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El petróleo monopoliza la economía venezolana

Instalaciones petroleras en Maracaibo (Venezuela) / EFE

Belén Carreño

El último año de mandato de Hugo Chávez, comenzó con un nefasto dato económico. Según el índice Big Mac, que elabora la revista The Economist y está reconocido como una de las mejores formas de comparar los precios en los diferentes países, decía que en Venezuela se podía comprar el Big Mac más caro del mundo. Así, en un McDonalds caraqueño, la clásica hamburguesa, reconocida por ser una de las comidas más baratas del planeta, valía más de nueve dólares estadounidenses. En la zona del euro tenía un precio medio de 4,88 dólares y en EEUU de 4,37 dólares.

El problema era obvio y el Gobierno venezolano lo atajó con una radical devaluación del bolívar en un 32%. Pocas más opciones tenía Caracas para frenar la especulación de su moneda y mejorar así las opciones de financiación de su cerrada economía. Un bolívar más barato sanea las cuentas públicas y ayuda a que se multipliquen las exportaciones, en este caso del petróleo.

Pero la devaluación de la moneda, por socorrida, no es una varita mágica. El cambio forzado de la moneda empobrece a la población, que con los mismos bolívares puede comprar muchos menos bienes y servicios. La solución del Gobierno de Chávez pasó por una fijación de precios, un remedio que funciona siempre y cuando el origen del bien y servicio sea local. En el momento en que lo que se adquiere viene de fuera o, para elaborarlo, se necesitan productos intermedios, la devaluación encarece el resultado final.

Así las cosas, la devaluación del bolívar le da otra vuelta más de tuerca a la escalada de los precios en el país caribeño. La previsión del Fondo Monetario Internacional para este año (emitida antes de anunciarse la devaluación) era de un 28,8%. De forma sostenida, los precios han estado subiendo un 20% anual, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de los venezolanos. Sus ahorros pierden valor a marchas forzadas y las empresas no ven rentabilizarse sus inversiones.

Este ha sido el gran círculo vicioso en el que se ha visto enrocada la economía venezolana durante los años del Gobierno de Hugo Chávez. La solución para la mayoría de los problemas del país ha intentado sortearse con el control de la divisa y la utilización de la producción de petróleo. El problema es que en una economía cada vez más cerrada y menos capaz de atraer la inversión, estas soluciones terminan siendo parches que no han puesto remedio al problema de la dependencia del crudo del país.

Si por algo ha sido respetado y criticado al mismo tiempo el presidente, es por los frutos de su política económica. Ni los pitos ni los aplausos han sonado con tanta fuerza como fuera de Caracas. Chavez utilizó todas las capacidades que le daba el Estado para poner patas arriba la economía del país y utilizar su envidiada capacidad petrolera como principal elemento de acción exterior. Logró su objetivo, reducir la pobreza, pero el peaje puede salir caro a un país que solo sabe extraer petróleo, pero que cada vez es menos competitivo a la hora de hacerlo.

El Gobierno de Hugo Chávez arrancó en uno de los momentos de la historia en la que el petróleo estaba más barato. El barril de crudo se situaba en el entorno de los 15 dólares, una cifra que mantenía prácticamente asfixiada a la economía venezolana. El descontento social por la elevada tasa de pobreza allanó el camino a la presidencia de Chávez, que vio cómo a lo largo de sus renovadas legislaturas, el precio del crudo se continuaba disparando, hasta sobrepasar los 100 dólares por barril en los últimos años. En cierta forma, la popularidad del presidente fue subiendo casi al mismo ritmo que el precio del crudo.

Las ingentes exportaciones de crudo (nueve de cada diez dólares que importa Venezuela dependen del oro negro), sirvieron para que el líder bolivariano tuviera liquidez no solo para financiar políticas sociales en el país, sino para sostener econónomicamente a Cuba y mantener alianzas con muchos otros países del continente.

Con todo, la política energética en Venezuela tiene muchas aristas. En primer lugar, está soportada por su principal comprador, EEUU, el odiado enemigo pero cliente indispensable. Estados Unidos encontró en Venezuela al sustituto ideal para el crudo iraní que no puede comprar por el embargo por su política nuclear. Además, la relación con Estados Unidos es recíproca. Venezuela refina allí su crudo, en tres grandes refineras que tiene en el Golfo de México, según recuerda Gonzalo Escribano, director del programa de Energía del Real Instituto Elcano. El crudo venezolano es muy pesado y necesita un fuerte proceso de refino que no se puede hacer con la infraestructura actual que tiene Venezuela.

Chávez echó a las empresas extranjeras (casi 1.000 en total) y con ellas se fue la nueva tecnología y las posibilidades de procesar el crudo negro. La petrolera estatal (PDVSA) no tuvo más remedio que situar este negocio fuera, en el territorio de su principal cliente, donde la seguridad jurídica le facilita la atracción de liquidez. La dueña de estas refineras es Citgo, que tiene además una cadena de gasolineras en EEUU. Chávez se ha permitido, además, hacer caridad en Estados Unidos mediante la red de distribución de esta compañía, dando ayudas para comprar gasóleo a las familias necesitadas.

El otro elemento que completa la política energética de Chávez es la subvención casi total de la gasolina. Por el precio de un Big Mac se puede llenar los tanques de cinco coches familiares. Este bajo precio compensa a las familias de las exorbitantes subidas de precios de los otros productos, pero no logran hacer rentable el negocio petrolero en el país.

Además, uno de los primeros movimientos que hizo Chávez tras sofocar la huelga en la petrolera estatal en 2002, fue el de expular a 20.000 técnicos e ingenieros de la plantilla. Este movimiento supuso una descapitalización humana sin precedentes en un país, que se quedó sin uno de sus principales activos para modernizar la industria petrolera. La falta de eficiencia se ha traducido en una ralentización de la producción petrolera, que en la actualidad se sitúa en 2,4 millones de barriles al día según las cifras de la OPEP, cuando antes de la llegada de Chávez estaba en 3,2 millones.

Sin nueva versión, la gallina de los huevos de oro negro tendrá cada vez más difícil poder seguir manteniendo un sistema de subvenciones. Además, los inversores seguirán especulando con la moneda y la deuda del país, que sigue teniendo una alta necesidad de financiación exterior.

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