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Tel Aviv, Haifa, Acre y Cesaréa: el otro extremo del Mediterráneo

Tel Aviv, Haifa, Acre y Cesaréa: el otro extremo del Mediterráneo

EFE

Tel Aviv —

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Cuando uno piensa en el Mediterráneo desde Europa imagina olivos, naranjos, cocina sana y fresca, montes de pino y encina y olas bajas y cálidas. Y a menudo olvida que, en su orilla más extrema, en Oriente Próximo, el paisaje continúa, con villas israelíes y palestinas regadas por ese mismo agua.

El denominado “mar blanco” en árabe y en turco acoge en su lado más oriental restos de ruinas romanas, ciudades cruzadas con murallas aún en pie, restaurantes y música en la ciudad más abierta de la región y playas de arena y piedras o acantilados que recuerdan a los que hay en otras orillas.

El turismo se concentra en la mitad superior del mapa, hacia el norte desde Tel Aviv, una ciudad acogedora y relajada, donde casi se olvida el conflicto que afecta a la zona desde hace un siglo, con coloridas playas de arena fina se llenan cada día de turistas y locales.

La urbe, que se autodenomina “ciudad blanca”, se enorgullece de su variada vida nocturna, su simpatía hacia la comunidad LGTBI, su ecléctica cocina y su amplia oferta para veganos y vegetarianos, así como de tener una de las mayores colecciones de arquitectura Bauhaus fuera de Alemania, que este año cumple su centenario.

Imprescindible una visita al mercado de Carmel, el disfrute de su arte callejero, un trayecto en bicicleta por el paseo marítimo y beber o comer en uno de los múltiples chiringuitos playeros, que no se limitan al tapeo y ofrecen cartas mediorientales y mediterráneas.

Un poquito al sur y unido a Tel Aviv, está Yafa, con su mezquita, su antiguo puerto y su colina con teatros y restaurantes donde se mezclan cultura y gastronomía árabe e israelí.

Y, algo más al norte, Ramat Gan, con la Bolsa del Diamante, el mayor centro de intercambio de piedras preciosas del mundo, que se puede visitar bajo estrictas medidas de seguridad.

Saliendo ya del área metropolitana, hacia el norte (dirección Beirut, de quien está separado por una frontera cerrada por enemistad entre Israel y Líbano) se encuentra a tan solo 50 kilómetros Cesárea, la antigua ciudad herodiana, cuyo complejo arqueológico en la playa ha sido recientemente restaurado.

Es un parque nacional, donde se puede visitar un puerto construido por Herodes el Grande, un acueducto, el hipódromo frente al mar, construido en principio para carreras y luego utilizado para peleas de gladiadores, el anfiteatro e incluso un museo bajo el agua, donde los buceadores pueden ver las ruinas ocultas de la ciudad romana. En las excavaciones del teatro se encontró una piedra con la inscripción “Poncio Pilatos, procurador de Judea”.

Cesárea está a mitad de camino entre Tel Aviv y Haifa, otra ciudad ineludible, con población mixta árabe y judía y que conserva un ambiente de villa cultural, con inquietudes artísticas y una juventud vibrante. Hospeda también los jardines Bahai, un oasis de armonía en el centro de la ciudad, que culminan el paseable barrio de la Colonia Alemana.

Más al norte, en la última ciudad grande antes de llegar al Líbano (en Rosh HaNikra) está la que fuera ciudad cruzada de San Juan de Acre, hoy Ako para los israelíes y Aka para los palestinos, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, con una muralla que se mantiene en pie, baños turcos de la época otomana, túneles medievales templarios que se pueden visitar y restaurantes en los que degustar pescado y ensaladas árabes frente al mar.

Mantiene extraordinariamente bien los restos de la ciudad de los cruzados (del 1104 al 1291) lo que “permite una visión excepcional de la base y estructuras de la capital del reino medieval cruzado de Jerusalén”, según la organización de la ONU.

Acre fue sometida a un poco exitoso bloqueo por Napoleón a finales del siglo XVIII y es considerada una de las ciudades del mundo habitada desde hace más tiempo, con muestras de asentamientos humanos desde la temprana Edad de Bronce y de asentamiento permanente desde la época fenicia. Aquí también los seguidores de la fe bahai tienen su espacio, y es para ellos su ciudad más sagrada.

En la costa oriental mediterránea los veranos son calientes y secos y los inviernos suaves por la influencia del mar. Las lluvias, en cualquier estación, escasean, porque a pesar de ser Mediterráneo, esta orilla del mar da paso a kilómetros hacia el desierto.

Hacia el sur de Tel Aviv la costa sigue siendo estupenda y uno puede encontrarse con magníficas playas de arena fina y puestas de sol espectaculares como las de Palmahim, en un parque nacional en Rishon Lezion, o Metzuda y Gils en Ashdod.

Antes de llegar a Egipto, está la Franja de Gaza, cerrada a cal y canto por el bloqueo israelí y gobernada por el movimiento islamista palestino Hamás.

Bombardeada tres veces en una década y con una situación que empeora cada día, hoy por hoy, no se puede visitar. Quizás más adelante, con una resolución del conflicto y una reconstrucción seria, pueda ser otro destino más en esta orilla extrema del Mediterráneo.

Ana Cárdenes

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