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Sobre este blog

Un blog de Juventud Sin Futuro pensado por y para los jóvenes que viven entre paro, exilio y precariedad. Si quieres mandarnos tu testimonio, escríbenos a nonosvamosnosechan@gmail.com.

Silencio, se emigra

Silencio se emigra

Juventud Sin Futuro

Alejandro Escanciano Real —

Días antes de decidirme a escribir esta pequeña reflexión, me leí las últimas entradas del blog. El artículo de Sarah Babiker Moreno “Les  sobramos” despertó en mí la gran pregunta: ¿qué día traspasé esa frontera que te convierte en emigrante? Nunca me había parado a pensar cuál fue el día en el que el mecanismo que hace que tengas que coger la maleta para irte lejos del lugar donde naciste, creciste y te formaste, empezó a funcionar. Ese mecanismo, como toda máquina, necesita engranajes, bielas y aceites para que todo funcione sin problemas y no aparezcan molestos ruidos. También necesita de algún operario que controle el proceso, además de un buen logotipo, una marca visible e inconfundible. Un sigo de identificación nacional: La Marca España. Pensé y pensé y creí que mi exilio podría haber empezado el día que el ladrillo dejó de latir con fuerza y las arterias económicas del país se paralizaron, el día que unos pocos nos dijeron al resto que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora tocaba hacer esfuerzos y sacrificios. Pero no, no fue ese día. Entonces pensé que podría haber sido el día que recibí -previo  pago- el certificado con las notas finales de la carrera universitaria y acudí al INEM a renovar mis datos con la esperanza de haber mejorado mis posibilidades de contratación. Pero tampoco fue en ese momento. También podría haber sido el día que firmé mi último contrato por obra y servicio - que duraría poco más de mes y medio-  y que me sirvió para empezar “con algo de dinero” el viaje hacia la búsqueda de una vida digna, un viaje emprendido por necesidad y no impulsado por el “espíritu aventurero” que tanto mencionan los que no tienen que irse. Pero ese día tampoco fue. Mi exilio, y el de otra mucha gente, comenzó el día en que ellos empezaron a hacerlo muy bien.

Me encantaría escribirle una carta a mí abuela antes de que fuera madre y contarle todo lo que estamos viviendo. Cómo muchas personas hoy son pobres de solemnidad, otras tantas son perseguidas y encarceladas, a otras las echan de sus casa, otras muchas viven al día con lo poco que ganan o cómo una inmensidad de jóvenes dejan atrás sus barrios, pueblos y casas rumbo al norte de Europa o América Latina en busca de alguna oportunidad donde desarrollar su profesión y tener una vida. Me gustaría contarle quiénes mandan, cómo mandan y cuánto mandan y que no, que no ha habido otra guerra, palabra grabada a fuego en su generación. Una carta que le llegase justo aquel día de noviembre de 1950 que ella cogía el tren destino Madrid y dejaba atrás Extremadura para ir a servir en las casas de aquellas familias privilegiadas. Privilegios heredados por la sangre que corría por sus venas y la que derramaron durante la Guerra Civil y la cruel Dictadura. Esas familias crecieron y tras 1978 siguieron en el poder. 

Hoy en día tienen sus apellidos “biencolocados” en los puestos directivos de las grandes empresas, en las instituciones, en los bancos, en las fundaciones y en los nombres de las calles. Ellos con sus bocas dijeron el famoso “se acabó el café para todos”, el “que se jodan” y el “hay que trabajar más y cobrando menos”; frases que esconden un pensamiento latente, una idea de país y una idea de sociedad, la española, que sufre y padece una deriva sabiamente dirigida y perpetuada por los siglos de los siglos y amén. Una deriva donde “La Banca gana”, porque son los banqueros –los de pura cepa y los poderes financieros internacionales– los que dirigen y apoyan unas políticas a su favor;  gana el IBEX 35 y la Troika, porque son los que presionan y dirigen las políticas económicas –Reforma Laboral, Artículo 135 de la Constitución– también las políticas en materia libertades democráticas -Ley de Seguridad Ciudadana- o las destinadas a la educación o sanidad –LOMCE, aplicación de la Ley de Dependencia-. Gana, a fin de cuentas, el statu quo de esa falsa paz social, gana el pero qué bien vivimos que sirve de mantra para contrarrestar cualquier opinión disconforme con el sistema. 

 

Ellos lo hacen muy bien porque en el tablero del Capitalismo los países tienen sus cometidos, y los gobiernos tienen sus tareas. Nada está sujeto al azar. La libertad de mercado no es más que la necesaria esclavitud de los pueblos y de sus pobladores. Es el sometimiento de la naturaleza y el futuro hipotecado para que unos pocos vivan a costa de una inmensidad de muchos (los vivos y los que están por llegar). Y el país donde fuimos a nacer o crecer también tiene su ficha, sus casillas y sus movimientos marcados y más que pensados. Y en este juego ellos se mueven muy bien. Lo hacen bien porque tienen muy claro a qué juegan y cuáles son sus objetivos – “la lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando”  (W. Buffet)–. El Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, no está siendo un mal presidente, no es que no sepa lo que hace. Todo lo contrario, tiene muy claro cuáles son “las tareas de España” y a quién deben beneficiar “esas tareas y deberes”. Cuando a la emigración – o exilio económico- la llaman “espíritu aventurero” es porque realmente desprecian a la gente que emigra, a sus familias y a sus amigos; porque no somos “de los suyos”, de “su España”. Cuando el trabajo precario y el “es mejor que nada” son la bandera laboral de un Gobierno es porque no son “los suyos” los que trabajaran en esas condiciones – serán seguramente los empleadores de las personas que sí trabajan en dichas condiciones-. El problema es que nos han hecho creer que sus condiciones son mejor que cualquier otra cosa, que nos resignemos a aceptar la precariedad como modo de vida o que los continuos casos de corrupción que se destapan ya ni siquiera nos indignen. Si hay algo que nosotros tenemos y ellos no, son las ganas de levantarnos cada día y luchar por conseguir mejorar nuestro entorno, ayudar a las vecinas, construir vidas dignas.

Pero todo imperio tiene “una aldea de irreductibles galos que resiste hoy y siempre”, y los ejemplos no son solo de resistencia, también lo son de creación, conquista de espacios y empoderamiento, y se están dando constantemente por toda la península y los archipiélagos. No son pocas las personas organizadas. Cada vez hay más gente concienciada que se cuestiona las cosas y decide participar y organizarse en las plataformas, partidos, asociaciones, sindicatos, asambleas o colectivos que le rodean. Elecciones, sondeos y papeletas aparte, es plausible que hay un nuevo viento entre la gente y hay un ánimo colectivo de encontrarse y de participar. Un huerto urbano puede ser la mejor de las trinchera y parar un desahucio la mejor muestra de solidaridad de clase. Y eso es real porque lo he vivido, y existe porque se nota allí donde ha emergido. Es lo que me llena de energía y me pincha con esa aguja de la envidia sana por querer estar allí, por querer mostrarme a cuerpo y decir que somos quien somos, como escribió el poeta. Pero esta vez no estoy allí, estoy aquí y bastante lejos. Con otro movimiento, rutinas diferentes, hace más frío y llueve más. Y sí, hay más trabajo aunque no me atrevería a decir que hay más oportunidades. Es otra pelea, hay que adaptarse a nuevas situaciones y el idioma suele ser la peor de las barreras. Aún así estamos bien, aunque muchos seguimos siendo precarios. Pero nos mantenemos en guardia y atentos, dispuestos y abiertos a la experiencia para que, aun siendo forzada, no deje de ser nuestra experiencia con mayúsculas. Porque las personas migrantes no somos el patrimonio por derecho de ninguna nación, ni de la que nos fuimos – por el motivo que  fuese – ni a la que llegamos. No somos recursos por explotar, no somos ni enemigos de los nativos ni un ejército invasor. No lo hemos dejado todo porque no nos importa nada. No hemos venido a ser esclavos de nadie. Simplemente queremos intentar vivir, vivir de nuestro esfuerzo y aprender lo máximo posible. Aprender para volver a casa o, quizá, para sentirnos como en casa. 

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