la mafia para seguir el camino “hacia una vida mejor”. Vendieron el oro que tenían y pidieron prestado dinero para poder pagar los 10.000 euros que costaba el viaje hasta Europa. Antes, las trabas: en Turquía pasó 15 días en un centro de internamiento que denomina “cárcel”,  durmiendo en una silla de un polideportivo, sin acceso a ducha ni apenas comida, pagando a los militares para poder salir a tomar aire fresco porque allí se hacinaban 2.000 almas.

Vive el encierro en Katsikas como un paso que sufrir para alcanzar una vida mejor. Cuando le preguntan por su sueño lo tiene claro: “La libertad para mi pueblo”. Luego queda pensativo y confiesa que también quiere descansar, encontrar un lugar para pintar y pintar. Que su pasión por el arte no es un deseo sino una necesidad.

Un campo con mucho arte

Huyeron de las bombas, recorrieron miles de kilómetros andando con sus familias, cruzaron mares en zodiac;  viven en un pedregal y en una tienda de campaña, pero nadie les ha quitado su pasión por el arte. Kawa, Walaa, Toni, Sulaf o Ahmed son algunos de los artistas del campo de refugiados de Katsikas y esta semana vivieron uno de sus días más especiales. Cientos de personas se congregaron en una de la carpas comunitarias para inaugurar una exposición con 25 de sus mejores obras, todas creadas en el campo. 

Ilustraciones sobre su ruta migratoria, expresiones de angustia con clara influencia de Munch o Goya, retratos de la vida diaria en Katsikas, palomas de la paz, agradecimientos a las personas voluntarias  o recuerdos de Palmira. En la exposición se contaba a través del arte toda una experiencia de vida, de sueños y de profundo dolor. 

Durante casi 3 horas más de 400 refugiados y voluntarios pasaron por la carpa para contemplar los cuadros e ilustraciones en un acto que ayudó por unos momentos a olvidar la penosa rutina del campo. La inauguración terminó con un concierto de laúd organizado por los kurdos y con cánticos de los niños y niñas del campo. Puro arte en medio de tanto sufrimiento. 

Una pintora enamorada

Walaa, de 23, dice que hoy es uno de los días más bonitos de su vida. Con su historia se podría escribir una novela. Lleva 4 meses en el campo de refugiados de Katsikas pero hoy está en el paraíso, porque inaugura la exposición con sus cuadros y porque ha llegado a visitarla al campo el amor de su vida. 

Su novio decidió salir de Siria cuando la guerra estaba avanzada, hace 3 años, y consiguieron unos papeles de matrimonio para que él la reagrupara desde Alemania. No les dio tiempo a casarse religiosamente como querían. Tras 3 años de espera y desesperación burocrática, los documentos no salían, así que ella decidió dar el salto y realizar el peligroso viaje a Europa de manos de una mafia.

Dejó atrás su carrera en Bellas Artes, abandonó su trabajo soñado como profesora de arte. No podía vivir sin estar con su prometido y exponerse a morir bajo las bombas. Viajó sola por las montañas en una ruta que se repite en el campo de Katsikas. Siria, Estambul, Izmir, Kyos, Atenas. 

Con la frontera cerrada y sin posibilidad de salir de Grecia fue confinada a Katsikas, un pedregal en el norte del país, junto a la frontera con Albania. Recuerda que cuando llegaron al filo de la madrugada el 19 de marzo, quería morir. El precio a pagar para conseguir su sueño era dormir en la calle pasando frío y hambre. 

Hoy, después de mucho tiempo, está contenta. Sonríe con los ojos, con la boca, con todo su cuerpo. No puede dejar de agarrarse al brazo de su amado. El 26 de agosto tienen cita en la embajada alemana en Grecia para formalizar su matrimonio y proceder a la reagrupación. Espera que a principios de septiembre puedan ir juntos a Alemania, pero sueñan con volver a Siria cuando acabe la guerra para ayudar en la reconstrucción del país. “El amor hizo el milagro”, nos dice al despedirse sin separarse del que pronto será su marido. 

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