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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Madrid está cambiando y (aquí el titular que nunca leerás) a mucha gente le gusta

En la calle de la Palma y en muchas otras se está ampiando el espacio para los peatones.

Pedro Bravo

Uno mira hoy Madrid y contempla algo que hacía años que no pasaba. Algo que antes era tan corriente que hasta un actor de visita promocional, Danny de Vito, lo tuvo que retratar en una frase tan graciosa como certera: “Muy bonito Madrid pero a ver si encuentran pronto el tesoro que están buscando”. Tres lustros atrás vivíamos en una obra continua, con todas las calles levantadas casi todo el tiempo, generalmente para hacer túneles y poder meter así más coches en la ciudad. Desde hace un mes, han vuelto los agujeros y las vallas pero con el objetivo contrario: ampliar aceras, quitar carriles de circulación de algunas calles, meter por fin unos pocos carriles bici.

En principio, es una buena noticia que debería alegrarnos. Los expertos en urbanismo, movilidad, medio ambiente y hasta economía coinciden en que hay que recuperar espacio para las personas en las ciudades, invertir en transporte público y fomentar el uso de la bicicleta como alternativa al coche. Sin embargo, no sólo no todo el mundo está alegre sino que hay mucha gente muy enfadada.

Está enfadada Esperanza Aguirre, claro, a la que todo esto le parece cochofobia. Están enfadados unos cuantos vecinos de Santa Engracia, donde las aceras se están haciendo más anchas y se está abriendo una vía ciclista segregada, a los que preguntó el redactor de esta noticia de ABC. Estaba enfadada la chica que me crucé el otro día por la calle de la Palma y que hablaba por teléfono con su padre desesperada porque no sabía dónde dejar el coche después de que hubieran empezado las actuaciones para quitar la banda de aparcamiento y ampliar así las aceras (“es que no han avisado a nadie”, se lamentaba con algo de razón). Están enfadados algunos ciclistas habituales que consideran el carril bici como el peor de los males. Y están enfadados muchos conductores, supongo.

Hay gente enfadada en Madrid y también en Valencia, que acaba de inaugurar anillo ciclista y han estado estos meses haciendo muchas otras cosas para mejorar la ciudad. Y en Barcelona, por el programa de las supermanzanas, lo del tranvía y demás. Hay gente enfadada por todas partes porque las ciudades están cambiando y los cambios, es lo que tienen, generan conflictos.

Gente que sí

Pero, además de toda esa gente enfadada, hay mucha gente muy contenta a la que, quizás, se oye menos porque el acuerdo hace menos ruido que la oposición. Encantadas de ganar espacio peatonal están las asociaciones de vecinos y comerciantes de Centro, Chamberí y otros distritos, las personas de movilidad reducida, los niños, los mayores, por ejemplo.

Y, aunque hasta ahora no se notara mucho, con las obras de las infraestructuras ciclistas también hay ciudadanos contentos. No se notaba, digo, porque llevamos año y pico escuchando voces airadas de ciclistas contra el carril bici, personas y colectivos que se pronuncian sonoramente —y a veces con buenas razones— en los foros organizados por el Ayuntamiento, en redes sociales, en notas de prensa y en acciones de marketing guerrillero en las calles. Ya hablé por aquí del tema hace meses, intentando no hacer del debate una cosa de blancos y negros, pero el jaleo ha seguido su curso e incluso diría que ha aumentado en tensión y violencia verbal.

Hoy debería ser noticia, aunque probablemente no lo sea en casi ningún lado, un manifiesto del otro lado del punto de vista. Impulsado por la Plataforma Ciudadana Bicilineal y con el apoyo de Pedalibre, el colectivo ciclista madrileño que más tiempo lleva peleando en la ciudad, y otras organizaciones tan relevantes como Ciclojuristas, Ecologistas en Acción, Ecomovilidad, Nación Rotonda, Moratacleta y así hasta 25, el texto llama a aprovechar “la oportunidad para que Madrid sea una ciudad fácil para las bicicletas” y reclama “un uso seguro, cómodo, atractivo, accesible y eficaz” de dicho vehículo en nuestra ciudad.

Y más: quiere “animar a las diferentes administraciones y en particular al Ayuntamiento de Madrid a llevar a cabo tantas actuaciones sean necesarias para que la movilidad en bicicleta sea una realidad para todas las personas, independientemente de su edad y condición física”. Y, para ello, considera “imprescindible tanto la construcción de infraestructuras ciclistas propias, incluyendo viales exclusivos que discurran por el espacio que actualmente ocupan casi en su integridad los coches, como políticas de calmado y reducción del tráfico motorizado, entre otras medidas”.

De alguna manera, y aunque no sea la cosa más concreta que se ha escrito en la Tierra, el manifiesto apoya las acciones actuales y pide más. Ojo, y esto lo digo yo, no el texto, no se trata de meter carriles bici de cualquier manera y en todas partes, ese debate está superado, sino de intervenir en la ciudad según las condiciones de cada calle, de cada barrio, de cada recorrido, pero siempre para hacerla más habitable, más amable, más segura, más inclusiva.

El problema es que eso no es lo que reclaman los titulares, sedientos de conflicto. ¿El problema? Quizás no tanto. Insisto: ojalá siga habiendo mucho conflicto. Será buena señal, será señal de que hay más cambios.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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