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Eduardo Thiam: de pescar tiburones en Senegal a marinero del barco de rescate Aita Mari

Eduardo Thiam es el segundo marinero del Aita Mari.

Marta Maroto

A bordo del Aita Mari —

Eduardo Thiam ha vivido siempre cerca del mar. Ahora es el segundo marinero del Aita Mari, el barco de rescate humanitario al que el Gobierno ha impedido rescatar y que el domingo puso rumbo a Grecia cargado con cerca de ocho toneladas de ayuda humanitaria. Thiam era guía turístico y pescador de tiburones en su Senegal natal , y tras cuatro años en España, lleva varios meses trabajando en el proyecto de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH). Afronta con “frustración” la prohibición de salvar vidas: “Hay tanta gente en medio del mar, a punto de morir…”.

Tras más de una semana de navegación, el buque ya ha transitado por el Estrecho de Gibraltar con una tripulación que comparte la sensación de alivio de encontrarse por fin en el mar, rumbo a la isla griega de Lesbos con el objetivo de entregar cientos de mantas y ropa de abrigo de cara al invierno. Pero su consuelo se revuelve con el impedimento de cumplir la misión para la que llevan cerca de un año preparándose.

Thiam conoce de cerca los motivos que arrojan a miles de personas subsaharianas al Mediterráneo. El marinero resume la migración en un “o morir o llegar”. Narra cómo la crisis económica y la corrupción en Senegal ha desemparado a “una generación entera” de jóvenes. Él estudió turismo y cuenta que, mal que bien, siempre ha podido ganarse la vida. Cuando era más pequeño, trabajaba en verano como pescador de tiburones para poder pagarse los estudios, después fue guía, auxiliar en barcos de mercancías y cooperante en una ONG española que tenía una misión en Senegal.

Así fue como conoció a su actual pareja y madre de su pequeño de cuatro años. Al quedar embarazada intentaron por todas las vías posibles que Thiam estuviera con ella en el parto. “Tuvieron suerte”, reconoce ella en el puerto de Pasaia, antes de la partida del Aita Mari. A pocos días de dar a luz, lograron agilizar un visado de turista de tres meses que se convirtió en una tarjeta de residencia de cinco años bajo la reunificación familiar. Desde entonces la familia vive en Irún, donde Thiam pasó por varios empleos hasta que un día paseando por el puerto dio con el Aita Mari.

Una llamada entra en el puente de mandos e interrumpe la conversación con Thiam. “Aquí el Aita Mari, dígame”, responde Marco Martínez, el capitán. Es un petrolero cercano que ha reconocido el buque. Les da “la enhorabuena por haber conseguido los permisos para salir y las gracias por el trabajo” que afrontan. Al lado del capitán, el primer oficial, Stefano Fimognari, sonríe. El italiano también se dedica a esto por vocación y reconoce haber aprendido todo lo que sabe rescatando pateras con Salvamento Marítimo en Almería, institución en la que, dice, “tiene el corazón”.

“Siempre que la gente nos apoye y las autoridades no hagan nada, seremos nosotros los que estaremos en primera línea de combate, salvando vidas humanas. La diáspora africana, después de años de camino se encuentran un desastre en Libia… nosotros vamos a ser un pequeño puente más para que lleguen a puerto seguro”, continúa en la radio del barco Martínez, quien también ha sido capitán en misiones del Open Arms entre 2017 y 2018 y tantas veces ha estado frente a costas libias.

Thiam también conoce de cerca, no en carne propia pero sí a través de su primo, acabar bloqueado en Libia. “Trabajaba, pero no le llegaba para vivir, estaba muy desesperado”, explica sobre su familiar, que pagó 3.000 euros a una red para llegar a Europa pese a las advertencias de Thiam. Cuando llegó a Túnez, el traficante desapareció con todo el dinero. “Le mandamos más y se fue al desierto” libio, donde logró cruzar a Italia en 2017.

“Él no podía salir adelante pero no creo que esa fuera la vía”, continúa el marinero, “yo nunca lo hubiera hecho”. Narra que en Senegal muchas familias se han endeudado por ayudar a algunos miembros a pagar el viaje a Europa, algunos lo consiguen mientras que otros muchos desaparecen, o consiguen regresar al cabo del tiempo en muy malas condiciones físicas.

Martínez insiste en no contar las pateras que se salvan, sino las que se pierden, mientras que el Gobierno sigue denegando el permiso de realizar operaciones de búsqueda y rescate en el triángulo que une la isla italiana de Lampedusa con Malta y la costa libia. Ernesto Orestes Pérez, segundo oficial que lleva realizando rescates desde 2015 en el barco de Médicos Sin Fronteras, también comparte una preocupación similar: “lo que me angustia es cuando oigo que ha habido un naufragio, o de los que no te enteras”.

A bordo del Aita Mari, los cálculos indican que, si no hay cambios y la previsión meteorológica no da sorpresas, la nave arribe a las islas griegas a principios de noviembre. Thiam remarca que la misión del barco es rescatar, y que lleva meses preparándose para cumplir con ella. Reconoce no saber cómo va a reaccionar o qué emociones van a despertarse si llegara el momento: “Sé que dentro de mí tengo fuerza para hacerlo”.

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