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El BCE esgrime su arma más potente para tratar de reactivar la economía

El presidente del BCE, Mario Draghi. EFE

Pilar Blázquez

El mundo financiero vive pendiente de la comparecencia que al mediodía de este jueves ofrecerá el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. En ella se espera que anuncie una de las medidas más disruptivas de la historia de la institución: la puesta en marcha de un programa de “Quantitative Easing” (QE) o Flexibilización Cuantitativa.

Tras este complicado ejemplo de jerga, emerge una realidad simple. Se trata de crear dinero nuevo para estimular la economía de la Unión Europea. Un QE es una herramienta de política monetaria que los bancos centrales solo utilizan en casos extremos. EEUU y Japón, entre otros, han echado mano de ella durante esta crisis. Draghi se ha resistido hasta ahora, cuando ha constatado que todos los intentos anteriores, incluso el de prestar dinero gratis a los bancos, no han dado frutos, porque se han topado con la barrera de las entidades financieras y no han servido para dar crédito a familias y empresas.

El resultado es que seis años después de que estallara la crisis, la economía europea está en estado de coma. Apenas crece un 0,8% y el Fondo Monetario Internacional (FMI) apunta que hay un riesgo del 40% de que vuelva a entrar en recesión. El desplome de los precios del petróleo ha llevado a la inflación al terreno negativo, -0,2%, muy lejos del teórico objetivo del BCE fijado en el 2%.

Por eso Draghi se ha decidido a utilizar su arma más poderosa e inundar la economía europea de euros. Lo hará adquiriendo a los bancos aquellos activos financieros que nadie les compra, de forma que todo ese dinero sea efectivo que puedan trasladar a sus clientes. Además, cuantos más euros hay en la economía, el valor unitario de cada uno de ellos disminuye. En cierto modo, esto también es una devaluación encubierta. Un euro barato permite que las empresas europeas sean más competitivas y vendan más fuera de la zona euro. Sólo ante la expectativa de la puesta en marcha, la moneda única ya se ha depreciado considerablemente y la semana pasada su cotización marcó los 1,15 dólares, la más baja de los últimos 11 años.

La clave del éxito

El qué y el cuánto compran los bancos centrales cuando diseñan un QE son la clave del éxito. En esta ocasión, todo el mundo da por supuesto que los activos que va a comprar el BCE son bonos de deuda soberana de los países de la zona euro. La calidad de las compras que haga es fundamental, puesto que si adquiere productos financieros de mala calidad se arriesga a sufrir pérdidas derivadas de posibles impagos. Por eso, hay dudas de que adquiera bonos griegos y de otros países de la periferia europea y, en el caso de que lo haga, de quién asumirá el riesgo en caso de impago.

En cualquier caso, Draghi podría dar un golpe de efecto y comprar cualquier otra cosa que esté en el balance de los bancos, desde bonos hipotecarios hasta deuda de empresas. Algunos analistas han llegado a apuntar que podría incluso adquirir bonos del Tesoro norteamericano.

Además, de acertar con su particular cesta de la compra, el BCE tampoco debe fallar en la cuantía. Este miércoles, The Wall Street Journal daba por hecho que entre los activos que se compren estará la deuda soberana y apuntaba que la cuantía será de unos 50.000 millones al mes durante un año. Unos 600.000 millones de euros en total. El dato está en línea de las previsiones más optimistas de los analistas, y con la opinión también generalizada de que se quedará corto.

“De ser así, no sería extraño que más tarde, en un año quizás, haya un segundo anuncio”, comentaba hace unos días José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citi en España. En la misma línea se manifestaban desde el Instituto de Estudios Bursátiles, para quienes un segundo QE a final de año será imprescindible si las economías de Alemania y Francia siguen tan débiles.

La teoría dice que el beneficio más directo para el ciudadano de a pie es que se abarate el acceso al crédito y, más a largo plazo, que una activación de la economía propicie la creación de empleo. Pero la economía está lejos de ser una ciencia exacta y mientras ese estímulo dio sus frutos en EEUU, en Japón todavía los están esperando. La efectividad en Europa está por demostrar. Los banqueros insisten en que la demanda de crédito no cumple con la solvencia que les exigen las nuevas leyes financieras. Así que no parecen dispuestos a conceder créditos de forma masiva.

Lo que está fuera de toda duda es que quien más partido saca de estas medidas de QE a corto plazo son los inversores de los mercados financieros. En EEUU el chute de millones que realizó la Reserva Federal tras el estallido de la crisis sirvió para que las bolsas estadounidenses marcasen un rally alcista histórico. Así que si tras las declaraciones de Draghi las bolsas se disparan, la alegría puede quedar reducida a los corros bursátiles.

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